domingo, 23 de septiembre de 2012

¡BLASFEMIA!

El director del semanario Charlie Hebdo ha sido amenazado por publicar caricaturas y chistes de personajes religiosos y se oyen voces que pretenden instaurar el delito de blasfemia dentro de la legislación de los países laicos.

Se plantea el debate entre libertad de expresión y respeto de las creencias ajenas, como si fueran planteamientos equiparables el sarcasmo o la crítica con los preceptos religiosos. En muchas partes del mundo la disidencia puede costarnos la vida y a partir de ahora, las naciones que habían relegado los asuntos morales al ámbito privado y familiar, se replantean considerar delito una viñeta cómica o una sátira “irrespetuosa” de ciertas devociones.

La imagen de un dios tambaleante por la insignificante publicación de una caricatura suena a chiste, si no fuera porque los sagrados dogmas y su impío castigo, ejecutado por fervientes matarifes, nos involucran en su esperpéntica realidad. Una realidad que, a criterio del rabino, sacerdote o imán de turno, hoy clama contra la blasfemia, mañana obligará a la sumisión femenina y acabará extirpando las negras ovejas del rebaño planetario.

Dicen los científicos que el cerebro reserva una localización especial para los exabruptos y juramentos, separada de las áreas de Broca y Wernicke donde anida el resto del lenguaje. Quizás, a no mucho tardar, los intérpretes del mensaje divino, promuevan la implantación de un chip que inhiba las imprecaciones irreverentes (según su particular criterio) o que aboguen directamente por la lobotomía. Dios se pondría muy contento, aunque no entiendo por qué no nos hizo así de fábrica.

O se ponen en cuestión todas las ideas (y separamos las normas ciudadanas de convivencia de la espiritualidad y moral hogareña) o se impone la censura. Policía moral o libertad de expresión. No caben medias tintas. Es como la concepción: ninguna mujer se queda “un poco embarazada”.

Suyo afectadísimo:
Juanito Monsergas