jueves, 9 de octubre de 2014

NOTICIAS


Me resulta extravagante la manifestación celebrada en Madrid, avalada por 300.000 internautas, para impedir el sacrificio del perro Excalibur (posiblemente infectado de ébola), cuando casi nadie nos hemos acordado de los miles de africanos que llevan muriendo por la letal enfermedad desde hace más de treinta años.

Dicen que la distancia es el olvido, y así debe de ser a tenor de que tan terrible padecimiento sólo nos ha preocupado y ha sido noticia cuando ha traspasado nuestras fronteras y amenaza con extenderse por nuestras confortables vidas. Cada cultura tiene su plaga y antes o después nos tocará la nuestra.

Quizás esta atroz calamidad que atemoriza nuestra seguridad nos sirva para valorar la sanidad (medios, investigación y profesionales no siempre suficientemente ponderados), que algunos políticos, por intereses espurios y mercantilistas, se afanan en desmontar y privatizar con la ridícula, falsa y perentoria excusa de exigirle rentabilidad y beneficios crematísticos. Hay cosas que no tienen precio por mucho que haya quien se empeñe en comprarlo todo, la felicidad por ejemplo.

Como tampoco parece preocupar a las acomodadas conciencias, que se horrorizan con el perverso espectáculo de un descerebrado con turbante degollando a un periodista o un cooperante que ha tenido la mala suerte de caer en sus manos, cuando obvian las ejecuciones que se repiten cadencialmente en países con los que nuestras cordiales relaciones se lubrican con el caleidoscópico tamiz del dinero. ¿Qué nos importa el exterminio de personas en EEUU o China (por poner sólo dos ejemplos) mientras podamos seguir haciendo negocios con ellos?

Se me antoja que esta sobresaturación informativa, inherente a la época que nos toca vivir, dificulta la percepción de lo que verdaderamente importa. El bosque no nos deja ver los árboles. Demasiada información para tan poco criterio.

Suyo, afectadísimo: Juanito Monsergas

miércoles, 1 de octubre de 2014

AGRADECIMIENTO


Nunca agradeceremos convenientemente a nuestra lideresa foral su abnegada labor desarrollada, primero al frente de la alcaldía y luego como presidenta del gobierno, en una carrera que no parece tener límites tanto en sus triunfales logros como en su secular persistencia.

Pues, si ya ha dado muestras  más que suficientes de su valía, denuedo y bizarría a lo largo de su eterna carrera como mujer pública y gestora aguerrida en el desempeño de la función gubernamental, cada día que pasa confiere muestras de una superación y una excelencia difíciles de imaginar. No en vano ha sido capaz de ensalzar algo tan vulgar y mediocre como el cemento y el ladrillo en la quintaesencia prodigiosa de su innegable tarea, por no hablar de la habilidad en meter en un escaso metro de calzada la acera peatonal, el carril bici, una farola, varias señales de tráfico, un vado y un hermoso platanero de diez años.

Bien es cierto que, como culminación de su magno proceder, convirtiendo la emblemática Plaza del Castillo en el paradigmático aparcamiento que tanto furor causó en su día, tuvo a bien reponer, como guinda de aquel fructífero pastel, sobre la salida del parking al comienzo de la avenida de Carlos III, la ferruginosa placa que reza: "En este lugar-para siempre bendito-el día 21 de septiembre de 1946-año de Santa María-con el viejo rito que coronaba en la Catedral a nuestros reyes fue coronada reina de Navarra Nuestra Señora del Sagrario", que las piadosas, filantrópicas y tolerantes autoridades de aquel tiempo quisieron ensalzar para beneficio indiscutible de todos los navarros. Todos los restos arqueológicos encontrados no tuvieron la misma consideración.

Y que mejor manera de acometer el quehacer gerencial al frente de la administración de todos los navarros y navarras que pueblan esta singular comunidad, que encomendar la avenencia de nuestros problemas económicos, sociales y existenciales a la intermediación de la santa virgen para que, con su incuestionable laborío apañe nuestros acomodos. Sólo nos queda rezar.

Si no fuera por el marco incomparable de nuestra catedral, el boato del evento y las formas inherentes al acto, se podría decir que el mensaje de nuestra presidenta apenas difiere de las soflamas fundamentalistas del Estado Islámico que tanto aterrorizan nuestra civilización occidental. Parece cosa de risa que, con el genoma humano casi descifrado, una persona (supuestamente) culta diga semejantes patochadas, aunque no creo que lo encuentren gracioso los miles de habitantes de esta tierra que las están pasando tan putas.

Suyo, afectadísimo: Juanito Monsergas