martes, 21 de julio de 2015

LA CULPA


A pesar de estar convencido de que sólo mi atrevimiento supera mi ignorancia y ante la ola de sarpullidos, espumarajos y declaraciones alarmantes y alarmadas de los partidos constitucionalistas (también llamados nacionalistas españoles) a raíz del auge de las formaciones vasquistas y de izquierda y su futura gobernanza de la comunidad foral, me decido a plasmar en el presente escrito las siguientes reflexiones.

Según dicen “el terrorismo ha contaminado el proyecto nacionalista en Navarra”, está en riesgo “la unidad de España, la historia de Navarra y la seguridad y libertad de los ciudadanos” y hasta parece que nuestra situación de bienestar económico y social que nos coloca a la cabeza de España (?) “todo este activo corre peligro” dada la nueva correlación de fuerzas imperante en el ayuntamiento y en el gobierno autónomo. 

Nunca antes el conjunto de la ciudadanía navarra habíamos sido tratados con tanta displicencia y paternalismo como después de haber ejercido el derecho al voto en las últimas elecciones. Parece que nos ha dado el siroco, nos hemos vuelto locos o, peor aún, hemos decidido suicidarnos acercándonos a la opción gubernativa que va a traer el caos, la ruina y el desbarajuste más absoluto a este paraíso de la abundancia y la felicidad, quintaesencia de las aspiraciones más supremas que la condición humana pueda desear.

Ni siquiera se da un mínimo plazo de tiempo para comprobar qué van a hacer los nuevos concejales y consejeros autonómicos tan denostados precisamente por aquellos que nos han traído hasta aquí. Porque lo que ha quedado claro con los políticos “salientes” es que nos han dejado una deuda de más de cinco mil euros por cabeza, con obras tan faraónicas como innecesarias, con la quiebra del buque insignia de la economía navarra, con recortes más que notorios en sanidad y educación y doblegados a una oligarquía retrógrada, clientelar y avariciosa que lleva mangoneando esta comunidad desde la noche de los tiempos.

Dado que la falta de alternativas apetecibles nos lleva al electorado a votar la opción menos mala o incluso el “voto en contra”, puedo afirmar sin temor a equivocarme que la responsabilidad (o como a ellos les gusta decir: la culpa) es de UPN y PP que con su nefasta política neoliberal nos han llevado a la ruina y del PSN que, durante los últimos 40 años de democracia se ha dedicado a defraudar una y otra vez a la ciudadanía navarra.

Así pues, perdonen que ponga en duda los méritos de unos partidos (que no han gobernado y por tanto no han podido demostrar su valía) para salir elegidos en las urnas y atribuya dicho éxito a las malas prácticas de los que sí han ejercido el poder o por lo menos han tenido la posibilidad de hacerlo. Y ahora por favor, déjenlos que se equivoquen y hagan las mismas chapuzas, prevaricaciones y esquilmen las arcas forales como han hecho ustedes antes de pedir su cabeza.

Suyo afectadísimo: Juanito Monsergas

lunes, 13 de julio de 2015

CRIMINALIZACIÓN TOTAL


Sabido es que la realidad tiene muchas caras, algunas incluso contradictorias, y que cuanto más se aprecia la subjetividad de las cosas más cerca estamos de su objetividad, por ello, la decisión de la derecha de aprobar la nueva Ley de Seguridad Ciudadana precise un análisis más diverso que el mero rechazo. No se me escapa también que las notables y selectas mentes que rigen nuestro destino y cuya capacidad hace tiempo que no pongo en duda y estimo en su justa medida, tendrán razones poderosas e incomprensibles para la mayoría de los mortales que les ha llevado a promulgar edicto tan repudiado.

Pues, ¿alguien ha reparado en la bondad recaudatoria de tales medidas y el beneficioso impacto que tendrá sobre nuestras economías? ¿No nos damos cuenta de que la recuperación económica la pueden sufragar los delincuentes, matando así dos pájaros de un tiro? ¿Acaso se duda del provecho que podemos disfrutar de nuestra propia inacción y contemplar satisfechos cómo aquellos que se deciden a intervenir, protestar o cuestionar contribuyen a engordar las arcas públicas? Nuestra pasividad, nuestra inactividad se convierte en el lucro generoso e increíble tan difundido en publicidad del “actúa mientras duerme”. Bien es cierto que existe el riesgo de que, sin comerlo ni beberlo, te encuentres en un marrón considerable, fruto de la amplitud de nuevos delitos y de la ambigüedad de las acusaciones y culpabilidades del nuevo edicto, pero eso es algo que con un poco de suerte y manteniéndonos en unos parámetros anodinos, convencionales y dóciles probablemente podamos evitar.

Aún siendo fácil que al final todos vulneremos la legalidad en algún aspecto y por tanto seamos la totalidad de la ciudadanía susceptibles de ser considerados delincuentes (y dada la imposibilidad de acabar todos en el talego), ¿no sería más sencillo, práctico y económico que las altas instancias de nuestros "fuerzos y cuerpas de seguridad del Estado" pudieran decidir qué delitos han de perseguirse con mayor saña, cuales son disculpables y a quién se tiene que enchiquelar?. A fin de cuentas, y dado que los encargados de mantener el orden van a decir qué es delito, dictar la sentencia y ejecutarla, no deja de ser un ahorro sustancial y una forma de conseguir la paz social el que “el señor de la porra” nos evite tener que pensar, cuestionar o poner en duda el tipo de sociedad que queremos para nosotros y nuestros descendientes. Para mayor comodidad social, criminalización total.


Suyo, afectadísimo: Juanito Monsergas

A VER...


Que me parece muy bien que te encuentres por la calle con los amigos y conocidos y te pares para charlar un rato, pero que te tengas que parar en la parte más estrecha de la calzada justo al lado del contenedor de la obra, donde la acera es más angosta, a la altura del kiosko de las chuches y encima con el carrito del crío cruzado es como si lo hicieras a mala leche. Haces como si no te enterases y te paras en el quicio de la puerta de salida, aparentando revisar si te han dado bien las vueltas o si de repente te hubiera dado por pensar (¡a quién quieres engañar!) o hubieras recordado algo que te ha dejado paralizado. Mentira. Sabemos de sobra que tu “parálisis entorpecedora” está directamente relacionada con el placer que te proporciona el tapón que estás organizando. Te paras aquí, donde más molestas mientras el resto del mundo pasa a tu lado apretándose, con dificultad y maldiciendote con la mirada. A ver, igual es tu manera de ocupar tu puesto en la sociedad, pero podías hacerte a un lado y resultar un poco menos molesto.

Entiendo que la soledad hace estragos, sobre todo con los años, que el único momento del día que tienes para socializar es cuando vas a hacer la compra y cuando le hablas al televisor, pero podías dejar de darnos el coñazo mientras los demás (el decorado) esperamos que acabes de coger una maldita barra de pan que probablemente no será la más “tostadica” o “mira esa a ver si es mayor” o “bah, deja dame la otra, no esa no, la que te he pedido al principio y después te he dicho que no, que me enseñes otras diecisiete...”. Y ya el colmo es que cuando ya parece que te has librado de personaje tan incordio, vas a la frutería y te lo vuelves a encontrar y si difícil es que elija una barra de pan ni te cuento lo que puede significar escoger la fruta. A ver, si quieres sentirte importante, en vez de hacer esperar a los demás con tus molestas manías, súbete a la mesa del comedor e imagínate que la ciudad te ha hecho una estatua: al personaje más pelma de los últimos dos siglos.

Todos comprendemos tu alegría, muchacho, pero repórtate que los demás no compartimos tu desaforada y gremial incontinencia. Ya sabemos que los logros que tu mediocre existencia te impide alcanzar, los compensas haciendo tuyos los éxitos de un equipo de fútbol, como si tuvieses algún mérito por jalear sus colores o si te perteneciese de alguna manera la habilidad con el balón que pueda tener un fulano al que no te une nada salvo tu adoración sospechosamente enfermiza. Parece que sentirte parte de la marabunta y que el equipo idolatrado haya conseguido meter una pelota en el umbral de una portería os invita y da derecho para que destrocéis el mobiliario urbano tan feroz como gratuitamente, para que gritéis hasta la extenuación consignas absurdas, salvajes y machistas molestando a todo aquel que habite a un kilómetro a la redonda de vuestro infausto recorrido y que vuestra absurda y extraviada fiesta tuviéramos que compartirla el resto de la humanidad obligatoriamente. Puedes decir que te sobran las razones, pues para ser tan energúmeno no te hacen falta muchas piruetas intelectuales, pero a ver, lo que salta a la vista es que te quedarías mucho más tranquilo y sosegado si alguien te echara un polvo. Igual hasta podemos hacer una colecta y, si no encuentras a nadie que lo haga voluntariamente, buscamos la opción profesional.


Suyo, afectadísimo: Juanito Monsergas

SIESTA


El sol adormece la tarde mientras quien puede aprovecha un sueño que la noche festiva le robó. Un zumbido se aproxima hasta convertirse en el aleteo estruendoso de un helicóptero que lleva sobrevolando la ciudad todo el día. Cuando parece que amaina el ruido del artilugio volador un pitido impertinente e intermitente indica que la plataforma de un camión de reparto esta descendiendo o que, quizás, retrocede. Su sonido se mezcla con la barredora que, furiosamente, recorre aceras y calzadas con su cepillo motorizado haciendo añorar la imprescindible y silenciosa labor de los basureros de antaño que, lenta pero eficazmente, recogían nuestros desperdicios y se convertían en la cara amable y humilde de nuestro aseo callejero.

A poca distancia, un desharrapado acordeonista destroza por vigésimo quinta vez “Clavelitos” que resuena machaconamente y que los clientes de una terraza cercana premian con generosidad esperanzados de que cambie de emplazamiento. De repente el camión municipal irrumpe poderosamente para vaciar, con un conjunto de chirridos, frenazos, escapes y traqueteos, los contenedores de la basura que escupen su contenido atronando la calle, mientras una máquina riega el pavimento de agua jabonosa con un artilugio que espolvorea el detergente fumigado por chorros a presión e inunda el ambiente con una gigantesca burbuja desinfectante.

El estrepitoso golpeteo de un martillo compresor compite con el chirriante girar de una radial que, además de su insoportable estruendo, esparce el polvo pétreo de la piedra cortada a los cuatro vientos, como para justificar la multitud de máquinas limpiadoras que pululan a su alrededor. Al poco, el camión que recoge el vidrio se va dejando oír como un vía crucis ruidoso que se aproxima bar tras bar hasta que, llegado a nuestra altura, hace patente que se necesitan cascos audio protectores para soportar la caída del repleto contenedor o estar sordo, como el encargado de realizar tan escandalosa misión. Una disputa vial se dirime a base de bocinazos y los gritos e imprecaciones de los conductores son ahogados por el sonido del claxon. El incesante runruneo del tráfico se ve sorprendido por el estridente ulular de una sirena que acude veloz a sofocar la urgencia.

Sudoroso y sucio, el operario se afana con un compresor en quitar una pintada mural mientras un elevador emite su característico pitido indicando el descenso de la cabina. Las campanas de la iglesia llaman a los fieles tan escandalosamente que pareciera querer compensar su escaso aforo con el fervor de su badajo. Varios obreros cargan las metálicas piezas de un andamio desmontado esa misma tarde tan sonoramente como si conjurasen su duro trabajo lanzándolas con furia al remolque de un camión cuyo motor traquetea incansable.

Un niño desfila orondo por la acera con su flamante atabal recién estrenado, acompañando los incipientes redobles infantiles a una melodía machacona oída a sus mayores durante las fiestas que tararea feliz. “¡Chaval! Deja ya de joder con el tambor ¡coño! que queremos echar la siesta”.

Suyo, afectadísimo: Juanito Monsergas


miércoles, 1 de julio de 2015

ESPACIO PUBLICO


Una de las herencias que nunca agradeceremos lo suficiente los vecinos del Casco Viejo al destituido equipo municipal es la profusión de nuevas licencias hosteleras y la proliferación de terrazas y terrazas de barril que inundan nuestras calles, pero con especial virulencia las zonas más sensibles y que, cualquier persona con sentido común y sin intereses económicos, calificaría sin ninguna duda como saturadas. Qué fácil es vender lo público, ¿verdad?.

La apertura de cuatro bares más en San Nicolás (de momento) hace presagiar un deterioro aún mayor de las condiciones de habitabilidad de dicha calle y ahonda en la perversión del espacio público que el Ayuntamiento de Pamplona ha permitido, ignorando los derechos de los vecinos y accediendo a las propuestas más mercantilistas, abusivas e ilegales que ha conocido esta ciudad en muchos años.

Las calles constituyen las arterias por las que fluye el ADN de la ciudad, su población, y no se pueden ceder a negocios privados para que se haga un uso particular (pues particular es su negocio) y monopolístico sustrayendo a la ciudadanía un espacio y una actividad que le pertenece por derecho. El caso de la calle San Nicolás es el más sangrante pero no el único, ni mucho menos, aunque su cotidianidad (media semana de invasión continua y noches verbeneras sin descanso) lo conviertan en un auténtico suplicio para sus vecinos.

Las declaraciones de los hosteleros aduciendo un beneficio para la calle (?) al aumentar el número de bares (actualmente hay uno por cada nueve metros) resulta demencial si no cínico. Cualquiera con dos dedos de frente y sin conocimientos urbanísticos se da cuenta de que dicha unicidad comercial convierte el espacio en un gueto de difícil recuperación induciendo a la población a ese único uso y ahuyentando cualquier otro, por no hablar de la nefasta influencia en el mercado inmobiliario que, por una parte ve como se deprecian los pisos de ciertas calles y por otra se dispara el valor de las bajeras, creando una miniburbuja que espanta al resto de sectores y desvirtúa peligrosamente la actividad comercial, incluso de la propia hostelería. Porque además un bar no es una zapatería.

Los comerciantes han de hacerse conscientes de que su oferta ha de estar integrada en un modelo ciudadano compensado, sostenible y de servicio a la sociedad que proporcione a ese mismo comercio unas infraestructuras, unos servicios y una clientela que equilibren una realimentación beneficiosa para ambos. Y es la autoridad municipal la que debe organizar y fomentar esa red comercial evitando distorsiones y abusos por intereses económicos y corporativos lógicos en cualquier interacción comercial. Esperemos que la nueva Corporación asuma sus responsabilidades y frene las espurias pretensiones de los ávidos inversores que quieren convertir el Casco Histórico de Iruña en un parque temático hostelero.

Si lo que va a prevalecer es la ley del más fuerte (o el más rico) nos sobra la autoridad, porque ésta sólo puede tener sentido cuando protege a los más débiles, legisla para el conjunto de sus ciudadanos y hace respetar las normas a todos. A los humildes y a los poderosos.


Suyo afectadísimo, Juanito Monsergas.