viernes, 18 de septiembre de 2015

CONVIVIR


Los vecinos del Casco Viejo estamos hartos de las ilegalidades de ciertos hosteleros, de los clientes que abarrotan el barrio cada fin de semana ocasionando graves problemas de accesibilidad, suciedad, ruidos y gamberrismo que se alargan hasta altas horas de la madrugada y de la inoperancia total del Ayuntamiento que se desentiende de hacer cumplir la normativa y se muestra completamente incapaz de proteger a los habitantes de este emblemático barrio. 

Ya no se trata de soportar, se supone que por el bien de la ciudad y la hostelería, la invasión sanferminera de un millón y medio de personas cada seis de julio, que supone no pocos problemas e incomodidades a la mayoría de vecinos del barrio, o ser el centro de todo tipo de manifestaciones, procesiones y eventos sino que también parece que debemos resignarnos a sufrir este macrobotellón consentido todos los fines de semana.

Durante muchos años (de 1986 a 2006) el Casco Viejo estuvo declarado “zona saturada” y no se permitió (salvo alguna inexplicada excepción) abrir más bares de los existentes. Se aprobó una normativa (el PEPRI... “ el mantenimiento de la estructura urbana y arquitectónica del Casco, así como en general de sus valores ambientales... ...y posibiliten la mejora de las condiciones higiénico-sanitarias y de habitabilidad...”) que protegía a los vecinos de la actividad hostelera y las consecuentes molestias que podía ocasionar. Sin embargo a partir del año 2006, en que se vuelven a autorizar nuevas licencias para hostelería y sobre todo con la ley anti tabaco que saca a los clientes a la calle, unido a la dejadez del Ayuntamiento, el problema para los vecinos alcanza unas cotas difíciles de soportar. Cuarenta y cinco nuevas licencias en ocho años y todo parece indicar que va a haber muchas más.

La proliferación de las llamadas terrazas de barril inunda las calles que pasan a ser ampliaciones del bar de turno con el consiguiente entorpecimiento vial y ocupación abusiva de un espacio que, sin duda alguna, se sustrae a la ciudadanía. El afán recaudatorio del Ayuntamiento no tiene en cuenta, a la hora de otorgar permisos para terrazas tan sui géneris, ni los mínimos espacios viales para circulación de vehículos y personas, ni el aforo permitido, ni los inconvenientes provocados por invasión tan desmedida. ¿Quién se mete con el coche por Navarrería, Estafeta o San Nicolás un “juevintxo”?. ¿O a recoger a un familiar o llevarlo en una silla de ruedas?

Ni qué decir tiene que, si la ley anti tabaco pretende proteger a los menores prohibiendo su consumo en ciertos espacios (cerca de hospitales, parques, etc) no se entiende como esos mismos menores pueden ser expuestos sin ningún problema a la ingesta de alcohol en plena vía pública sin ningún tipo de cortapisa. ¿Es más dañino el tabaco que el alcohol? ¿No debería preservarse el consumo de alcohol a locales cerrados ajenos a los menores de edad?

En cualquier caso el sufrido vecindario se podría dar con un canto en las narices si, aunque no se aprobasen nuevas limitaciones, se respetasen las normas ya existentes que, hosteleros y clientes, se saltan a la torera cada vez con más alegría y desparpajo. En demasiadas ocasiones no se respeta el horario de cierre ni de los bares ni de los discobares, discotecas encubiertas que alargan su cierre bastante más allá del horario permitido.

El aislamiento acústico es, en muchos casos insuficiente, al haber muchos locales que no instalan la preceptiva doble puerta. A ello hay que añadir que la nueva moda de los diseñadores consiste en abrir el bar a la calle, instalando un gran ventanal movible que, lógicamente, no va a aislar lo suficiente. La transmisión de los sonidos de baja frecuencia, aún en el supuesto de que se controlasen las puertas para minimizar la salida del ruido, es muy difícil de impedir y exige unas medidas arquitectónicas muy costosas.

El alboroto producido por el trasiego y el deambular de los clientes a altas horas de la madrugada debería de ser controlado por la policía municipal o cualquier otro de los numerosos y coloridos cuerpos de los que disfrutamos en esta diferenciada comunidad. Sin embargo, la negligencia de los agentes ante la barbarie de vómitos, orines, golpes y berridos que se prolongan hasta el amanecer es manifiesta cada fin de semana.  ¿Se permitirían estas actitudes en, pongamos por caso, Carlos III, Yanguas y Miranda o Pio XII?

Cuesta tomarse en serio la campaña promovida por el Consistorio pamplonés colgando grandes carteles de fachadas y balcones con mensajes asertivos en los que se animaba a los borrachos y poli-toxicómanos nocturnos a hablar de forma comedida, sin levantar la voz y apelando al civismo y la empatía. Parece mentira que, acostumbrados a que se nos reprima en otras protestas bastante más inofensivas y justificadas, de forma mucho más contundente y resolutoria, a estos incívicos salvajes se les trate con tanta deferencia y comprensión.

Tampoco hace falta ser un avezado psicoanalista para darse cuenta de que un comerciante, al que se le deja extender su negocio más allá de sus límites y se le permite saltarse el reglamento sin sanción alguna, vaya a intentar sacar siempre el máximo beneficio, a interpretar la normativa en provecho propio y si puede ignorarla y a desentenderse de los perjuicios ocasionados a los vecinos. Alguien que ha metido dos millones en un negocio, no sé yo si va a ser muy sensible con las quejas vecinales ocasionadas por ese mismo negocio.

El Casco Viejo, por su peculiar constitución urbanística, por ser el centro neurálgico de la ciudad, por albergar el testimonio de su devenir histórico y por constituir la imagen por excelencia de la población debería de recibir mayor atención y cuidados. Lo mismo que protegemos un edificio, un entorno o una característica de nuestra idiosincrasia, deberíamos de proteger con especial esmero las calles, el comercio, las casas y todo lo que conforma la esencia de esta ciudad. 

Hace unos años el Ayuntamiento declaró el Casco Histórico saturado de oficinas bancarias porque desvirtuaban el carácter comercial de la ciudad. ¿Qué podemos decir de una calle que tiene un bar cada nueve metros? Es hora de que la autoridad municipal reconduzca la situación, deniegue la concesión de nuevas licencias hasta la realización de un estudio en profundidad que aligere las zonas saturadas, imponga una normativa más restrictiva y limite los horarios para así permitir la convivencia con el vecindario y poder recuperar las calles para que no sean pasto de aquellos que hacen del exceso su forma de diversión. 

Se supone que es el Ayuntamiento el que ha de hacer cumplir las leyes que nos protejan de los abusos, injusticias y excesos de nuestros conciudadanos. Si no lo puede llevar a cabo y se muestra incapaz de hacer valer la ley está de sobra y debería dimitir. En muchas ciudades tienen o han tenido el mismo problema pero no todas han reaccionado de la misma manera. Otras mantienen y hacen respetar las normas para que los vecinos puedan vivir dignamente. Es nuestro derecho. Aquí vivimos y nadie tiene derecho a amargarnos la vida.

Suyo, afectadísimo: Juanito Monsergas