Cada vez más, los científicos insisten en ubicar el lenguaje
distribuido por todo el cerebro, sin embargo parece ser que aquellas palabras y
frases que nos salen de forma visceral, sin pensar, como los tacos o las
interjecciones, radican en algún punto muy concreto de nuestro hemisferio
derecho, el que tradicionalmente alberga nuestros sentimientos, la imaginación
o el cálculo aproximativo. Conocí al padre de un amigo que, tras sufrir un
ictus, había perdido el habla y solo acertaba a pronunciar un repetitivo “ti ti ti…”. Cuando se enfadaba, por no
poder comunicar lo que rondaba por su cabeza pronunciaba un sonoro y claro “¡cagüendios!”. No es el único caso que
he conocido de enfermos cerebrales con la limitación de decir, exclusivamente, tacos.
A pesar de lo que puedan decir los pusilánimes y envarados
política y léxicamente correctos, los juramentos y blasfemias son inherentes a
los seres humanos y el lenguaje no estaría completo sin las palabrotas. Son
necesarias e imprescindibles. Pero, ¿cómo utilizarlas? ¿Cómo explicarle a un
extranjero la diferencia de matiz entre una maldición y otra expresión airada?
¿Cómo diferenciar un taco de una blasfemia? ¿Cómo explicar el sentido de frases
casi iguales que significan cosas tan diferentes? Intentaré dar una somera
explicación con el convencimiento de que me voy a dejar en el tintero una gran parte del
amplísimo mundo de los juramentos, tacos y palabrotas.
El tema sexual está muy presente en este tipo de expresiones
y su número tiene mucho que ver. Así por ejemplo “vale un huevo” o “…un cojón”
indica carestía; “echarle
dos cojones” “o “…un par de huevos”
sugiere fuerza y arrojo y “tres cojones
me importa” hace referencia a escasez y nadería, aunque a veces se suele
decir “Estaba de tres cojones” para
expresar calidad o excelencia. Para recalcar la bondad de algo se dice que “¡está cojonudo!”, a veces se nombran en gran cantidad para
expresar satisfacción o excelencia: “estaba
de mil pares de cojones” y para expresar placidez o agrado se dice que “Se está de cojones”. El tamaño importa,
como no podía ser de otra manera y nunca se mencionan cuando son pequeños: “¡Menudos cojones tenía el tío!”.
Si de algo se dice que… “¡Tiene
cojones!” es porque tiene fundamento o es algo extraordinario. “Por los cojones” suele referirse a
improbable o ironía. Sin embargo, cuando se dice “¡Por mis cojones!” denota determinación y resolución de llevar
algo a cabo. Lo mismo que cuando se dice "¡Por mis santos cojones!", en cuya acepción se da un marchamo de santidad que corrobora el buen fin de lo propuesto. Por el contrario, pasarse algo “Por
el forro de los cojones” quiere decir que no se va a llevar a efecto o que
es improbable. “Qué cojones tiene” o “qué huevos tiene” se suele referir a
valor aunque a veces indica vagancia o indolencia, en cuyo caso sería más claro
la expresión superlativa: “¡Vaya cojones
que tiene!” o “¡Qué cojonazos!”. Cuando se dice “¡Qué cojones!” o “¡Cojones!” a secas puede indicar
sorpresa, admiración, afán de recalcar, contrariedad… Otras veces se mencionan
para indicar desacuerdo, “¡Sí hombre…!
¡Los cojones!”. Cuando se dice “Poner los cojones sobre la mesa”
implica que se impuso en una situación de desacuerdo. “Lo que me sale de los cojones” es hacer la propia voluntad y “tener los cojones negros” se refiere a
haber estado en muchas ocupaciones o labores. Uno “Manda cojones” cuando se ve sorprendido por la insensatez o el
desatino, está “de cojones” si se
encuentra placenteramente y se tiene que aguantar si “no tiene más cojones”. A veces se usa para demostrar asombro o
incomprensión, “Pero, ¿Qué cojones quiere
decir eso?”. Cuando alguien se los toca indica vagancia, ociosidad o indolencia: “Se está tocando los cojones”.
Sin embargo si es a otro al que se le tocan quiere decir que se le está
incordiando, “¡No me toques los cojones!”.
A veces se hace mención a cierto número para construir una frase que indique
incredulidad y desapego: “Ya, ¡Y mis
cojones treintaytres!”. Finalmente estar “acojonado” expresa miedo, temor o cobardía, sin embargo si algo es
“acojonante” es que es fantástico y
si es “descojonante” es que es para
partirse de risa.
Así como los testículos participan en un montón de
expresiones con múltiples significados y sentidos, la polla, el cipote, la
chorra, el pito, la verga, el falo, el apio, la pilila, el rabo, el nabo, la minga,
el pajarito… no tiene tantos dichos. Si que es cierto que se usa en frases como
“Partirse la polla” para expresar una
risa exagerada y “ser la polla” alude
a una facultad o habilidad especial. Estar "achorrado" viene a significar falta de capacidad, "estar atontado". “Tocarse
la chorra” se emplea en el sentido de vagancia, “¿Qué chorra dices?” se usa para expresar falta de comprensión o “¡Qué chorra más da!” para recalcar que
algo no tiene importancia, pero la verdad es que hay muchas menos expresiones viscerales con este atributo en cuestión.
El coño también sale a relucir en nuestro léxico
intempestivo: exclamado sin atributos, “¡Coño!”
expresa sorpresa y admiración y cuando va en interrogación sirve para recalcar
la pregunta: “¿Qué coño pasa aquí?” o
darle más énfasis “¿Y a ti qué coño te
importa?”. Unas veces se le menciona
como destino indeseable, “¡Vete al coño
de tu madre!” y otras como lugar despreciativo, “¡Me lo paso por el coño!”. No se suele emplear mucho en el sentido
de “tocárselo” como sinónimo de no
hacer nada: en ese caso se hace mención a “la
breva”, “Estaba todo el día tocándose
la breva”. El coño también hace referencia a lejanía, en cuyo caso se le
asigna el quinto número cardinal: “Está
en el quinto coño”. Se hace referencia a capricho o elección, “Haré lo que me salga del coño”. Otras
veces se menciona al órgano de “la
Bernarda” para indicar desastre o desorden “Aquello era el coño de la Bernarda”, se supone que porque todo el
mundo andaba por allí sin orden ni concierto.
El culo si que tiene un montón de frases adjudicadas. La más
extendida es “¡Que le den por el culo!”
para indicar desprecio o desdén y “Mandar
a tomar por el culo” manifiesta deseo de quitarse a alguien de encima, despreciarlo
o como mínimo ignorarlo. “Me da por el
culo” indica desagrado. “Le han dado
por el culo” quiere decir que ha salido perjudicado. “Le ha salido de culo” denota imperfección y desastre, “Ir de culo” significa que va mal y “Ha quedado como el culo” revela que la
actuación ha sido desastrosa. Ser un “caraculo” o un "tontolculo" no precisa explicación y “tener la gracia
en el culo” es ser un metepatas, inoportuno e inapropiado. Por lo general, todas las expresiones que se
refieren al culo, y que abundan en el lenguaje coloquial, indican que las cosas
han salido mal, no son apropiadas o se sale perjudicado, sea la situación que
sea.
Complemento del culo es cagarse en algo o alguien como forma
de denostar y vilipendiar una situación o al prójimo. “Mecagüenlaputa” se lleva la palma en el ranking de las
deposiciones, aunque “Mecagüendios”
no se queda atrás. En esto de defecar virtual o platónicamente (idealmente) hay
un amplio muestrario de expresiones, alguna tan común como “mecagüenlaleche”, “cagüenelcopón”,
“cagüenlahostia” o “cagüenlomásbarrido” hasta otros más
particulares y localistas como “mecagüen los zapatitos del niño Jesús”,
“mecagüen la putísima Concepción ”,
“mecagüentusmuelas” o “mecagüen la madre que me partió el armario”,
etcétera. etcétera, poniendo cada uno su
particular destino a lo que le sale del culo dependiendo de lugares,
generaciones, costumbres y apetencias, siendo imposible recoger siquiera una
aproximación de todas las expresiones que circulan por nuestras gargantas. Aquí
convendría hacer mención de “la mierda”
tantas veces en boca de todos y que
combina el famoso “vete a la mierda”,
que denota desprecio, con el “ganó dinero
como mierda”, refiriéndose a abundancia, si bien la comparación, “eso es una mierda” admite pocos
matices. Cuando precisamos zanjar un asunto de manera extemporánea, exclamamos
el insustituible “¡A la mierda!” y
resulta difícil evitar pronunciar “¡mierda!”
de forma mecánica cada vez que algo nos sale mal.
Pero si hay un comodín que se utilice en todo tipo de
expresiones, favorables y desfavorables, esa es “puta” y sus descendientes y ascendientes, “Hijo puta” y “Puta madre”.
Las abuelas se suelen dejar al margen.
El más socorrido e impersonal es “mecagüenlaputa”, imprecación que, sin referirse a nadie en
concreto brota en cualquier contrariedad. Cuando "mecagoensuputamadre" está claro que no estoy contento con alguien y es palabra recia de usar selectivamente si no queremos llegar a las manos. Para indicar que algo va bien o ha
salido satisfactoriamente se dice “de
puta madre”, pero si no estás contento con la actuación de alguien se alude
a “su puta madre” aunque esta
expresión adquiere tantos significados que convendrá que nos paremos en ella. Si
se dice “Vete con tu puta madre” se
le anima a alguien a irse a espanzurrar pero cuando se dice “Fuimos de puta madre” quiere decir que
el viaje transcurrió sin dificultades. Por lo general, cuando se dice “de puta madre” es que es bueno o ha
quedado bien pero si decimos “su puta
madre” referido a algún acontecimiento es que algo ha salido mal.
Llamarle a alguien “hijoputa”,
“hideputa” o “hijo de la grandísima puta” es un insulto de los gordos, no
obstante muchas veces nos referimos a algún con un “¿Qué pasa hijoputa?” aunque hay que tener mucha confianza con él
para llamarlo así. A veces también decimos refiriéndonos a alguien “¡Qué hijoputa!” para referirnos a
alguien con una cualidad especial o que ha logrado algo digno de mención.
Ser “el puto amo”
es destacar en algo, hacer algo muy bien, pero cuando quieres quitarte a
alguien de encima y denostarlo se le manda “a
la puta mierda”. Hacer mención a “la
puta que lo parió” es denigrar a alguien aunque en lenguaje coloquial
también se usa entre colegas para destacar algún logro o cualidad. Y está claro
que “…una putada” es una faena que te
hace alguien, un contratiempo o un revés.
El “joder” tiene también lo suyo. Se es un “jodido” si eres
retorcido y difícil de tratar aunque la acepción más común para “estar jodido”
es pasar una mala situación. “¡Que te jodan!” es como una maldición que le
deseas al prójimo y “¡joder!” a palo seco y a bote pronto es signo de
contrariedad y enervamiento, aunque existen multitud de variantes y matices con
esta expresión tan manida. Andar “jodiendo la manta” significa incordiar y
“¡Hay que joderse!” implica resignación y aceptar las contrariedades sobrevenidas.
La “jodienda” tiene muchas expresiones
casi siempre negativas y el habitual “¡…no te jode!” se refiere a
asombro o rechazo, aunque su significado y usos son amplísimos.
No podemos olvidarnos de la hostia y el copón. Cuando algo
“Es la hostia” se refiere a que es algo grandioso o por lo menos de gran
tamaño, aunque su utilización es tan variopinta y con tan múltiples
significados que hay que acudir al contexto para saber de qué se está hablando:
“ese tío es la hostia”, “hizo la hostia”, “aquello fue la hostia”, “jugó de la hostia”, … sin olvidarnos de la
imprecación “¡Hostia!”, “¡La rehostia!” y todas las maneras suaves de decirlo
que la pacatería ha diseñado a lo largo de los años: “¡La ostrivirí!”, “¡La
hosmia!”, “¡Hostitú!” “¡La Hordiga!”, “¡La Hospitalera!”, etc.etc.etc.
Y por supuesto solemos combinar unas imprecaciones y otras y
aliñarlas con insultos de lo más variados e imaginativos. A los clásicos
“cabrón”, “maricón”, “idiota”, “atontado”, “gilipollas”, “bobo”, “animal”,
“cerdo”, “capullo”, “caraculo”, “chulo”, “estúpido”, “gamberro”, “huevón”,
“imbécil”, “anormal”, “macarra”, “majadero”, “mamarracho”, “metepatas”,
“necio”, “palurdo”, “paleto”, “pardillo”, “pedante”, “pelele”, “pelma”,
“pringado”, “ridículo”, “ruin”, “soplapollas”, “soso”, “tontolaba”,
“vacaburra”, “vaina”, “zafio”, “zascandil”, “zorrón”…. podríamos añadirles miles y miles en un inventario casi imposible de enumerar.
Dejémoslo aquí, que ya me he cansado y, pienso, que con esta
breve reseña, el guiri que se asome a
nuestra lengua tendrá una buena dosis de conocimiento para poder conversar y
entender nuestro amplio léxico juramentil,
orgullo de nuestra lengua e idiosincrasia patria. Amén.