Pareciera que el sentido común es una de las facultades
mejor repartidas, a tenor de lo satisfechos que estamos todos, de la parte que
nos ha tocado. Una recién estrenada plataforma, Osasuna eta eskubideak, convoca
marchas en las cuatro capitales vascas para el próximo sábado 26, contra la “versión
oficial del covid-19”. No parece ser, a
pesar de su nombre, un movimiento de apoyo a los derechos de las personas que
trabajan en la sanidad, ni a los científicos que se afanan en encontrar una
vacuna que nos prevenga, ni al conjunto de profesionales que intentan parar la
pandemia. Su objetivo parece que es la lucha contra el desarrollo de la red de
telefonía 5G que se quiere implantar y denunciar el uso que se está haciendo de
la pandemia para llevar a cabo una “gran manipulación, consistente en quebrar
los Estados, robotizar la producción y controlar a la población”. Afirman que “no
se puede hablar de pandemia porque no han muerto un millón”, todavía.
Los detractores de la telefonía llevan años advirtiendo
sobre los efectos dañinos de las ondas RF (radiofrecuencia) desmentidos una y
otra vez por la comunidad científica y por la evidencia de que, si hubiera algo
de cierto en ello, todos los que usamos los móviles a diario (y microondas, y
televisiones, y radios…) estaríamos abarrotando los hospitales con cánceres y
úlceras producidas por las dañinas emisiones. O igual es que el coronavirus en
realidad lo producen los teléfonos…
De todas formas, resulta paradójica la llamada de esta
organización para intentar parar el desarrollo de las redes de quinta
generación (5G) “hasta que se demuestre que no son inocuas” ya que lo que
habría que demostrar es que son perjudiciales, no que no son inocuas. ¿Cómo
demostrar algo que no es? ¿Tengo que demostrar mi inocencia o se tiene que
demostrar mi culpabilidad? Parece ser que el redactor del manifiesto se ha liado
un poco con las negaciones, ¿hay que parar el 5G hasta que se vea que es
perjudicial (no inocuo)? ¿Y si nunca se demuestra?
No puedo estar más en desacuerdo con esta convocatoria, toda
vez que se alimenta una teoría conspirativa sobre una enfermedad real y
novedosa que se está llevando a muchos de nuestros mayores (y no tanto), que
está golpeando las capas más desprotegidas de nuestra sociedad y que está agobiando
a los profesionales de la medicina y la sanidad de todo el planeta hasta
extremos extenuantes y sobrecogedores.
Aunque no fuera más que por respeto a su labor y esfuerzo,
se debería de medir los mensajes a la opinión pública y, no estaría de más,
reflexionar con quién nos estamos alineando a la hora de valorar la situación:
si con las tesis de los terapeutas, médicos y enfermeras que cuidan a diario
nuestra salud o con los partidos de extrema derecha que no dudan en alimentar
mentiras y miedos para sacar rédito político.
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