A los nuevos modismos léxicos como
“visionar”, “recepcionar”, “daño reputacional”, “perfil
bajo” o los manidos “tolerancia cero”, “sí o sí”,
“brutal” o “brutal no: lo siguiente”, hemos tenido que
incorporar a nuestra jerga cotidiana recientes vocablos y expresiones
de forma acelerada, a causa de la situación causada por la
propagación del virus que nos ha tocado en suerte. Entonces
descubrimos “el confinamiento” y empezamos a hablar de “la
curva”, su evolución, velocidad; luego hubo que doblarla,
enderezarla, frenarla, aplanarla... Más tarde vino la guerra de los
tés, de los teses o de los tests, que tampoco sé cómo se dice el
plural, las cifras que nos desgranaban sobre los afectados, a la par
que los uniformados daban cuenta de las infracciones y multas que
administraban para que nadie se saltase la cuarentena, o casi
nadie...
Buscamos al “paciente cero”
mientras nos decían que “todos éramos soldados” y muchos se
convirtieron en aprendices de disc jockey o en músicos amateurs con
mayor o menor fortuna... para el vecindario. Varias semanas después
tuvimos “la luz al final del túnel”, quizá sin percibir que,
como dice mi mujer, tras un túnel lo que viene es... ¡otro túnel!
Luego ha venido la “des-escalada”, que es como la escalada pero
al revés, con sus fases y sus indicadores pero tampoco aporta una
visión de conjunto que nos diga cuántos nos hemos infectado, por
cuánto tiempo, desde y hasta cuándo vamos a lidiar con el virus,
cómo influirá la marcha que lleven nuestros vecinos con el tema y
cómo nos va a seguir afectando una vez nos empiecen a dar suelta,
con “la nueva normalidad”.
Este concepto ya indica una
contradicción implícita: está claro que “la nueva normalidad”
no va a ser como la anterior, ésa no va a volver. Será difícil
interpretar toda la casuística que se dará en el día a día, qué
se va a poder hacer y qué no y dónde y cuándo y por qué. Aplicar
la ordenanza será complicado y, seguro que con la delicadeza que les
caracteriza, los señores y señoras dedicadas a hacer guardar la
normativa, van a tirar por la calle del medio en cuanto se les
plantee la más mínima duda: de momento la receta y luego ya veremos
si te comes una gragea o ponemos un supositorio. Si a ello unimos las
nuevas medidas, para restaurantes, bares y terrazas, las colas que se
formarán en las puertas de los comercios, paseantes ansiosos por el
encierro con y sin mascota, patinetes, bicis, overboards, segways,
monociclos, scooters, sillas eléctricas y la marabunta de gente que
le ha dado por hacer deporte, la calle va a estar todavía más
congestionada que en sanfermines. Sólo van a faltar los
australianos. La afición que le ha entrado a todo quisque con lo de
correr sólo se va a ver superado por el ansia de ocupar una de las
escasas plazas de terraza que ahora van a estar más solicitadas que
el papel higiénico, la harina y la cerveza durante la cuarentena.
Habrá que encomendarse al Patrón, o a
la Patrona, para que les eche un capote a las autoridades y les
infunda criterio a la hora de gestionar el tránsito poblacional,
aunque siempre queda el recurso de confiar y seguir las instrucciones
del santo que nunca falla: San Itario de la Seguridad Social que, a
fin de cuentas, es el que tiene que decir lo que podemos o no podemos
hacer en esta crisis sanitaria.
Suyo, afectadísimo: Juanito Monsergas
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