martes, 25 de noviembre de 2025

ESTUPIDEZ 1 El fenómeno

 

«...a mí me amamantaron con sus pechos dos encantadoras ninfas, la Borrachera, hija de Baco, y la Ignorancia, hija de Pan (Ninfas inventadas por Erasmo); siempre las encontrarán en mi séquito, junto con el resto de mis seguidores y acompañantes. Si quieren saber de mí sus nombres, lo diré, pero por Hércules, deberá ser en griego.

Ésa que ven con grandes cejas no es otra que Filautía: el Amor Propio. Y ésta de ojos chispeantes y lista para aplaudir se llama Kolakía: Adulación. Ésta que ven media insomne y como si dormitara se llama Lethe: Olvido. A la que apoya sus dos codos y cruza las manos se la conoce por Misoponía: Pereza. La que aparece coronada de rosas y envuelta en perfumes es Hedoné: Voluptuosidad. La de ojos esquivos y mirada huidiza es Anoia: Demencia. Tryfe: Apatía, es conocida por su tersa piel y su torneado cuerpo.

Estos dos dioses que ven entre las ninfas, uno se llama Komom: Festín, y el otro Negreton Hypnon: Sueño profundo».

Erasmo de Rotterdam. Elogio de la estupidez.


Dudo mucho que, cuando el historiador económico italiano Carlo María Cipolla escribió su opúsculo Allegro ma non troppo, donde incluía Las leyes fundamentales de la estupidez humana, sospechara el éxito y la difusión que iban a tener las escasas treinta páginas de las que consta su ensayo. Lo cierto es que, a pesar de su brevedad, es mencionado en todos aquellos estudios que se atreven a tratar el tema de la estupidez. Veamos qué dice el señor “Cebolla”:

«La Primera Ley Fundamental:

Siempre e inevitablemente cada uno de nosotros subestima el número de individuos estúpidos que circulan por el mundo.

La Segunda Ley Fundamental:

La probabilidad de que una persona sea estúpida es independiente de cualquier otra característica de la misma persona.

La Tercera Ley Fundamental (ley de oro):

Una persona estúpida es una persona que causa un daño a otra persona o grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio.

La Cuarta Ley Fundamental:

Las personas no estúpidas subestiman siempre el potencial nocivo de las personas estúpidas. Los no estúpidos, en especial, olvidan constantemente que en cualquier momento y lugar, y en cualquier circunstancia, tratar y/o asociarse con individuos estúpidos se manifiesta infaliblemente como un costosísimo error.

El Macroanálisis y la Quinta Ley Fundamental:

La persona estúpida es el tipo de persona más peligrosa que existe.

El corolario de la ley dice así:

El estúpido es más peligroso que el malvado».



Para llegar a estas aseveraciones el señor Cipolla se basa en la interacción que mantenemos con el resto de la humanidad y, dado que el ser humano es un ser social, cada acción u omisión genera un coste y unos beneficios, unas pérdidas y unas ganancias, tanto para cada uno de nosotros como para los demás. La forma de expresarlo es a través de una gráfica en la que el eje de coordenadas horizontal (X o “abscisa”) indica la ganancia (o el perjuicio) que alguien obtiene con sus acciones y el vertical (Y u “ordenada”) los efectos producidos en otras personas. Así pues, dependiendo de en qué cuadrante nos situemos podemos ser calificados de Inteligente, si nuestra acción ha generado un beneficio propio y también ajeno (cuadrante superior derecho), Incauto, si hemos generado un beneficio a otro o a otros pero hemos salido perjudicado (cuadrante superior izquierdo), Pirata, si nos hemos beneficiado perjudicando a otro o a otros (cuadrante inferior derecho), o Estúpido si con nuestra actuación hemos causado un perjuicio a otro o a otros y además nos ha perjudicado.

A pesar de la claridad que aporta este sucinto texto, hay dos cosas en las que más de un autor discrepa de este divertido análisis: la separación entre tontos y listos y el porcentaje invariable de gente estúpida que existe en una población (símbolo ε en el texto) y que según el economista italiano es una constante en cualquier grupo o sociedad humana.



Según Ricardo Moreno en su Breve tratado sobre la estupidez humana, «No es tonto quien dice tonterías, sino quien se apega a ellas como si de un recuerdo con valor sentimental se tratase» y que «...al hablar de tontos y listos no se ha de entender seres químicamente puros... sino... las dos partes que conviven en cada uno de nosotros. Ahora bien, si no hay personas completamente inteligentes, sí los hay completamente tontos».

También Giancarlo Livraghi en su libro El poder de la estupidez dice: «Lo que se echa en falta... es el tomar en consideración nuestra propia estupidez que se da incluso en la gente más despierta. … Es esencialmente cierto que ninguna categoría humana es más inteligente -o estúpida- que otra. … Casi nadie es estúpido por completo y nadie puede confiar en ser siempre inteligente. … necesitamos tomar en consideración el componente de estupidez … que existe en todos nosotros. Todos y cada uno de nosotros podemos tender más a la estupidez en cierta clase de circunstancias que en otras».

Alfredo Ramírez en su Teoría General de la Estupidez Política afirma que «Como si de una inevitable enfermedad se tratara... de todos los seres humanos se puede sospechar que poseen el virus de la estupidez. … No existen, en definitiva, personas estúpidas y personas no estúpidas... todos podemos ser estúpidos en un determinado momento». Y al tratar la estupidez apunta «... no busca servirse de la palabra estúpido en su sentido coloquial, sino en el técnico. Estúpido es aquel que hace estupideces. Y estupideces son actos que perjudican a terceros y a uno mismo. Nada más.»

En referencia a la aseveración de Cipolla de que el número de estúpidos en cualquier momento histórico y en cualquier sociedad dada es una constante, discrepa al sostener que «La estupidez no es algo estable y que afecte a un número fijo de personas sino algo que, en potencia, de modo latente, nos afecta a todos y que en cualquier momento puede mostrarse y tener efectos tanto sobre nosotros como individuos aislados, como sobre toda la colectividad.» Y defiende que «...en el presente, desde finales del siglo XX y lo que llevamos del XXI, la estupidez potencial que toda la sociedad comparte está en franco crecimiento.» Y parece cierto que, si bien algunas personas estamos erradas en algunas de nuestras acciones, las hay que deberían de estar herradas.



Entre las muchas referencias a las que se alude al tratar el tema de la necedad se suele recurrir al Principio de Hanlon, según el cual «no se ha de atribuir a la maldad lo que pueda ser explicado por la estupidez», inspirado a su vez en La Navaja de Ockham, principio filosófico y metodológico según el cual «en igualdad de condiciones, la explicación más simple suele ser la más probable».

Otro de los dichos que se suele mencionar es la Ley de Murphy, «si algo puede salir mal, saldrá mal, en el peor momento posible» y, a pesar de su carácter pesimista, incide en la cantidad de veces que las cosas se tuercen por un error que hemos cometido, por no haber hecho las comprobaciones necesarias, por no haber tenido en cuenta una variable de efecto inesperado o por confiar en alguien que no ha hecho bien las cosas... en definitiva por una estupidez. Como dice Giancarlo Livraghi, «es un recurso para la inteligencia saber que es prácticamente imposible evitar lo inesperado, porque nunca está en nuestra mano controlar todas las variables, o porque algunos factores externos (que no podemos controlar) entran en juego cuando menos lo esperamos». En palabras de Douglas Adams, escritor y guionista inglés, «La diferencia principal entre algo que puede salir mal y algo que de ningún modo puede salir mal es que, cuando sale mal algo que de ningún modo podía salir mal, lo más común es que resulte imposible de resolver o remediar».

La ley de Parkinson es un libro que trata de por qué las cosas salen mal y no es muy querido por muchos teóricos de la gestión porque en él se dicen demasiadas verdades incómodas. «El trabajo se expande hasta ocupar todo el tiempo disponible para su desarrollo completo». Explica también cómo crecen las organizaciones de forma incoherente como fruto de mecanismos jerárquicos y anomalías funcionales sin generar nada valioso para el mundo exterior. Muchas veces las reducciones de personal se hacen para incrementar el beneficio a corto plazo sin mermar los excesos de plantilla en cargos inútiles y entorpecedores. Otra enfermedad descrita por Parkinson es la Ingelitencia: «el ascenso a los puestos de autoridad de personas que sienten celos ingentes del éxito ajeno al par que se caracterizan por la incompetencia. Se reconoce a la persona ingelitente por la terquedad con la que se esfuerza por expulsar a todos los que son más capaces que él mismo».



Un texto que se ha difundido mucho sobre La sana ciencia de la Jerarqueología, al decir de su autor, es El Principio de Peter: «Los miembros de una organización (que se rija por la meritocracia) prosperarán hasta alcanzar el nivel superior de su competencia y luego los ascenderán y estabilizarán en un puesto para el cual son incompetentes». Este principio ha dado origen a otras variaciones y diversos corolario como El Principio de Dilbert, de Scott Adams: «Las personas menos competentes y menos inteligentes ascienden a los puestos donde menos daño pueden causar: la dirección». «El concepto de meritocracia es cada vez más manido y menos auténtico ya que se asciende a alguien por la protección de un poder oligárquico, favoritismo, sumisión, intrigas y otras razones que poco tienen que ver con la capacidad profesional del promocionado. Para intentar resolver los problemas de incompetencia en los niveles altos, algunos consultores sugieren maniobras con apelaciones tan rimbombantes como “sublimación percusiva” o “arabesco lateral”, que no es otra cosa que desplazar (hacia arriba o hacia un lado) a los incompetentes situados en la jerarquía, de modo que ocupen lugares de mera apariencia».

Existen casos que van más allá del Principio de Peter, promoviendo a un nivel superior a alguien que ya demostró ser incapaz en el puesto anterior. Muchas veces los juegos de poder y las intrigas de oficina se imponen al mérito y a la calidad y de esa forma se incrementa y multiplica el poder de la estupidez.



Así pues y teniendo en cuenta lo arriba mencionado, Livraghi establece tres corolarios.

«Primer corolario: En cada uno de nosotros reside un factor de estupidez que es siempre mayor de lo que creemos».

Nuestra parte alícuota de estupidez es siempre minusvalorada por nuestra vanidad, nuestro orgullo... y porque es muy frustrante darse cuenta de los errores cometidos. Podríamos decir que la estupidez es inhehiriente a la raza humana, por lo consustancial y doloroso que resulta reconocer los errores.

«Segundo corolario: Cuando la estupidez de una persona se combina con la estupidez ajena, el impacto crece de forma geométrica; esto es, por la multiplicación, no por la adición, de los factores de estupidez individuales».

La multitud como un todo es mucho mas estúpida que cualquiera de las personas que la conforman, consideradas individualmente. En manada somos más estúpidos y nos dejamos influir por los individuos más atrevidos.

«Tercer corolario: Combinar la inteligencia de distintas personas es más difícil que combinar la estupidez».

La estupidez es tonta. No necesita pensar, organizarse ni planificar nada con cuidado para generar un efecto conjunto. Transferir y combinar la inteligencia es un proceso mucho más complejo.



En referencia a lo peligrosa que resulta la estupidez, Ricardo Moreno razona que: «La estupidez es más dañina que la maldad, porque es más fácil luchar contra la segunda (porque actúa con una cierta lógica) que contra la primera (que carece de ella). Si pudiéramos suprimir la maldad, el mundo sería un poco mejor. Pero si pudiéramos suprimir la estupidez, el mundo sería muchísimo mejor». «... el motor de la historia es la estupidez y sus derivados (la arrogancia, la hipocresía, la intolerancia, el fanatismo, la envidia, los prejuicios, la ambición desmedida, la avaricia...) y la estupidez carece de leyes y de normas».

En definitiva, su peligrosidad radica en ser imprevisible e incansable y en que, como decía Bertrand Russell, «Gran parte de las dificultades por las que atraviesa el mundo se deben a que los ignorantes están completamente seguros y los inteligentes llenos de dudas». Los inteligentes, los malvados y los incautos son conscientes de su conducta pero el estúpido no. Como bien dice Ricardo Moreno, «Los tontos ignoran su propia limitación y ni se les pasa por la cabeza la posibilidad de que hacen tonterías igual que cualquier otro ser humano, y no consideran necesario reflexionar sobre su manera de hacer ni mucho menos sobre la responsabilidad que pueda corresponderles de sus propios fracasos».



Pino Aprile, en su Nuevo elogio del imbécil argumenta que «en nuestro planeta, la norma para sobrevivir es “ser muchos o ser fuertes”, no una cosa y la otra». Nuestros antepasados no eran muchos ni eran fuertes pero desarrollaron una nueva vía de salvación: la inteligencia. Hoy en día la cosa es bien diferente ya que somos muchos y nuestras capacidades suponen una amenaza para el equilibrio del ecosistema que es la Tierra. «Para la especie humana el riesgo no es la extinción sino la multiplicación...» y como consecuencia «la inteligencia ya no es necesaria y está siendo eliminada».

Otro de los aspectos que menciona el escritor es la agresividad intraespecífica, el impulso profundo a exterminar al prójimo, colectiva e individualmente que tiene su máxima expresión en las guerras, donde perecen los mejores y los más válidos, quedando para asegurar la continuidad de la especie los inútiles, los cobardes y los necios. También asegura que «Toda forma de organización social (monarquía, teocracia, dictadura, democracia...), actúa contra la inteligencia y sus expresiones. El poder, en cuanto puede, quema primero los libros y luego a los autores». Es verdad que solo entre los humanos el hijo del rey se convierte en rey aunque sea un cretino y que en democracia vale lo mismo un voto de un necio que el de un superdotado.

Afirma asimismo que «El ser humano no es producto exclusivo de la naturaleza; junto a esta actúa otra gran fuerza: la cultura». Así pues «Todo golpe de genio, todo invento, bien en forma de objeto o en forma de acción, deja un utensilio y un utensilio es aquello que puede utilizar hasta el más idiota».

Mencionando también el principio de Peter, se pregunta como es posible que, a pesar del aumento de la estupidez, la sociedad siga su camino y llega a la conclusión de que «Si la imbecilidad fuera negativa para nuestra especie, ocurrirían dos cosas: o nos habríamos extinguido hace tiempo o no habría imbéciles. La supervivencia de nuestra especie depende ahora de la imbecilidad como antes dependía de la inteligencia». En cuanto a lo que sostiene las estructuras sociales, las burocracias, declara que «Tienen una función positiva, no pese a que aumenten el número de tontos, sino precisamente por eso» y que «La estructura social obliga a los individuos a ceñirse a comportamientos establecidos pues si no la jerarquía se vendría abajo».

Según él, la característica dominante de una organización es la mínima que se exija para formar parte de ella. «Vivir en sociedad, tiene un efecto depresivo porque supone una nivelación por lo bajo. Cuando las personas se juntan se vuelven más tontas». Afirma que el cerebro existe para resolver problemas. Es su razón de ser. Solo el ejercicio mantiene vivas las capacidades. «Si el cerebro deja de utilizar sus neuronas o parte de ellas, segrega una toxina que las envenena y las destruye». Lo que no se usa se elimina.

Alerta sobre la saturación de las imágenes (que actúan sobre el cerebro dando respuestas más rápidas y menos analíticas), creando videodependencia (respuesta orientada, reflejo condicionado) y que cuanto más nos comunicamos entre nosotros, menos vale lo que decimos. A más flujo de información menor análisis y más pobre es el mensaje.

Y concluye: «La capacidad intelectual de nuestra especie se ha reducido, la cultura, la sociedad humana, no actúan para potenciar nuestras dotes intelectuales sino que las disminuyen, nos vuelven imbéciles». Aunque finalmente parece mostrarse esperanzado al afirmar que «Tal vez mucha inteligencia sea mala, pero es lo único que tenemos; es y seguirá siendo nuestra riqueza, lo que nos salva».



El escritor austríaco Robert Musil, en su conferencia Sobre la estupidez impartida en Viena en marzo de 1937, establece que «la palabra estupidez abarca dos tipos en el fondo muy distintos: una estupidez franca y sencilla y otra que, de modo algo paradójico, es incluso un signo de inteligencia. ... La estupidez franca es un poco dura de mollera y tiene lo que suele llamarse malas entendederas. ... A esta estupidez franca se le opone la estupidez más elevada y con pretensiones, que es una interacción insuficiente entre las unilateralidades del sentimiento y un intelecto que no basta para refrenarlas» y la compara con mirarlo y juzgarlo todo por el único ojo de una cerradura. «La estupidez aquí indicada no es ninguna enfermedad mental y, sin embargo, es la más peligrosa enfermedad de la mente.»



Johan Eduard Erdmann, discípulo de Hegel y profesor en la Universidad de Halle, en su conferencia impartida en Berlín en 1866, también titulada Sobre la estupidez afirmaba que «la estupidez debería definirse como el estado mental en que el individuo se considera a sí mismo y la relación consigo mismo como único criterio de la verdad y el valor: lo juzga todo a partir de sí mismo.» Y recuerda que en esa Arcadia (en la de la estupidez) nacimos todos y fuimos volviéndonos sensatos de forma gradual, por lo que en todos nosotros se encuentran restos de lo contrario, y es por ello que, muchas veces la tontería, la estupidez, el dislate, nos arranca la hilaridad y «nada contribuye tanto a nuestra ilustración como ver o escuchar verdaderas estupideces de vez en cuando.»


Suyo, afectadísimo: Juanito Monsergas



No hay comentarios:

Publicar un comentario