Desde luego... somos de lo que no hay!.
Hemos estado un montón de semanas paralizados en casa sin escuelas
ni parques, ni oficinas, sin bares, ni restaurantes, ni fútbol, ...
nada de lo que solíamos hacer a diario, sólo comprar lo
imprescindible y mientras tanto nuestros mayores fallecían por
miles, desolados y sin amparo familiar, en residencias, geriátricos
y hospitales. Afortunadamente la sanidad ha respondido con eficacia y
una gran dosis de esfuerzo y abnegación en unas condiciones
excepcionales y muy complicadas con gran riesgo para su salud.
Doblamos la curva y vimos la luz al final del túnel gracias a esas
personas. Ahora, en plena nueva normalidad, que por lo visto
consiste para algunos en volver a la actividad pre-covid pero con la
mascarilla en el codo, la memoria se torna débil, nuevos brotes se
producen amenazando una posible vuelta al confinamiento y se constata
que el virus sigue entre nosotros y que no podemos volver a nuestros
hábitos anteriores a la epidemia. Hay ganas de juntarse, que para
algo somos mamíferos y nos conforta el contacto y el roce,
acostumbrados como estamos a celebrarlo casi todo. No pensaba yo que
los “nosanfermines 2020” iban a ser tan recatados y sin embargo
no dejan de salir nuevos casos de contagio a poco que nos juntamos
con amigos y familiares. De todas formas no faltan los ejemplos de
comportamientos inadecuados... partidos de fútbol entre contagiados
y sanos, porras para ver quién se contagia primero, multitudinarias
celebraciones balompédicas, nutridos botellones, insensatas
aglomeraciones … baja la edad media de los contagios y se
multiplican los casos por toda la geografía, especialmente en las
poblaciones más numerosas, como era de esperar.
Mientras tanto... las residencias no
han cambiado de modelo, gestionadas por avariciosas empresas que
exprimen el negocio de la atención geriátrica. Hacinados e
indefensos, los ancianos siguen soportando unas condiciones de
alimentación, masificación e higiene inaceptables, ignorando si
van a poder ver a los suyos cuando esta vida se apague, resignados a
la suerte que les ha tocado de no poder decidir el final del camino y
ser sólo una plusvalía en el balance de un fondo buitre que malpaga
a sus siempre insuficientes cuidadoras y cuidadores. Trabajadores
sociales, dependientes, cajeras, transportistas, temporeros, etc,
profesiones hasta ahora no reconocidas pero imprescindibles en estos
complicados momentos, siguen jugándose la salud por un exiguo
salario que apenas les da para sobrevivir. Médicas, enfermeros,
asistentes sanitarias, intentan volver a su saturada rutina de antes
de la Covid temiendo lo que les viene encima. Mucho aplauso y mucha
foto pero, como decía aquel artista callejero, “los aplausos están
muy bien, son ustedes muy amables, pero con eso yo no como; echen
dinero”. Deberíamos confiar en que nuestros políticos entiendan
la importancia de preservar, cuidar y mejorar la sanidad pública, no
para el futuro sino para ya: ardua labor.
Centros educativos cerrados, comercios
y empresas al borde de la quiebra, hospitales y centros de salud
abarrotados y la población a punto de envenenarnos de tanto gel
hidroalcohólico y mientras tanto el fútbol, aun sin gente en los
estadios, resuelve los partidos pendientes y prepara el mundial de
Qatar, no vaya a ser que se les desmorone el tinglado macroeconómico
que tienen montado, los propietarios de bares de copas y discotecas
claman por sus negocios y reclaman volver a la vieja normalidad,
las playas rebosan de bañistas ansiosos y los montes se llenan de
senderistas inquietos, incapaces de comprender que el patógeno no
responde a nuestra lógica. Un cartel de grandes proporciones
advierte: “Este virus lo paramos todos juntos”. No sé yo si...
Suyo, afectadísimo: Juanito Monsergas
yo tampoco lo sé, es más,cada vez tengo más dudas que lo lleguemos a parar, ni con vacuna que algunas farmacéuticas están ya frotándose las manos con sus ganancias
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