jueves, 18 de marzo de 2021

IDENTIDADES

 

En una reciente entrevista al escritor e hispanista Ian Gibson en el suplemento ON de Diario de Noticias, la persona que le entrevistaba se sorprendía de la propuesta de una república federal ibérica con Portugal y dudaba de cómo les sentaría a algunos lo de ser vasco e ibérico a la vez.


En estos agitados tiempos en los que la enseña nacional parece que debe ondear en pulseras, mascarillas, balcones, ropa, concentraciones políticas, deportivas… parece que lo prioritario sea dejar constancia de a qué grupo se pertenece: los buenos navarros, los auténticos vascos, los españoles de pura cepa, la conciencia nacional decimonónica en un mundo sin distancias pero con fronteras. No son pocos los “exaltamientos” identitarios de distinto pelaje que, agitando trapos de colores, buscan chivos expiatorios y claman que la patria está en peligro y ellos están aquí para salvarla, aunque lo que corra riesgo no sea otra cosa que la idea que tienen ellos de “patria”.


Sus tradiciones y creencias dejan claro quiénes son los buenos ciudadanos, los patriotas auténticos, los que merecen gloria y honor, porque Dios, la razón o la historia está con ellos y bendice sus afanes. Su civilización, su acervo, es superior al de los demás porque son poseedores de la “verdad”, son los elegidos para regenerar el mundo y convencer, por las buenas o por las malas, al disidente, al diferente, al díscolo. Parece que la propia identidad se engrandece conforme denosta la de los otros y siempre hay que echar la vista atrás para recuperar las esencias primigenias, idílicas y puras como nunca nadie hubiera imaginado.


Se diría que le tienen miedo a contaminarse, a que otras culturas, otras formas de ver la vida, les fueran a intoxicar su doctrina e ideales, cuando la realidad es que la mezcla y la adaptación son las que nos han traído hasta el presente. ¿Acaso no abundan las aportaciones foráneas en lenguas, folclore, ciencia, alimentación, literatura... ? ¿No absorbemos las costumbres y saberes de otros pueblos? ¿No se conforma nuestra personalidad e idiosincrasia con el contacto y la relación de los demás? ¿Tan difícil es pensar que se puede pertenecer a muchos grupos a la vez y que cada pertenencia te proporciona influencias que suman conocimiento, sensibilidad, espíritu crítico y capacidad de análisis? ¿No somos los humanos emigrantes desde que salimos de África? ¿No sería más lógico pensar en identidades acumulativas y no excluyentes?


Como bien dice Amin Maalouf en su indispensable “Identidades asesinas”: Se debería animar a todo ser humano a que asumiera su propia diversidad, a que entendiera su identidad como la suma de sus diversas pertenencias en vez de confundirla con una sola, erigida en pertenencia suprema y en instrumento de exclusión, a veces en instrumento de guerra.


A fin de cuentas, no hay ningún mérito en nacer en un lugar o una época dadas, la identidad no es algo estático y determinado, la construimos con nuestras historias, anhelos e ilusiones pero también con las interacciones e influencias con el resto de seres humanos. En el fondo no somos más que una proyección de los demás encapsulada en nuestra propia experiencia.


Suyo, afectadísimo, Juanito Monsergas