domingo, 19 de enero de 2020

POR ENCIMA DE NUESTRAS POSIBILIDADES



Muchas son las voces que nos conminan a concienciarnos sobre el penoso estado en el que estamos dejando el planeta, la crisis climática cada vez más evidente, el agotamiento de los recursos y la falta de futuro para muchas especies, entre ellas la nuestra. Desde los medios de comunicación nos alertan del peligro insostenible en el que nos encontramos y nos exhortan a cambiar de hábitos si no queremos destruir definitivamente el medio ambiente en el que vivimos.

Tiene su gracia, si no fuera porque nos va la vida en ello (y la de las futuras generaciones), que echen sobre el ciudadano de a pie la responsabilidad del impacto que está teniendo sobre la naturaleza terrestre nuestra forma de vida. Un modelo basado en el mercantilismo, la especulación y la acumulación de capital, que ha decidido por todos nosotros qué tipo de productos, tecnología, energía, transporte, ocio, etc debemos consumir. Después de setenta años llenando de plástico todo lo que nos rodea, como un rey Midas de plexiglás, ahora nos alertan a los consumidores de que debemos cambiar de costumbres y cargan sobre nuestros hombros la tarea de buscar nuevas formas de uso, producción, consumo y desarrollo, como si ello fuera ajeno a un modelo político, social y existencial y, en definitiva, de gestión de recursos y redistribución de la riqueza. Nada nos es extraño, y ahora más que nunca, el concepto “global” nos hace ser totalmente interdependientes y corresponsables de lo que ocurre en este planeta.

Pero podemos estar tranquilos: la empresa (sistema integrado de gestión) encargada de gestionar nuestros residuos, la basura que producimos en nuestro país, vela por el medio ambiente y cobra una tasa por todo aquello que tiene las dos flechitas, cual yin-yang del reciclaje. Esa tasa, repercutida por las empresas en el precio final del producto, no parece convencer a los productores de evitar profusos embalajes y residuos ni preocupar a la compañía que interactúa con administraciones, ciudadanía y empresas del ramo, puesto que cobra por emisión y paga por recogida. Seguir la pista del dinero clarifica intereses y voluntades, y más si esa empresa está gestionada por las multinacionales que se reparten el pastel del producto y el consumo.

Mientras tanto el espectáculo sigue: el campeonato del mundo de fútbol se va a celebrar en Qatar, donde los campos de fútbol, los grandes almacenes al aire libre y las calles gozarán de aire acondicionado para combatir las altas temperaturas. Un milagro que construyen un millón y medio de trabajadores inmigrantes, hacinados en albergues chapuceros y en régimen de semiesclavitud. La organización, no obstante, alardea de los millones de árboles que van a plantar, las desalinizadoras con lasque van a depurar el agua marina o el megaparque solar que proveerá de energía a este mastodonte de derroche y opulencia en el país con la renta per cápita más alta del mundo.

Ya veremos si la “sostenibilidad” que nos van a “administrar” a la plebe los que sí tienen opciones de cambiar las cosas nos convence, finalmente, de que la democracia está por encima de nuestras posibilidades.

Suyo, afectadísimo: Juanito Monsergas

sábado, 11 de enero de 2020

Un consuelo



En estos tiempos convulsos en los que la primera potencia mundial se permite un ataque preventivo, asesinando a la segunda personalidad de un país soberano de más de ochenta millones de personas y éste responde atacando bases de aquel país y derribando erróneamente un avión comercial de un tercer país que pasaba por allí, no por ello deja de impresionar el resto de noticias de un telediario que va, desde la escalada conflictiva que ya he mencionado, pasando por el errático clima provocado por la acumulación de desechos humanos que el planeta se muestra incapaz de digerir, hasta la promoción del espectáculo de un concursito televisivo de jóvenes promesas del mundo de la canción, el fructífero mundo del rey de los deportes en tierras cataríes o los estragos sanitarios que provocan las “influencers” de las redes sociales en las adolescentes ávidas de soluciones milagrosas a su acné. Todo ello ha de tener cabida en la hora escasa en la que se da repaso al estado del mundo.

Nos llega también la noticia de que en otras latitudes ya se empiezan a prohibir las estufas en las terrazas hosteleras, debido al derroche energético que supone calentar la calle con una estufa de dos mil vatios y a que, en ocho horas funcionando, emite tanto CO2 como un automóvil que efectúa un trayecto de 60 kilómetros. A nadie se nos ocurre calentar la calle (o no se nos debería ocurrir, aunque también hubo quien asó la manteca…) pero está claro que las terrazas hosteleras generan mucha plusvalía y el dinero siempre ha sido una razón de peso.

Ahora son los coleccionistas de coches antiguos, aquellos locos con sus viejos cacharros que podemos ver en exposiciones y rallys al uso, conservados y reparados una y mil veces –los coches, y algún que otro coleccionista-, los que protestan y muestran su enfado por las limitaciones que se les pone en algunas ciudades para poder circular en ciertas zonas los días de alta contaminación. “¡Si se hunde el mundo que se hunda…!”, ¿dónde he oído yo antes eso?

La superpoblación, el consumo y la alteración de las condiciones climáticas de la Tierra empiezan a ser evidentes y no son pocos los científicos que alertan sobre ello. Es necesario un cambio de hábitos que impida generar tanta y tanta basura que nuestro frágil hábitat se muestra incapaz de asimilar. Sin embargo no faltan voces que subestiman el peligro que supone nuestro modelo de vida occidental en el deterioro medioambiental. Y no les falta razón: no es fácil que muramos envenenados por la contaminación, probablemente tengamos más posibilidades de perecer por un conflicto nuclear. Un consuelo.

Suyo, afectadísimo:
Juanito Monsergas