domingo, 22 de enero de 2023

CARNAVALES DE ANTAÑO EN PAMPLONA



Fotografía de Francisco Eugenio Menaya en su estudio
(Fotografía tomada del blog de Fco. Javier Zubiaur Carreño con su autorización)
https://www.zubiaurcarreno.com/pintor-navarro-paco-menaya/


INTRODUCCIÓN


Entrevista realizada a Francisco Eugenio Menaya, con motivo de los Carnavales de Pamplona de 1983, en su casa de la calle Sangüesa, donde nos concedió varias horas de su tiempo, relatándonos sus vivencias y percepciones infantiles sobre los carnavales anteriores a la prohibición de Primo de Rivera en el año 1924, lo cual recogimos en una grabación donde trasmite, con gran viveza y lujo de detalles, un intenso cuadro costumbrista de la época, de las actitudes humanas y sociales, con un colorido anecdotario tragicómico desde los ojos de un niño que se convirtió en un apasionado pintor. En 1958 sufrió una ceguera irreversible, a pesar de la cual prosiguió pintando durante muchos años con una gran entereza y mucho esfuerzo.

Su conversación de tintes teatrales expresa, con fuertes pinceladas y a veces humor negro, la versatilidad del ambiente y la riqueza gestual de los variopintos personajes, que sus descripciones nos aproximan como si asistiésemos a una representación callejera de Pamplona en aquellos años.

Para una semblanza más profunda de este polifacético hombre, remitimos al siguiente enlace.

https://www.zubiaurcarreno.com/pintor-navarro-paco-menaya/

A continuación se transcribe la grabación efectuada en febrero de 1983 sin modificar el tono coloquial y literal de su relato, estructurado en los diversos aspectos del Carnaval pamplonés.


CARNAVALES DE ANTAÑO


Retrato de estudio: Niños disfrazados 1890 ca. Autor Emilio Pliego. Colección Municipal Fototeca de Pamplona.


Claro, yo os hablo de los carnavales de mi época, de cuando era niño, así tienen que ser para que sean viejos y gustosos, pues entonces tengo que hablar... domina lo que yo os diga la curiosidad de un niño, ¿verdad?. A base de eso está toda mi conversación. Poca actuación pero gran curiosidad ¿comprendéis? Luego, a través de esa curiosidad, vais a escuchar estas cosas. La curiosidad de un niño de diez años de aquella época.


Bueno, niño no se empleaba nunca porque era palabra de la gente gilipollas. Nosotros decíamos chicos, chavales o muetes. Si en la escuela alguna vez te decían... “porque el niño...”, “¡Joder! Le han llamau niño... ¡pues si es chaval!”.


Empezamos bajo la cosa histórica , como social, de las clases famosas: la alta, la media y la baja. Y la baja se adueñaba de la calle por Carnaval. También por San Fermín ¿eh?. Es popular, que en el término peor le llaman populacho, pero es popular, y en Carnaval aún era más. Porque... por aquello de que te disfrazabas y te tapabas la cara... ¡jolín! Te metías en plena impunidad... ¡y un hombre con impunidad es muy mala persona! ¿eh? ¡es peor que un perro! A mí me das impunidad cuando era joven y soy un canalla. Si tengo verdaderamente la impunidad sí... y además un ladrón, seguramente. Salta el instinto.


Pues, esa impunidad hacía que el que no era borracho se emborrachaba y hacía bestialidades. Y aquello del strip-tease pues... no eran gais ni maricones lo que había, no, no... porque se conservaba la cosa sexual íntima, quizás estaría profunda y nosotros no la veíamos ¿no? Pero consistía en que, en términos generales, era que los hombres nos disfrazábamos de mujeres y las mujeres de hombres. Veis aquí esa cosa, ese intermedio ¿verdad?, esa cosa pedante que le llaman simbiosis o “chorras”. Pues eso, eso ocurría. Habría que estudiar a Marañón a ver qué decía...


Pero ocurría que … los maricones de ahora se ponen bragas de mujer y sujetadores porque son maricones ¿no? Pero entonces no. Nos remangábamos los pantalones de modo que nuestra masculinidad por dentro andaba ¿eh? Es distinto ¿no?


En esa forma, en general, las máscaras en la calle pues, había esa tendencia a que los hombres nos disfrazábamos de mujeres y las mujeres de hombres. El hombre de mujer tiene gracia pero la mujer de hombre no. Porque entonces la mujer no se cuidaba y tenía unos culos así, tremendos. Y se ponían pantalones prietos, las putas de la calle Santo Andía y aquello era de pena, porque iban al baile, al baile de La Gotera.


Fotografía de Vicente Isturiz de 1912. A la izquierda se ve el barracón de la Gotera en la calle General Chinchilla. Colección Municipal Fototeca de Pamplona.


El baile de La Gotera era un barracón donde están ahora los pabellones militares antiguos, bueno pues ahí estaba la famosa La Gotera, que era un cine donde le daban con un manubrio y había un explicador que decía... “y ahora sale el padre Benito y le persigue a la chica, miren, miren como le... de la puerta sale el otro tío...” Un explicador. Porque el invento de los rótulos vino después. Primero el explicador. Y eso era un cine, pero por Carnaval lo habilitaban como baile y lo llamaban La Gotera ¡ya te puedes imaginar por qué! Seguramente porque estaba lleno de goteras ¿eh?,oye, el origen del mote es fácil ¿no?


Y ahí iban todas las putas y los albañiles de Pamplona y los carpinteros y el peonaje. A rozarse con las “zurrupias” de la plazuela de la O... sí, sí, allí estaban el Quince y el Diecisiete y todos esos. El Quince era de a duro y el Diecisiete a dos cincuenta. ¡A durico el viaje! Y el otro ¡a medio durico el viaje!


Pues esas iban con unos culos terribles, porque tenían la mala geta y el mal gusto de vestirse con pantalones muy prietos y allí iban las putas con unos culos enormes e iban vestidas de... fíjate... ¡de marineros! Se usaba mucho el disfraz de marinero, no sé por qué, tenían esa afición a la marinería ¿verdad? Yo no sé por qué al mar... las putas hacia el mar... no sé, pero ahí se veía una tendencia, una vocación marinera de las putas de Pamplona. Porque llegaba el Carnaval ¡y se vestían de marineros!


Oye pero fijaos qué marineros, con un pantalón hasta aquí y prieto prieto, con las piernas al aire no, porque el Gobernador las habría metido a la cárcel... Oye, todo esto hablo en serio, yo seré un cachondo pero digo la verdad. Mira, entonces se podían usar lo que se llamaban las mallas, unas medias de color carne más o menos, color rosa, color carne tampoco era, con medias tenían que ir, siempre que fueras cubierto podías ir. Las bailarinas en el teatro salían con mallas en las piernas ¿qué os parece? ¡ah claro! la desnudez así de... ¡carne a la vista! eso no se podía. Pues así era el Carnaval. Al baile de la Gotera todas las putas,,, ¡ras, ras, ras!... y su gorrico de marinero.


Y los chavales, entonces entre los que me cuento, íbamos a ver... ya entonces el nombre de putas era como un juramento, para un chico de aquella época de diez años era una palabrota... sigue siendo pero ahora se usa mucho, hasta en la tele. Pues entonces eran para nosotros “las malas”. “Las malas” de la plazuela de la O, “las malas” de la calle Santo Andía... pero los chavales con esa tendencia, esa curiosidad... la sexualidad no había entrado en nosotros, ni mucho menos, pero esa curiosidad ¿verdad?... como decían los curas... “¡curiosidad malsana! Hijos míos que me escucháis”. Esa curiosidad teníamos los chavales e íbamos a ver entrar a “las malas” al cine de La Gotera, todos los chavales... “¡que vienen las malas!” todos íbamos... ro, ro, ro... y a ver aquellos culos y aquellas medias. Los chavales decíamos... “¡mira, mira! ¡las malas!”... para nosotros “las malas” era una cosa terrible, como si por un momento, por unos días, salían del infierno y venían al mundo ¿verdad? Y luego se metían otra vez entre el bochorno y entre las llamas. Algo así eran “las malas” algo terrible, de unos pecados horrendos.


Y cuando íbamos a ver a “las malas” en el baile de La Gotera, los chavales todos íbamos disfrazados ¿eh? No íbamos así, como quien dice, de paisano. Íbamos disfrazados de viejas. Era el disfraz. Nos decíamos... “¿Tú de qué te vas a disfrazar?” “Pues como siempre, de vieja”. Y de vieja era coger las faldas de la abuela, que rozaban el suelo, aldeaban, de modo que levantaban todo el polvo. Después unos zapatos grandes, una chambra que se llamaba, que era estrecha de cintura y abullonada, un pañuelo negro en la cabeza y una careta de vieja. Y eras una bruja auténtica. Cogías una escoba nueva, la comprabas por un real y, antes de nada, la metías en las minetas para llenarla de mierda a conciencia y cuando estaba bien llena de mierda... ¡ala! ¡a incordiar a las mozas con la escoba!. “¡Eh! ¡No me conoces!” ¡Pum! A levantarles las faldas. “¡Ay, quieto cochino! ¡Mira como me has puesto!”. “¡A esas! ¡A esas!”.


Comedia infantil en las Teresianas 1926. Autor desconocido. Colección Municipal Fototeca de Pamplona.

Bueno, otro disfraz recurrente, aparte del disfraz de vieja, era con vestidos que estuvieran desproporcionados, porque el chaval por instinto y toda la gente sabe que el Carnaval es una cosa distorsionada, que tiene que ser por un contraste tremendo, es lo que se dice una cosa esperpéntica y ahí está la gracia del Carnaval. De modo que buscabas un contraste. Nos disfrazábamos de viejas o le pedías la chaqueta al padre o sus pantalones grandes y siempre había en casa un sombrero del abuelo, un sombrero de copa alta o bombín. Pues con sombrero y con la chaqueta y si no de viejas.


Y mucha gente iba así. Si uno era delgadico le pedía las ropas a un gordo y se las ponía ¡ya era ridículo! ¡ya era una cosa chocante! ¡ya era un esperpento en la calle! ¡Ya era Carnaval! Porque el gordo se las pedía a un flaquico e iba con las mangas que no le llegaban... también era esperpéntico y bonito... ¿no? Buscaban esos contrastes.


Todo eso está muy bien reflejado en la pintura. Yo que soy pintor, todo eso lo he pintado. Todo eso está muy bien reflejado desde hace mucho tiempo y sobre todo en la pintura del XVII de los Países Bajos, de David Tenier y los hermanos Brueghel, han hecho cuadros de carnavales... ¡entre aldeanos!. Sí, sí, en la pintura parece que un tío le está tocando el culo a una moza y están de carnavales. Y las danzas de Tenier es eso: campesinos disfrazados. Fíjate desde entonces hasta aquí ha seguido lo mismo y luego, actualmente, antes de morir Carnaval en el año 27, ya se inspiraban los pintores de aquí, como el famoso Solana... ¡Solana tiene unos cuadros de Carnaval que se caen del mundo! No hace falta mas que ver un cuadro de Solana para saber cómo disfrazarse por Carnaval, porque son informativos totalmente. Y claro, Solana... ¿qué es lo que más le chocaba a Solana? ¡las viejas! Se hinchó de pintar viejas. Las ponía con una bota o con una... hay una muy maja que está con una alcuza, o sea con una aceitera... la vieja está con una bota y con una aceitera. Y es un tío, eso desde luego. Y ahí se refleja que las viejas tenían su gracia, así que los chavales nos disfrazábamos mayormente de viejas.


El aspecto de la calle era como muy bullicioso, era... porque había... no era una orden pero sí una costumbre: por Carnaval desde que salías de casa, saltar. Ir por la calle a limpio salto. Eran unas fiestas, como decían los curas, exultantes. Claro, de alegría saltadora. Pues ahí salíamos los tíos vestidos de vieja, con las escobas sucias, a remangar las faldas a las crías y a todas las mujeres. Porque se formaba un paseo a eso de las cinco, de cinco a siete de la tarde, en el Paseo de Sarasate, para nosotros el Paseo Valencia, en la acera de San Nicolás, de un extremo al otro. Desde casa Baleztena, desde la Diputación, hasta la esquina de Navas de Tolosa, hasta casa Múgica.


En Carnaval no se quemaba ningún personaje ni había rey del Carnaval ni nada. El inicio del Carnaval se hacía sin cosa formal, cada uno a su aire, espontáneo, muy informal todo. ¡Tira! A salir disfrazado. Informal todo. No tenía ese bouquet, ese sabor de los carnavales vascos de Tolosa, con el Jueves Gordo, el Viernes Flaco, el Sábado Regular y el Domingo de Carnaval... que eso es un rito que se cumplía ¿no?, una cosa formalista, concreta, como con unas reglas del juego... pues eso no había. Ni había el Entierro de la Sardina, era una cosa totalmente informal, ya os digo. La gente salía disfrazada, iba al baile de La Gotera, o a otros bailes que se organizaban, y ya está. Sin ningún tipo de organización.


EL BAILE DEL CASINO PRINCIPAL



Paseo del Mediodía en la Plaza del Castillo 1900 ca. Autor desconocido. Colección Municipal Fototeca de Pamplona.


Como digo, había otros bailes que se organizaban en la ciudad. Fijaos, Carnaval y baile es una misma cosa, en todo el mundo ¿verdad? Si no hay danza no hay Carnaval. Pues... los estamentos también estaban presentes en esas fechas. La clase superior, los terratenientes, los abogados con pleito, los médicos famosos, toda la gente que cobraba el cupón, los ricos de la ciudad, tenían su baile, el baile elegante, el baile del Casino Principal, allá iban. Eso estaba exactamente encima del Iruña, del bingo, el Casino Principal, a finales del siglo pasado (XIX). Ahí se formaban bailes de disfraces y también los chavales íbamos a ver a las señoritas entrar al baile. Allá íbamos los chavales ¿verdad?


Y allí iban las señoritas vestidas de... de Dick Turpín el tío ¿no? Y ella de Madame Pompadour, elegantes. Generalmente se usaba mucho el siglo XVIII ¿eh? Porque ya sabéis que es lo más bonito en vestimenta ¿no?. De Luis XV y Luis XVI iban allá. Y los chavales a ver aquellos espadachines y aquellos tricornios... ¡Iban con auténticos vestidos de sus casas!. De la grandeza. Se conservaba la grandeza de muchas casas, a lo mejor, solamente de los trajes antiguos porque igual no tenían ya un real, porque lo habían gastado todo en las guerras carlistas y ya aquello había sido la puntilla, pero conservaban en unos maniquís muy bien conservados, en vitrinas, las casacas dieciochescas. Yo he visto casacas dieciochescas en casa de un amigo que no tenían ni para comer, pero las casacas allí estaban. Y no las vendían, no, que era lo único que les quedaba. Y sé apellidos... no los vamos a soltar. Pues allí estaban las casacas... y cuando aquí representaba alguna comedia el Orfeón, echaban mano de esas casas de nobleza para dejarles las casacas ¿entiendes?. Si la obra era de época, como por ejemplo “El Maestro Campanone”, que es una obra de la música italiana, del Barroco, del siglo XVIII... se vestían con las casacas de esas casas. Y allá hacía el Orfeón y por lo menos la obra estaba, como dicen los actores, muy bien vestida.


Pues los chavales... ¡a ver cómo entraban!. Y uno iba de pirata, de pirata elegante, el otro iba de eso, de Dick Turpín, el otro de ayudante de Dick Turpín, el otro iba de caballero del siglo XII, con armadura... cosas bonitas, muy elegantes. Y ahí se celebraba el baile de los ricos: en el Casino Principal.


Y entre las máscaras abundaban también el Dominó, que se llamaba. Se usaba mucho. Era el disfraz del recurso. Que no era disfrazarse de nada, sino sencillamente enmascararse. No iba disfrazado de nada concreto, ni de marinero, ni de militar, ni el siglo XVIII, ni de nada. Era ir con una túnica de color oscuro, con una capelina y una capucha y detrás de la capucha muchas cintas de muchos colores. Eso era el Dominó. Y eso, pues, requería para ir completo un antifaz, no una careta sino un antifaz. Y los Dominós se hacían en casa, se vendían o se alquilaban.


Había tiendas de alquiler de trajes y el Dominó era una cosa de mucho recurso, porque incluso los elegantes, iban por dentro vestidos de etiqueta, porque el esmoquin no se había inventado, se iba con frac y encima del frac se ponían un Dominó, que le llegaba más abajo de las rodillas y así iban disfrazados los muy elegantes, para no complicarse ni ir disfrazados de una cosa concreta. Así se disfrazaban e iban al baile.


Y entre el baile de los ricos había, como en el baile de los pobres, había las famosas cuchufletas, las bromas que se usaban entre ellos, entre los hombres y las mujeres. Consistían en que... una mujer le preparaba la celada al marido. Se disfrazaba muy bien y, fingiendo la voz detrás de la careta, decía la frase más corriente: “Mascarita ¿me conoces?. Mascarita ¿no me conoces? ¿A que no me conoces mascarita?”. Y en el baile elegante lo mismo: “Mascarita ¿a que no me conoces?” “¡Jolín que tía!”... entonces no dirían “¡tía buena!”, no, dirían... “¡Ay que muchacha más espléndida!”. Quería decir que se la quería tirar pero lo decía muy elegante. ¿Entiendes la cosa? “¡Ay que espléndida belleza! ¿verdad?”. “¡Espléndida está, don Mendo!” le diría el otro. “¡Ay que maravillosa! Quisiera yo bailar rigodón con esta señorita”. “Ah pues, yo te la presento. Mira, pues no sé quién eres, mascarita desconocida, pero baila con este caballero.”. “¡Ay encantada!”. Y bailaban... ran, ran, ran,,,

Y cuando el otro la empezaba a magrear... ¡ras! Se quitaba el disfraz y... ¡era su mujer! “Joder qué broma!. Esa broma no me la das a mí. ¡Ahora me emborracho y me voy con cualquiera!” “¡Pues yo también me iré con cualquiera!”. “¡Pues vete!”. Y esas bromas se daban....


EL PASEO Y LOS DISFRACES



Paseo de Valencia 1900 ca.. Autor desconocido. Colección Municipal Fototeca de Pamplona


Generalmente el paseo de las “criadotas”, de las mujeres en plan humilde, de las empleadas de fábricas, las criadas, las chachas ¿eh? las hijas de casas muy humildes iban a pasear al Paseo de Valencia. Y los muchachos disfrazados... ellas generalmente no se disfrazaban, la mujer no se disfrazaba apenas en la calle ¿eh?, no. Las costumbres de la época. Se disfrazaban sólo las putas ¿eh? ¡cuidado!. Y las de dinero, pero esas en plan elegante. Las putas de marinerito y las ricas de Madame Pompadour. Eso sí que había, pero la clase media, la que no se disfrazaba, pues iba al paseo. Entonces nosotros, los chavales y los mozos que íbamos disfrazados, pues consistía en echarles confetis, que eran los papelitos del tamaño de una lenteja, de colores, que comprábamos en casa Trías. El dueño era un hombre magnífico, que tenía una camisería durante todo el año, pero esos tres días de Carnaval, se dedicaba a vender cosas específicas de esa fiesta. Era un hombre de un tipo mefistofélico, oye, era pelirrojo y tenía una barbita y unos bigotes... parecía un diablillo, pero era más bueno, más correcto y más caballero... ¡tremendamente bueno! Pues ese vendía por Carnaval serpentinas, confetis, caretas y relojes.


El reloj era un chisme metálico, circular, un poco abombado, como un reloj de caballero de aquellos antiguos de bolsillo, un poco panzudo... y tenía un tornillito donde se le echaba colonia con agua, entonces se apretaba el tornillo y al apretarlo (que hacía un fleje) salía el chorrito de colonia. Y en los casinos, los caballeros y las señoritas se echaban de eso. Pero amigo: al pasar eso de la aristocracia al bajo pueblo, se transformó. ¿Y qué le metían? ¡Meada puta! ¿Entendido? Llenaban los relojes de meada, los cerdos de ellos, y a las pobres chicas que paseaban... ¡yiiii! “¡Ay asqueroso!”... la degeneración. Así nos divertíamos, echando confetis que recogíamos del suelo, sucios y echándoselos a las mozas y a todo el mundo. Y la alcaldía saco un bando que decía:”se prohíbe terminantemente arrojar durante los paseos a las muchachas y a los muchachos los confetis recogidos del suelo”. Nosotros, los chavales, los cogíamos del suelo sucios y se los echábamos a las muchachas... era una marranada ¿no?. De todas formas los guardias nos perseguían mucho ¿eh? “¡Chaval! ¡No cojas confetis!”. Era una asquerosidad, claro.


Unas máscaras había por Carnaval... Había el tío gracioso que al enmascararse por Carnaval hacía alusión a un suceso de la ciudad. Los sucesos de la ciudad, íntimos, domésticos, trascendían. Y eso que se hacía en la calle Mayor al otro día se sabía en la calle de Las Navas de Tolosa ¿entiendes?. Porque era un pueblo de veinticinco mil habitantes. Un pueblo muy majo, amurallado... ¡era un fortín!. Tú verás qué gente paisana había en Pamplona, de veinticinco mil habitantes. Había tres regimientos de infantería: América, Cantabria y Constitución, el XIII de Caballería y otro de Artillería y Plaza y Posición. Dentro de la Ciudadela... ¡había unos cañones enormes emplazados siempre!. Pamplona era toda amurallada. Pero fíjate: mil, dos mil, tres mil, cuatro mil, cinco mil... ¡cinco mil soldados!. ¡en una ciudad de veinticinco mil almas!. ¡joder, todo soldados!. Salías a pasear, por ejemplo, cuando les dan a ellos... la marcha ¿no?... que tocan... marcha de frente... ¡tarán tatán tatán!... entonces salían todos los soldados... no había más que soldados en la ciudad. Más que paisanos. Tascas llenas, los paseos, todos los bancos llenos de soldados. Una quinta parte , ese era el panorama de la ciudad, la cosa para la historia cívica de la ciudad...


Y claro, había siempre el gracioso que en el Carnaval reproducía hechos domésticos que habían sido como, en cierto modo, escandalosos. Por ejemplo una vez había un ama de cría, una chica guapa, rubia, en la calle Zapatería... pero vinieron los negros del Camerún, que era una colonia alemana, que al perder la guerra Alemania, la Primera Guerra Mundial estoy hablando, la del dieciocho, pues se internaron en España y los jefazos del Camerún tenían esclavos negros. Y se vinieron con ellos. Y aquí había mucho negro en Pamplona ¿eh?.


Y uno de los negros se benefició de la chica esa rubia de la calle Zapatería, que era una “tata” y salió un chaval de color café y leche. Y, amigo, ¡el escándalo en Pamplona!. Y aquel carnaval ya salió una pareja de máscaras, ella vestida de rubia (aunque eran dos tíos, claro), con un chaval, muy elegante vestida, con un muñeco café con leche, con uno disfrazado de negro que le daba el brazo... se vestían con hollín, de negro, toda la cara y todo, y la gente... ¡ja, ja, ja!. Se reían porque veían la alusión muy clara, ¿no?.


Ahora, otras máscaras, querían ser más chocarreras y más chocantes y lo conseguían, lo eran, porque había una pareja... aquello era para verlo... iban dos tíos, uno vestido de bebé, de recién nacido, de mesicos, con unas faldas hasta las rodillas y luego una gorrica de esas de bebés, una chaqueta de bebé, con un pelotón grande... y el otro hacía de su mamá: “¡Niño! No te metas, no te metas”. “¡Sí, me quiero meter! ¡Quiero jugar con el balón!”. Y cantaba: “Mamá me dijo ayer, si sigues siendo bueno tu papá, te va a comprar un clown, que es una preciosidad y yo le dije así: si va a comprarme un clown, que me compre un balón, sera mucho mejooooorrr. Así podré jugar con Fernandito Pérez y Luisín, que son guapos los dos y me hacen muchas veces de reír. Y sin vacilación me dijo mi mamá, no jugarás con los chicos, hasta que no tengas la edad...”. Y eso iban cantando. Con el balón. Y ahora viene lo bueno. Y consistía en que, iban jugando con el balón y cuando había un gran número de mujeres, hacía como que se le escapaba el balón y el cabrón de él se agachaba, se levantaba las faldas... ¡y iba con los cojones al aire!. ¡Fíjate que marrano!. Y todas... “¡Ay qué asqueroso!”. Y el otro... ¡ otra vez con el balón!. A otro grupo de tías... “Ayayá, ¡pumba!”. Y otra vez con el balón ¡ras!. Y las otras... “¡Ay, so guarro!”.


El hombre inventaba en su casa, el joven entonces (eran carnavales de gente joven, los maduros de cincuenta años esos no iban mas que a los bailes elegantes), las máscaras, buscaban el ser completamente chocantes y absurdas. El hombre en su casa, el muchacho de veinte años, le decía a su madre: “Oye, ¿con qué me disfrazaré?”. “Pues coge mis ropas, coge una falda, ponte el abrigo de tu abuelo y coge el sombrero de segador...”. Y salía con un sombrero de segador, una chambra de mujer, unos...así, las cosas más absurdas. Y cada uno pensaba en chocar al de al lado.


Y claro, una vez ocurrió que había un tío muy majo, en la calle de los Descalzos, que le llamaban el Royo y quería ser, entre los carnavales, el que mejor se disfrazaba o el que más chocaba. Tendría un poco de sentido de la personalidad suya y claro, ganas de presencia tenía aquel tío, porque quería ser el mejor. Y le llamó a un amigo mío, pintor, amigo de mi padre, y le dijo: “Oye Paco, me tienes que pintar... que choque en la calle ¡cagüen!. Que sea el que más haga reír”. Y el otro granuja, el pintor... “¿Quieres que te disfrace de diablo?”. “¡Sí, mecagüenlá!. De diablo. ¡Qué bien voy a estar!”. “Pues ya sabes: todo de colorau. Manos y cara de colorau”. Hace falta ser cabrón. Cogió pintura a la cola, roja... “Cierra los ojos”. Toda la cara y las manos y todo de rojo cadmio, que es el rojo diablo. Allá fue el tío. Salió a la plaza del Castillo y... ¡la mejor máscara!. Empezó con un sarde de esos que utilizaban en la era para levantar la paja y pintado de rojo. ¡Verdaderamente era un diablo!. ¡Si daba miedo...!. Empezó a encorrer a las mozas y a levantarles las faldas... bueno, eso era lo bonito. Había que encorrer a las mozas y levantarles las faldas, porque eso era muy de Carnaval.


Entonces empezó a encorrer a las mozas y a levantarles las faldas y se quedó sólo en la Plaza del Castillo. El más famoso. Pero, amigo mío, se empezó a secar la pintura a la cola que tenía en la cara y empezó a notar que la cara se le arrugaba y el pintor que le había embadurnado, con un coro de amigos bastante cabroncetes, le dijeron...

Oye Royo, ¡mecagüen sos! ¡Si parece que se te está estrechando la cara!”.

Pues mira, ese escrúpulo tenía yo”.

¡Jodé que pequeñaja la tienes!”.

¡Ay madre! ¡Que la tienes así de chiquitaja! Pero si tú no eres así. ¡Cristo!”.

¡Ay! Ya me parecía a mí que cada vez la tenía más estrecha...”.

¡Claro! Como que ya casi no tienes cara...”.

¡Ay madre mía! ¡Ay señor guardia! ¡Que se me está estrechando la cara! ¡Ay, ay ay...!”.

El guardia ya sabía la historia y le llevaba a una fuente...

Venga, ven aquí y lávate. ¡Desgraciado! ¿Estás mejor?”.

Ahora sí, pero ¡qué susto me he llevau!”.


Había otros que se disfrazaban... ¡de qué te diría yo!... ¡de oso marino!, que consistía en un oso con brazos y piernas de sacos de arpillera y una cabeza de cartón de oso. ¡Verdaderamente parecían osos los tíos!. Con unas arpilleras y una cabeza de cartón, iban así. Y decían: “Oso marino que bebes vino”... y todos los chavales detrás... pero aquí está lo bueno. Consistía en que... los cabrones... el oso marino siempre era un cabrón. Porque... ¿qué te parece lo que hacía?. El oso marino llevaba una bota de cinco litros y todos los chavales... “¡Oso marino que bebes vino!”. Se subía a un banco del Paseo de Valencia y empezaba a echar vino a las bocas de los críos... “¡A mí, a mí!... aaahh”. Pero el cabrón se fijaba en el chavalico más débil y le echaba al que más. Y los demás decían... “¡A mí, a mí!” pero el oso marino le echaba siempre al mismo, hasta que el pobre chaval decía: “¡Ay! ¡Me mareo!”... y a su madre, que estaba paseando por la acera de San Nicolás le iban con el cuento enseguida.

¡A su hijo le ha emborrachado el oso marino!”.

¡Sinvergüenza, granuja!. Oso marino, ¿Qué le has hecho a mi hijo?”.

¡A mí qué! El aparaba la boca...”.

¡Canalla! Ya te conozco yo a ti, eres de la calle de los Descalzos, el hijo de la Sinforosa”. “¡Mentira! Yo no soy el hijo de la Sinforosa”.

Sí, granuja, le voy a decir a tu madre. ¡Emborrachar a mi pobre hijo!”.

Él abría la boca”.

¡Y tú le dabas!”


Y luego había otro, ese no iba con bota, iba con una cesta de higos. Y a los chavales les decía: “¡Al higuí, al higuí! Pero qué tenemos aquí. ¡Venga chavales!. ¡Higos!. ¡Venid aquí!”. Y el “al higuí” consistía en poner la boca y él te soltaba el higo. Otra cabronada. El del “al higuí” se fijaba en el chico más flaquico y todos los higos a él. “¡venga, venga!”. Y le daba todo el rato al mismo. Hasta que el chaval se ponía malo y le iba a su madre: “¡Ay, ay, ay, que me duele mucho la tripa!”.

¡Granuja el del al higuí, que le has puesto dolor de tripa!. Se ha hinchado de higos. ¡Mira cómo me lo ha puesto enfermo!”

¡Pues él aparaba la boca!”

¡Y tú le dabas!”

Total que venía el guardia...

Pues le ha puesto enfermo, le tengo que llevar aúpas. El del “al higuí” ha sido”.

¡Yo no tengo la culpa! Él ponía la boca”.

¡Sí tienes la culpa, sí, porque le dabas siempre al mismo!”

-le decía el guardia- que te voy a meter a la Prevención ¿eh?. Basta del “al higuí”.

Y el tío se iba a otro banco... a volver a hacer lo mismo. ¡Fíjate qué manera de divertir!.


También hay que reseñar las casas de alquiler de disfraces... tienen también su cosa anecdótica buena... tiene su intención esto.


Había casas de alquiler en la calle de los Descalzos, en la calle Pellejerías (que es la actual calle Jarauta), en la calle Tejería, en todas las calles donde vivía la pobre gente, la gente humilde ¿no?. Casas de alquiler de disfraces... ¡madre qué alquiler!. Era una ropavejería que se llamaba, que se vendían ropas viejas, usadas y allá la dueña del alquiler de disfraces, sí, te daba una casaca del siglo XVIII que salías vestido muy bien de Dick Turpín ¿no?, con tu tricornio y tu peluca y tus pantalones... Mira: aquellos pantalones estaban manchados de semen del tío con blenorragia y sífilis ¡que daba gusto verlos!. Y el tío sin escrúpulos... “venga esos pantalones. ¡Joder qué tío! Si parece que ha estado chingando toda su vida... pero me los pongo”. ¡Rias! Se los ponía y... ¡ala! ¡otro sifilítico más!. ¿Higiene? ¡Nada! ¡No comprendes que eso era una asquerosidad!. Pues de eso se vestían los tíos. Y las tías lo mismo. Con faldas usadas por una tía zorra que había andado en el Redín a vueltas... pues la otra venía: “¡Dame esas faldas!”, que la tía “Tenazas” la había tenido el año pasado, pero le daba igual y se ponía sus faldas... ¡Ala! ¡Otro contagio!. Era así eso, una marranada ¿no?. El Carnaval era eso.


Y luego había una cosa muy bonita, eso sí. Se vendían vestidos elegantes, muy bonitos, pues del siglo XVII, del siglo XVIII, de papel. Muy bonito, completo ¿eh?. Salía una chica vestida a la calle muy elegante de “Menina”, copiada de Velázquez, igual, con las faldas amplias y eran de papel. Papel de seda ¿eh?. Y el chico lo mismo, una casaca de papel, sombrero lo mismo, de cartón y de papel... y andaban por el Paseo de Valencia. Decíamos... “¡Mira! ¡Mira! ¡De papel!”. La idea nuestra era ir con la cerillica o de mojárselo con vino... “¿Vamos a quemarle?”. “Joder no, que arderá ella también”.


COPLAS, PERSONAJES Y TIPOS




(Fotografía del cuadro LA MURGA GADITANA 1935 de José Gutiérrez Solana) extraída del libro Los Genios de la Pintura española editado por SARPE S.A. 1983


 Bueno, vamos a ver coplas del famoso Santana. Primero el tipo: Santana. Santana era un tipo de los pocos que hay. ¡Joder... ya no hay de ésos! ¡Qué va!... La culpa la tiene la puta televisión ¡leches! Entonces el espectáculo estaba en la calle y en la vida. ¡La vida era un espectáculo! ¡Claro que sí! Era un espectáculo de vida y de muerte, pero ahí estaba el asunto. ¿No decía Rabindranath Tagore?, (leed a ése siempre que podáis), decía... «La muerte está en la vida como el nacer, como en el andar está lo mismo el pie cuando se alza que cuando se posa en tierra». ¡Qué bonito! ¿Verdad?

La vida está en todo, en la muerte y en la vida. Pues, esa vida, que presentaba tipos como Santana, había que... sin querer... tú te divertías, sin análisis ni pollas ¿no?. Entonces no se había inventado el psicoanálisis, ni existía Freud ni hostias. Cada uno tenía su filosofía y decía: «Yo creo que es esto» y ¡aquello iba a misa, tú!


Santana era un tipo de estatura mediana, no diré andrajoso, no, pero demasiado humilde. Entre andrajo y lo normal. Una chaqueta siempre oscura, no llevaba corbata pero con camisa blanca y a lo mejor con nieve, pero él con alpargatas, el pobre. Era un desgraciado. Pues, hombre, económicamente muy débil, ¡debilísimo!. Y ese pobre hombre... ¡joder si Jehová existe lo tiene a su derecha y le dice: «Qué hay, Santanica. Échame un txikito de vino»!... ¡joder, un hombre así... y luego dicen de los santos! ¿Y Santana qué? Empezando por su apellido, joder. ¡San Santana era! Pues ese hombrico... ¿No habéis comprado alguna vez el Calendario Zaragozano? ¿No os habéis fijado en la figura que viene allá y que dice: «Verdadero retrato del autor del calendario, don Mariano del Castillo y Oxiero?». Y es un tío mas feo que Picio, con la boca como en pleno estado de epilepsia, así, la nariz así y los ojos vueltos, con el pelo crespo y así... dice gesticulando una mueca horrible... ¡yo no puedo poner la boca tan torcida, leche! Pues esa cara tenía el pobre Santana, de don Mariano del Castillo y Oxiero. Una cara de facinerosos, ¡joder! que te lo encontrabas en la Media Luna de noche y tenías que decirle: «¡Joder señor Santana! Róbeme usted lo que quiera ¡cojones!». No tenías más remedio que decirle eso si te encontrabas con él... ¡y era un santo varón!, tan ingenuo que mira a qué ingenuidad llegaba:


Por sacarse la vida el pobre hombre durante el invierno, durante el verano no sé qué haría, pues iría a las eras a robar trigo o así, el pobre, pues por el invierno vendía lotería por los cafés, ya sabes, como hay todavía vendedores ambulantes ¿no? «¡Décimos para hoy! ¡Décimos para el día quince! ¡Para el Gordo!...» Pues así salía Santana. Tenía un hablar así, como de la epilepsia... ‒mientras lo describe tuerce la boca imitando una voz extraña «¡Santana! ¡Lotería! ¡Décimos de lotería! ¡Cinco pesetas! ¡Sale mañana!...» Pero ahora agárrate: ¡era tuerto! ¡con una tuertez de espanto! ¡que tenía el ojo blanco! ¿Tú crees que un comprador de lotería compra a un tuerto? ¿No comprendes? ¡Joder! ¡Pero eso es un mal fario! ¡Un gafe terrible! A un cheposo sí, al revés, le comprarían al cheposo y luego le frotarían el décimo por la chepa, ¿pero a un tuerto...? Pues era tan tonto el pobre hombre que se metió a vendedor de lotería. El colmo. Así era de buenazo.


Bueno, pues ese Santana era medio poeta y formaba la Murga de Santana en Carnaval, y toda la gente esperando la Murga. Era una cosa expectante ¿eh?... «¡Va a salir Santana!»... y toda la chiquillería y toda la gente detrás. Y la Murga consistía en lo siguiente: iban unos cuarenta o cincuenta... bandidos los llamo yo en tono humorístico... albañiles, carpinteros, herreros, barrenderos... toda la gente humilde y pobre ¿verdad?, que era la mejor gente, porque siempre lo han sido. Pues toda esa gente se disfrazaba pero, por un complejo que siempre hemos tenido, el pobre se disfraza de rico ¿no?, y se disfrazaban de aristócratas. Ahora veréis el uniforme: con alpargatas sebosas, que siempre estaban sebosas, las alpargatas blancas se les habían convertido en grises o negras ¿eh?, con calcetines colorados, pantalones de trabajo, azules de bombacho o blancos de albañil o de color crema de los ebanistas, que tenía cada uno su color ¿eh?, manchados todos y apetachados... esta era la manera de andar... ‒al contarlo imita una marcha militar ¡trump! ¡trump! ¡trump!... pero, amigo mío, ¡con frac todo dios! ¡y chistera!... su gran sombrero copa alta, torcido así, pero la gracia del sombrero era que tenía que estar forzosamente abollado ¿eh? ¡ras! ¿eh?. No, no, no, no. Lo abollaban. Todos despechugados, enseñando los pelos del pecho, el chaqué elegante ¿eh?, chaqué o frac, con sus sombreros de copa abollados, las alpargatas sebosas y los pantalones zurcidos hasta media pierna para enseñar los calcetines colorados, y por instrumento: cañas. También ahora se usan, cañas con un vibrador, que es un papel de fumar ¿eh? ‒onomatopeya imitando el sonido ¡Turururururu... turuturuturuturú...! y eso vibra... las murgas de Cádiz usan eso ¿no? Pues iban así la cuadrilla: iban una trompeta, con un bombardino, un contrabajo, o sea una tuba, un bombo y unos platillos. Iban por la ciudad todos desfilando ‒lo imita gesticulando el sonido‒ ¡Turuturuturuturuturuturuturú...! con todas sus familias... ¡Turuturuturuturuturuturuturú...! y Santana delante dirigiendo ¿verdad?, con una pancarta: “Murga de Santana”. Iban por los hoteles pidiendo perras, por los casinos, por las casas que había gente asomada, como una rondalla ¿eh?, pero en ese plan, rayando con lo soez ¿eh?, pero bonito, bonito, elegante... sobre todo para un pintor como yo... ¡Joder! Aún me acuerdo de aquello. Si tuviera vista pintaría la Murga de Santana.

Pues iban por todos los sitios y toda la gente detrás, porque era coplero y claro, tenía su copla y su música. «¡Santana! ¡Santana! ¡Bravo!» Se paraba toda la Murga debajo del... por ejemplo, del Casino, todo el balcón lleno de gente, y empezaban las coplas, «¡Venga, coplas!», y un solista cantaba y los demás le contestaban con la Murga. Por ejemplo, el solista cantaba:


«En el Paseo Valencia hay cosas que hacen reííír:

media docena de reyes que trajeeron de Madrííí,

dos estanques estancados y un monumento foral,

esperando que lo limpie el diluuuvio universal»

¡Tururutututururú... tururururururú...!


Otra:


«Hoy se han casado en Pamplooona cinco parejas de novios,

todas ellas son veciiinos de la caaalle San Gregorio,

como es fácil se comprende y es cosa muy natural,

que esta noche haya en la calle, movimieeento general»

¡Tururutututururú... tururururururú!


Y otra:


«Además de Mari Blanca, que es monumento y es fuente,

hay que gritarlo muy alto, p'a que s'entere la gente,

dos cosas tiene Pamplona, que la hicieron inmortal,

el cuerpo de barrenderos, la Guardia Municipal»

¡Tururutututururú... tururururururú!


Así eran las coplas, ésas eran unas de tantas, y cada año se hacían nuevas con los problemas del Ayuntamiento que salían... ¿verdad? Se hacían coplas.


Otra copla de aquellos tiempos era... Había en Pamplona un pobre asilado muy tontico, se llamaba Perico, en la Misericordia estaba, y era popular de lo tontico que era, un buenazo, un infeliz, un indefenso que no hacía más que pedir “perricas” para liquidarlas en vino enseguida. Y borrachico, borrachico, el pobre Perico se volvía a La Meca todas las noches cocido y... resulta que una de las coplas decía:


«Al alcalde de Pamplona, le preguntaron un dííía,

quién escribió Don Quijooote por saber si lo sabía,

y el alcalde que es muy culto, consultó la biblioteca

y dijo que dicho autor fue Periiico el de La Meeeca»

¡Tururutututururú... tururururururú!


«¡Venga muchachos! ¡Ahora el desfile!». Y se iban desfilando tocando las turutas.


Santana era un hombre muy majo, era un infeliz pero era coplero y por Carnaval organizaba su Murga. ¡Qué majo era!. Entonces había cosas en Pamplona que eran como íntimas. Había una que se llamaba Cayetana Galbete. Cayetana Galbete, pariente del Galbete de ahora ¿eh? ¡cuidado!

Era una de las familias aristocráticas y se sabía en toda Pamplona que la Cayetana era completamente calva y que usaba peluca. Era un chisme como muy doméstico ¿no?, como de un pueblo, ¿no? chismorreo de vecindad ¿no comprendes?... «¿Ya sabes que la Cayetana usa peluca?». «Ay chica ¡qué me dices!». «Pues sí. La Cayetana usa peluca».

Y una vez por San Fermín, uno de los cohetes, (muchas veces los cohetes que se lanzaban iban a explotar a los balcones), cayó en un balcón en el que estaba la Cayetana y reventó cerca suya. ¡Ya estaba la copla! y la copla de Santana decía:


«Ayer se llevó un gran susto, la Cayetana Galbete,

que en la Plaza del Castillo, le tiraaaron un cohete

y la pobre Cayetana, que es más calva que un melón,

del sustito que le dieron la peluuuca le voló»

¡Tururutututururú... tururururururú!


Era así, una cosa doméstica... y luego había muchas de ellas metiéndose con el alcalde, con los concejales, con los políticos... Recuerdo otra copla de Santana que decía así:

«Dicen que Petit el perrero, desea ser concejaaal

y si le nombran alcalde reformaaará la ciudaaad.

Quiere que la Rochapea, sea un puerto principal,

trayendo el mar por la Ulzama por un iiinmenso canal»


El Petit en cuestión era un perrero del ayuntamiento. Llevaba una cuerda con un tubo para sujetar al perro... iba con ese artilugio para enlazar a los perros que andaban sueltos y era un hombre enorme, orondo, gordo, todo tripa y culo, una tripa voluminosa y tenía un gran bigote canoso. Tenía el apellido francés y las pintas de un francés, más bien tiraba a rubio pero claro, era un hombre muy normal... como comprenderás... no, no,... traer el mar aquí... ¡joder! ¿Te imaginas el mar subiendo por el Puerto de Velate? ¡Ro, ro, ro!... ¡Ja ja ja ja!

Ya te fijas qué pobre hombre ¡qué infantil! ¿verdad? Que falta de preparación... de nada. Pero la mala faena de proponerle concejal... ¡Y la gente votándole! Fíjate qué pitorreo... ¡qué democracia!. ¡Cómo tomábamos la libertad y la democracia!. ¡A votarle a Petit! Fíjate qué falta de fundamento... ¡Pero perdías un voto republicano o socialista!. No sé, pero sacó bastantes votos.


Aniceto Petit. Imagen extraída del blog Memorias del Viejo Pamplona. Tipos populares del Viejo Pamplona 1900-1996. Cuadro de Julio Briñol 1919

Había otro... ése era el de la bomba atómica, ése iba a pacificar el mundo. El inventor de la bomba atómica era de Pamplona, era un guardia municipal, ¡sí señor! ¿Cómo se llamaba aquél...? Fradue, tenía un apellido raro... Pues ése era el inventor del “Glóbulo Plano”. Había gente muy cachonda, porque siempre había aquí buenos músicos, y claro, poetas con mucha idea, con gracia... ¡amigo!.

Estaba loco por eso, por sacar una especie de fortaleza volante que terminara con las guerras, porque los demás ya no podían oponerse... una especie de superpotencia... algo así como Rusia: contra mí ya no podéis hacer nada porque soy el más grande y os jodéis. Algo así.

Y algún cachondo de aquí, un dibujante que era un tal Urmeneta, (pariente del que fue alcalde, un tío suyo), le hizo un plano de un globo enorme... ¡pero al dictado de ése, del guardia, un pobre guardia, un chalado, claro! Iba con unos cuantos globicos más pequeños... era una plataforma cuadrada ¿eh?, enorme, como una ciudadela. Ahí había una cantidad de cañones todos apuntando hacia abajo y luego había... de cada esquina salía un globo pequeño y en el centro un gran globo. Le llamaba el “Glóbulo Plano”, se levantaba toda la plataforma... ¡y a limpio tiro p'abajo!

Y Urmeneta, el cabrón de él, le dibujó un plano cojonudo. ¡Al loco le volvías más loco! ¿no comprendes? ¡Se veía en letras de molde! ¡Ahí nada menos que el dibujo de un delineante!. «¡Esto, esto, esto! ¡esto acabará con todas las guerras!» decía el infeliz. «Pues una vez hecho esto, ya no hay más que construirlo», le decían.

El “Glóbulo Plano”... y le cantaban. Le dijeron: «Pues te hemos inventado un himno» y los orfeonistas de entonces, que estaba el Orfeón al principio de la calle Tecenderías, frente por frente a la Cámara de Comptos, pues ahí se reunían todos los orfeonistas después de ensayar, cuando se marchaba el director, y los guasones con el pobre “Glóbulo Plano”. Y hacían un corro y decían: «Vamos a cantar el himno del Glóbulo Plano». Y empezaban todos...


«Glóooobulo, Glóooobulo, Glóooobulo Plaaano, el tormento del mundo serás.

El día que tu te eleves, las nacioooones sucumbirán.

Glóooobulo, Glóooobulo, Glóooobulo Plaaano...»


Y todos cantando y el guardia dirigiendo el Orfeón Pamplonés.

¡No había televisión y había que divertirse con algo! Era triste... se cogía a un pobre desgraciado como ése, con el Glóbulo o como Petit y su traída del mar... ¡claro!

El Orfeón Pamplonés solía salir también por Carnaval, con una rondalla, en plan elegante, salían por todas las calles, disfrazados en plan bien, bonito... Por ejemplo, un año salían de trovadores, otro año salían de estudiantes, otro año salían de Frégolis...



Leolpoldo Frégoli. Imagen extraída del blogdeacebedo.blogspot.com con autorización de su autor.


Frégoli era un personaje, un transformista de entonces, que hacía una comedia él solo disfrazándose de muchos personajes, porque salía vestido de señora y, al pasar por una columna así de gorda, ¡Ras!... al otro lado de la columna era un caballero. Era un arte de entonces, se llamaba el transformismo. Con una rapidez de segundos se quitaba una ropa y... ¡Ras! aparecía vestido de otro personaje, hablando de otra forma, porque eran ventrílocuos todos... Y ese era Frégoli, un transformista de fama mundial. ¡Frégoli, majo! ¿eh? Acordaos del nombre: Frégoli. Era un italiano, napolitano...

Pues ese tío, el Frégoli, se hizo tan famoso que ya la gente le imitaba en su vestido, como ahora se imita a los Beatles con su flequillos y todo, en la manera de vestir... y por carnavales, un año, la rondalla del Orfeón Pamplonés salieron vestidos de Frégoli, que era muy bonito uniforme. El “Frégoli” era como salía él a escena a cantar. Era: unos zapatos con hebilla de plata, medias rosas o bien rojas, un pantalón corto hasta por aquí, con unos botoncitos, el pantalón rojo también... y un chaqué. No, un chaqué no, un frac, con las dos colas... verde... y la chistera verde. Y ese tío cantaba cosas... ¿cómo cantaba? Tenía una marcha de salida ¿eh? Cuando salía de entre bastidores... ¿cómo era?... era muy bonita la marcha de Frégoli. Con esa marcha desfilaba aquel año el Orfeón... ¡Ah, sí! ¡Tarán tarán tarán tarán tarán tarán tarán! tarareea una melodía... «El baile me entusiasma, sobre todo en Carnaval, eso de las caaaretas....» ¡Ja ja ja ja! ¡Qué tío!

Leolpoldo Frégoli. Imagen extraída del blogdeacebedo.blogspot.com con autorización de su autor.


Frégoli actuó muchos años. Yo recuerdo que era ya adulto y él seguía actuando. Ya era mayor, muy viejico, estaba muy cascado, pero le hacía falta el dinero y... ¡claro!. Era una actuación muy bonita: Se ponía como una especie de atril, alto, hasta esta altura, pero cerrado, de madera hasta abajo, de manera que era como un camuflaje, para esconderse, era como un escondite y salía él haciendo de director. Entonces la orquesta estaba ya preparada y dispuesta y... se agachaba y ¡Ras! ¡La verdadera cara de Beethoven! Y empezaba: ¡Laaaarilalilarilalilarilalila!... entona el Himno de la Alegría ¡Beethoven!... Se agachaba de nuevo y... ¡Ras!... ¡Mozart!... ¡Tantantararantantantan!... tararea a Mozart y él la cara de Mozart. Se agachaba y... ¡Ras! ¡Vivaldi!.. ¡Tiririntintintiririiiin! tararea La Primavera de Vivaldi. «¡Bravo!». ¿Te fijas qué cosas más bonitas?. Se agachaba y salía disfrazado de un músico y la orquesta le acompañaba. Frégoli, ¡Qué majo!


Eran otros tiempos, donde muchas veces se hacían bromas muy soeces y guarras. Y muy bestias.

En Carnaval a veces se hacía una chocolatada en la Plaza del Castillo y en vez de utilizar una perola lo servían en un orinal, comprado nuevo pero para hacer la gracia se hacía ahí, y todos los de la cuadrilla se ponían a untar el pan en el orinal, pero lo hacían así para hacer la gracia. Pero claro, siempre había alguno que... había un tal Millor, célebre por las marranadas que hacía y por las barbaridades y guarradas que se le ocurrían. Una vez se quedó encargado de comprar el orinal y llevar la chocolatada él y, cuando ya se lo habían comido todos, les dijo: «¿Sabéis qué? ¡Que este era el orinal de mi casa! ¡Ja ja ja!». Era un cerdo. En aquella época se hacían barbaridades.

Otra vez hicieron una paella, se fueron al campo y... arroz, aceite y sal y todo eso ya llevaron... hicieron el arroz pero dijeron: «El arroz sólo no vamos a comer, habrá que echarle algún tropiezo». ¿Quieres creer que le echaron cantidad de lagartijas y grillos y hasta un sapo que cogieron por allí? Las repugnancias de Millor eran célebres, ¡Jolín!


Había un mendigo que se dirigió a un potentado que paseaba por la calle y le dijo: «¡Ay, por favor! ¡Deme una limosna que llevo tres días sin comer!». Y le contesta el otro: «Sí, tú anda jugando con el estómago y verás». Las bromas entonces eran muy crueles, pero la vida era muy diferente.


Había un personaje, un seminarista, que no quería ir donde le querían mandar y se puso ajo en los sobacos para tener fiebre y, estando en la cama, le fue a ver el rector y al verlo con tanta fiebre le dijo: «No, éste que no vaya a Cartagena» y el tío contestó: «Manduco me flumen de vobis!».

«¿Qué ha dicho? ¡Qué cosas más raras dice! Será la fiebre. Es un latín incomprensible...».

Lo que el tío en realidad decía en un latín de pacotilla era: Manduco, o sea: como; me flumen: me río; de vobis: de vosotros. Manduco me flumen de vobis!: ¡Cómo me río de vosotros!


Entonces estaban las pordioseras en las puertas de las iglesias, los ciegos vendiendo cupones todavía no se habían inventado, y mira qué cabronadas les hacían. Había en la puerta de San Lorenzo una ciega a un lado y otra a otro y los chavales bajábamos las escaleras y, con una “ochena” pegábamos en el suelo cerca de la ciega y volvíamos a coger la moneda al rebote diciendo: «Para las dos» y entrábamos y nos quedábamos a mirar desde la puerta.

No veas el lío que se formaba. Una le decía a la otra...


‒ ¡Oye tú, dame la cuatrena que nos ha echado la ochena para las dos!

‒ ¿Qué cuatrena? le decía la otra¡Si te la has quedado tú y ahora no la quieres repartir!

‒ ¿Yo? ¿Qué me voy a quedar? ¡Yo no me he quedado nada!

‒ ¡Ya la puedes repartir, ladrona, sinvergüenza!

‒ ¿Pero qué dices? ¡La ladrona eres tú que te has quedado con todo! ¡Mentirosa ¡Granuja!


... Y se montaba la de dios. Fíjate qué mala gente éramos.


CARROZAS Y DEGENERACIÓN.


Carroza de Carnaval tirada por caballerías 1910 ca. Autor José Ayala. Colección Municipal Fototeca de Pamplona.

En Carnaval también salían carrozas, carrozas muy bien ataviadas, con los caballos enjaezados, bonitos, representando lo que fuera: la primavera, el otoño... lo que fuera. Chicas elegantes de la buena sociedad y sí, se hacían batallas de flores... eso, ya, yo, sinceramente, yo conocí las últimas carrozas... y os voy a decir una nota: me pondré pedantillo, pero ¡que hostias! hay que ponerse.

Los libros de psicología que yo estudié modestamente, elementalmente, ya te dicen... ¡que hay recuerdos de los tres años ¿eh? ¡cuidado! en el niño, y muy fijos ¡de dos años!. Y en el adulto, en el viejo como yo... ¡pero hay un periodo en blanco!. De los cuatro, cinco, seis, siete… ¡y es la gran verdad!. Yo me acuerdo de cosas ¡perfectas! de los tres años ¿entiendes?. De modo que esto de las carrozas a mí me abarcó, nada más, los tres o cuatro años. Después, como el Carnaval fue una cosa degenerativa (acordaos de eso siempre ¿eh?), a partir de principios de siglo, 1900, 1901, 1902... hasta que se suspenden exactamente, con rigor exacto en 1923... ¡todo fue degenerando! ¿entendéis?. Y se apoderaron de la calle más y más “la plebe, la chusma”, lo digo entre comillas ¿eh? ¡cuidado!, que no tengo ninguna intención peyorativa, porque soy camarada y fundador de la UGT en Guipuzcoa. De modo que eso iba así.


Y... claro... lo de las carrozas... por eso os digo. Yo tengo la ligera idea de ver las carrozas, pero ya corresponden a los tiempo de mis padres, ya al siglo pasado. A 1890, los últimos años del siglo pasado, sí, muchas carrozas por Pamplona. Yo he oído la queja de mis padres... «¡Ay qué pena! ¡Aquellos carnavales nuestros!», decían ellos ¿eh?, se referían a 1890... «¡Con tantas carrozas como salían!». ¿Veis? Lo oía yo cuando era niño, ya no salían carrozas.

Entonces mi padre me contaba la anécdota suya, de sus carnavales... (mi padre nació en el 1874 o 1875, de los carnavales suyos de 1890, cuando salían muchas carrozas), que salió una carroza que era un coche, un coche de cuatro ruedas, (que se llamaban los coches de punto, que se alquilaban), descubierto ¿eh?, no cerrado, el cerrado era una berlina; no, coche descubierto, como para cuatro o seis personas, tres delante y tres detrás y el cochero. Eso iba tirado por dos caballos o tres.

Pues como digo, en la parte de atrás de un coche de esos de punto, en la parte de atrás, pues había una cara extraña, toda la gente miraba... «¡Coño! Pues dicen que es Fulanico!», un tipo muy célebre en Pamplona. «Dicen que es Ceferino. ¡Joder, pues qué cosa más rara», y iba fumando un puro. Era una cabezota, una cabeza extraña, monumental, con unos ojillos allá, unas cejas y un gran puro y se paseó por toda Pamplona. ¡Qué cosa más rara! Nadie adivinaba lo que era. Y ¿sabes lo que era? ¡El culo de Ceferino!, que se había desnudado, se había puesto en la parte de atrás, boca abajo y se había metido un puro y le habían pintado unos ojicos y unas cejas y se paseó por toda Pamplona el culo de Ceferino ante la extrañeza de todos. ¡Fíjate! Eso lo vivió mi padre.


Ha pasado en términos generales, (os hablo ya no en plan cachondo sino de información), de un Carnaval próspero, provinciano siempre... no vas a comparar con el Carnaval de Barcelona, que era espléndido... ¡el Carnaval de Barcelona de 1900 era una maravilla! ¡Se podía comparar al de Venecia! Porque yo tengo informes gráficos... ¡Una preciosidad!, no había más que carrozas, batallas de flores y concursos de balcones engalanados... ¡había que joderse, qué carrozas!

Pues como os digo, fue una cosa degenerativa ¿eh? Se fueron suprimiendo las carrozas y al final, “las viejas”, que eramos nosotros, nos adueñamos de la calle. Y los “osos marinos” y el “aliguí” y todo eso ya haciendo el mamarracho y emborrachándonos... sí, a lo último sí... de tal forma que vamos a cortar ya la cosa y ya casi le damos un plumazo:


Era el año 1923. Entonces copa el poder, por un golpe de Estado, Miguel Primo de Rivera y prohíbe el Carnaval. Ya os podéis figurar que la situación del clero en todo esto que hablo ¿eh?... ¡joder! el clero trinaba desde los púlpitos. Predicaban y decían: «¡Eso es la condenación!», y los tres días que duraba el Carnaval se formaron lo que se llamaba el “Triduo con el Sacramento” en las iglesias, Triduo de desagravio, se rezaban rosarios, se exponía el Santísimo y era el Triduo... pues para que perdonara Dios a los pecadores. Pues entonces el Carnaval degenerativo llega a 1923 y, de un plumazo, Primo de Rivera (el año 1923 entra en el poder, luego al año siguiente, el 24, febrero de 1924 lo suspende), sale la real Orden: «Se suprimen, se prohíben máscaras en la calle, se suprime todo acto que indique Carnaval». Ya no hubo nada. Ni bailes de Carnaval ni una máscara. Nada.

Fíjate que cuando viene esa Real Orden, cómo estaría el Carnaval, (y ahora, yo no voy ni a favor ni en contra de lo que fuera... no, no, no, yo voy a la realidad), la gente, toda, casi toda digo yo, en un noventa por ciento, se alegró de esa Real Orden. Y la gente respiró. Dijo: «Qué bien ha hecho Primo de Rivera de suprimir esa cosa soez y asquerosa», porque ya había degenerado mucho ¿eh?, en borrachera por la calle, terrible la impunidad y hacían barrabasadas. Y entonces, partiendo del eje principal para esa prohibición fue la impunidad, el peligro terrible de la impunidad, porque era una dictadura al fin y al cabo y tenía muchos enemigos y se suprimió por el miedo a que un enmascarado se cargara al Gobernador Civil de la provincia, ya me entiendes... ¡Ah, claro! Había muchas ganas ¡joder! tú verás: estaban los anarcosindicalistas, cuidado ¿eh? y, amigo mío, entre cuarenta tíos que van... «Riau, riau, riau, los del Erandio, los del Erandio...¡Parrapapapapá!» y todos enmascarados... ¡anda! ¡busca...!

Y en parte fue la prohibición esa: el miedo a los atentados, quitar la impunidad al agresor ¿entiendes? El gobernador también se disfrazaba, pero iba al baile elegante del Casino y le conocían enseguida. Pero... si no había mala intención... hombre... Entonces ¡qué joder! Si no había ningún crimen, ninguna persecución, nada de nada hubo con la dictadura de primo de Rivera. Entra en el poder, por la fuerza... Consistió en ir al Ayuntamiento y coger en sesión a todos los concejales, el ejército ¿eh?, porque mandó... echó mando de guerra, ¡claro! Así fue, todas esas cosas se hacen así: manu militari como dicen los abogados. Cogió a todos los tíos y les dijo: «Al trullo, venga». «Y ¿trato?». «Ah no, trato no, que estén como en casa». ¡Se hincharon de comer como nunca! Había entre los concejales, hambrientos, ¿verdad? ¡Joder! ¡Que llevaban de la fonda del hotel La Perla la comida todos los días. Claro, los correligionarios... comían langosta y pollos, se hincharon. Cajas de puros a tutiplé. Y al salir de la cárcel salieron más gordos y le decían al director: «¿Qué otra barrabasada hay que hacer p'a volver? ¡Pues joé cómo nos tratan!».

Un director que decía: «Oye, mira, que sois... ¿los políticos? Reuníos ahí que os van a traer la comida de fuera». Algo enorme. Esa era la “dictablanda”, ¿entiendes?, era una dictadura que te metía en una celda con colchón, con comodidades... tres días estuvieron. Oye, se parece a la represión “carca” del 18 de julio ¿eh tú?... Aquello sí que fue aterrador. Y éstos, fíjate, allá en la cárcel y que estén tres días. Un amigo mío tres días estuvo. Amigo de mi padre...


Al suprimir el Carnaval, en honor de la verdad ¿eh?, piénsese como se piense ¿eh?, la gente se alegró. porque ya era demasiada hez. La hez, cuando degenera en vino y en puta basura y mierda de las alcantarillas.., ya eso no gusta a nadie ¿no?. Y ahí había degenerado, no había mas que máscaras borrachas, ya ninguna carroza, ningún disfraz elegante, sólo máscaras que se disfrazaban de “osos marinos”, se dedicaban a beber y a echar luego a chorro el vino a las chicas...¡ras!... marranadas. La gente respiró, la gente dijo: «¡Qué bien suprimido está!». ¡Nadie protestó!. Que se podía haber protestado... aunque era una dictadura se podía protestar. Nadie dijo nada. «¡Joder qué bien! ¡Nos hemos librado de esto!». ¿Ves cómo es la realidad?. Ahora vosotros, sobre esto, interpretáis lo antiguo, allá penas. Yo soy la historia, yo no digo más que la historia, ¿entendéis?. No comento.


SANFERMINES


Miembros de la Comparsa 1924-1928. Autor desconocido. Colección Municipal Fototeca de Pamplona.


El Pobre de mí y el Riau riau son inventos recientes. Las peñas eran grupos de albañiles... por gremios que iban sin camisola ni pancartas: la Olada, con los bancos de la antigua plaza de toros que cimbreaban y hacían “la ola”, luego había otras... la Ochena, la Cuatrena...

El origen de las sociedades viene de los bailes domingueros, ahí sí había sociedades inscritas en el Registro Civil. En las calles, en las bajeras, ponían bailes. Había dos bailes en San Gregorio, otro en Tejería, otro en Zapatería... bailes, bailongos, con un manubrio... clin clin can quilín... con organillo. Y también otros más modernos, que era un cornetín, o sea una trompeta, un bombardino, un contrabajo y un bombo: parachín pachún parabá parabá pachín pachín... y allí bailaban todas, sudando los tíos y las tías oliendo... porque una tía sucia huele a ajo, no sé por qué, pero eso lo he experimentado. Cuando bailaba con las mozas de la Plaza del Castillo... ¡joder, qué olor a ajo! ¡No sé por qué!. Esas sociedades sí que funcionaban y de ahí vinieron las cuadrillas de San Fermín.

Se solía decir: «¿Vamos a salir por San Fermín?». Eso se decía: “«¿Vamos a salir por San Fermín?» y la sociedad de los bailongos domingueros hicieron una sociedad sanferminera con su pancarta. Uno de los padres de las pancartas y de las cuadrillas fue un tal Barón. Aquí muy famoso el apellido ese, un tal Barón.


Y ya he dicho mis vivencias de crío de lo que experimenté yo en los años anteriores a la prohibición del Carnaval. Creo que he expuesto una buena estampa de lo que suponían los carnavales cuando yo era un muete en esta ciudad. Ahora, vosotros que andáis intentando recuperar el Carnaval, a ver qué hacéis con esto. Sería muy bonito recuperar la Murga de Santana. Si se revive aquella costumbre me gustaría supervisarla y corregir las cosas que viera que no estaban bien. Bueno, lo de ver es un decir, porque ya te he dicho y has comprobado que estoy ciego. Y sí, sigo pintando aunque con muchas dificultades... tengo que coger los colores a tentón y memorizando la colocación de los botes, haciendo las mezclas más o menos... y luego recorto unas plantillas y las voy colocando a base de tacto e imaginación...


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Recordé con emoción aquella tarde en que Eugenio, sin conocernos de nada, nos abrió su casa y aquel mundo de su infancia tan lleno de color, de vivencias tan entrañables, de recuerdos tan vívidos...


Ese año organizamos unos carnavales con desfile de disfraces y máscaras por el Ensanche y el Casco Viejo, reuniendo a un montón de charangas de la ciudad, pateando despachos en busca de financiación para los gastos y para pagarles a las orquestas, colocando carteles... Fueron bastante sonados pero no conseguimos llevar adelante la Murga de Santana ni pudimos hacer nada con las memorias de Eugenio Menaya, un pintor que no se resignó a dejar los pinceles al quedarse ciego, una persona extraordinaria, con un corazón y una alegría como la copa de un pino, que nos dejó una huella imborrable.


Sirva esta transcripción como homenaje a su sabiduría y al esfuerzo que hizo por transmitirnos sus recuerdos de los carnavales pamploneses previos a la prohibición, un cuadro de la ciudad que, sin pinceles ni pinturas ni lienzos, él supo mostrarnos de manera tan real como si de una pintura animada se tratase.


Bere oroimenean. Goian bego.


Noticia recogida en Navarra Hoy de 12/02/1983 dando cuenta del inicio de los carnavales promovidos por el colectivo Ekaitza.

Noticia recogida en Navarra Hoy de 13/02/1983 dando cuenta de los actos de Carnaval promovidos por el colectivo Ekaitza.





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