domingo, 23 de agosto de 2020

Cátedra de estupidología

 

No creo que sorprenda demasiado si califico a la estupidez como uno de los motores de la evolución humana. Habrá quien me contradiga remarcando que ha sido la inteligencia la característica que ha propiciado el desarrollo de nuestra especie pero no hay que olvidar la contribución de la necedad a lo largo de la historia y la abundancia de tontos de solemnidad en el presente, algunos incluso dirigiendo los destinos de algún país cuando no del mundo.


Siendo pues la estulticia fuerza innata tan poderosa y universal que no precisa instrucción ni aprendizaje, parece increíble que todavía nadie haya dedicado una cátedra al estudio y desarrollo de la estupidología, la neciología o la idiotología, o cuál sea el término adecuado para tal disciplina, dedicada a profundizar en la erudición y arcanos de esta común instrucción. Se dice que “de genios y locos todos tenemos un poco” y nadie se salva de cometer tonterías, aunque ninguno nos reconozcamos como idiotas y quede patente que la memez esté tan bien distribuida, geográfica, generacional, social y profesionalmente, no faltando casos a diario en medios de comunicación y redes sociales. Bien es cierto que hay distintas intensidades de sandeces pero el estúpido rara vez se reconoce y es poco probable que la majadería venga en dosis modestas.


Así como las declaraciones extemporáneas y disparatadas han tenido una repercusión moderada mientras periódicos, radios y televisiones eran propias de los gestores de la cosa pública, la moral y el orden social, en la actualidad, con la proyección universal e inmediatez que dan las nuevas tecnologías, los idiotas y las idioteces han conseguido una trascendencia y un protagonismo inusitados y, por supuesto, totalmente inmerecidos. Pareciera que, gracias a esta democratización en la difusión de los mensajes, todas las opiniones fueran igual de válidas equiparando la sesuda erudición de un premio Nobel con la irreflexiva ocurrencia de un extraviado mental.


Viene ello al caso, no sólo por las declaraciones del arzobispo de Valencia y ex vicepresidente de la Conferencia Episcopal en las que asegura que “la vacuna que se está investigando para la erradicación de la Covid-19 está confeccionada por el demonio con fetos abortados”, sino también por la manifestación convocada por los autodenominados “Héroes del planeta”, “contra los psicópatas de la nueva a-normalidad y sus secuaces del negocio del miedo”, a la que se adhirieron negacionistas de la pandemia, antivacunas, conspiranoicos, terraplanistas e incluso “Médicos por la verdad”, se supone que colegiados aunque, probablemente, inclinados a otras “para-medicinas” más espirituales y lucrativas. No serán pocos los galenos que se habrán revuelto en sus tumbas y no digamos en sus consultas.


Nadie estamos libres de cometer insensateces, necesitamos una alta opinión de nosotros mismos y disimular la realidad negando, olvidando o justificando nuestras propias faltas y exagerando las del prójimo. Porque la estulticia está emparentada con el orgullo, la vanidad, la credulidad, el temor, el prejuicio, la risa... ¿cómo imaginar una humanidad sin avaricia, sin cólera o envidia? ¿qué mundo sería éste si no hubiera pasiones, melancolía, locura.? ¿dónde quedarían el sarcasmo y la risa en una sociedad sin paradoja? ¿Tiene cura la estupidez? Los entendidos aseguran que para combatir la idiotez, sobre todo la propia, lo mejor es leer sin descanso, escabullirse de las discusiones con estúpidos y aislarse y buscar espacios y actividades tranquilas, solitarias y silenciosas, así evitaremos la expansión de nuestras estupideces y no contagiarnos de las ajenas; más o menos como con la Covid-19.


Decía Schiller que “contra los necios hasta los dioses luchan en vano” y digo yo si, así como hemos aprendido a conseguir energía a base de compost y detritus, no podríamos aprovechar de alguna manera el inagotable potencial de la estupidez humana. Seguro que daba para acabar con el hambre en el mundo, el calentamiento global, las guerras, la explotación de las personas, la crisis económica... y aún sobraría energía para las luces de navidad.


Suyo, afectadísimo: Juanito Monsergas.


viernes, 7 de agosto de 2020

Juan Carlos I ¡Presente!... y ausente.


No se entiende muy bien cómo a alguien investigado por las fiscalías suiza y española por corrupción y blanqueo de capitales se le permite lo que en lenguaje cheli se conoce como “darse el abierto” e irse al extranjero. Nada como la grandeza de la patria, aunque la del extranjero parezca ser aún mayor. ¿Blanco y en botella?. No, negro y en maleta.


Numerosos han sido los chanchullos que a través de los años han florecido a pesar de los intentos de los servicios secretos españoles por encubrirlos; la prensa ha silenciado sistemáticamente, de buen grado o aleccionada persuasivamente, las maniobras financieras del monarca, aunque, finalmente, no hayan conseguido ocultarlas debido a las informaciones proporcionadas por tabloides extranjeros y a la aparición de su nombre en procesos judiciales en Suiza y en España, aireando alguna de las últimas “mordidas” del monarca.


No han faltado voces reclamando que, el dinero en cuestión sea destinado a fines sociales o donado a la Sanidad. No parece lo más adecuado obviar la rendición de cuentas imprescindible en la máxima autoridad de un país, ni mucho menos saldar las irregularidades y posibles delitos con una donación que, encima, le lave la cara, renunciando a conocer la verdadera dimensión de sus tejemanejes. Otros intentan desligar sus actuaciones de la institución monárquica, aunque resulta difícil creer que el actual Jefe del Estado desconociera los negocios de su abdicado padre. O está muy mal informado o....


De cualquier manera, por muchas fechorías, desmanes y perjurios que haya cometido desde que juró lealtad a los principios de la dictadura franquista hasta la carta enviada recientemente a su hijo intentando lavarse la cara, no son el meollo del asunto. El fondo de la cuestión está en la Constitución que, en su artículo decimocuarto señala que: los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social, aunque en el epígrafe 56.3 asegure que La persona del Rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad.”


Me cuesta entender cómo se puede afirmar lo primero si se acepta lo segundo, a menos que el que ha sido Jefe del Estado durante cuarenta años en realidad... no sea español y venga del planeta Raticulín, ¡que todo podría ser!.


Suyo, afectadísimo: Juanito Monsergas



Soneto al Rey_ncidente

 


Con harta discreción huye el monarca

que siempre presumió de muy honesto,

al ser investigado por (supuesto)

blanqueo y corruptelas en el arca.


Los jueces han de hablar con el patriarca

pues demuestra aversión por el impuesto

y aunque el hijo es un rey muy peripuesto

dice no saber nada y se desmarca.


Por carta se despide el navegante

y emigra donde tiene los millones,

que aquí todos le acusan de mangante.


Se lleva como emblema los baldones

de haber sido en su vida un gran farsante

por mucho que presuma de galones.

. . .


(Suyo, afectadísimo: Juanito Monsergas.)