domingo, 2 de enero de 2022

No nos lo merecemos

 

Un año más por estas fechas, las familias viajan para reencontrarse con sus seres queridos y celebrar estas entrañables fiestas en el calor del hogar, disfrutando de la compañía de parientes y allegados en franca armonía. Pero estas navidades, por segundo año consecutivo, la estirpe más emblemática de España se ve dividida por el injusto exilio de su patriarca, que le impide celebrar adecuadamente tan fraterna efeméride y le hace permanecer lejos de los suyos en el humilde resort de Isla Zaya Nurai en el lejano Abu Dabi.


Sin embargo no faltan las voces sediciosas que vilipendian al ex-monarca reclamándole una responsabilidad jurídica y penal que la corona, por gracia divina y privilegiado linaje, le liberó desde el momento mismo de la entronización. No en vano fue ungido por solemne ceremonia bajo palio como Jerarca de los tres ejércitos, paladín de la Reserva espiritual de Occidente, garante de las esencias cristianas y adalid de los Principios Fundamentales del Movimiento. ¿Se puede dudar de su integridad con esas referencias? Incluso hay quien reprocha al timonel que durante treinta y nueve años dirigió la nave patria con abnegación, entrega y generosidad, sus lazos con el mundo musulmán tan ajeno a nuestro credo religioso.


Los 10 millones de dólares que solicitó a “su hermano” Reza Pahlevi, Sha de Persia en 1977, las comisiones derivadas de la compra española de crudo a los países del Golfo, los negocios kuwaitíes con Javier de la Rosa, los Albertos y Manuel Prado y Colón de Carvajal que tanto trabajo dieron a la judicatura, los Ferraris regalados por el jeque de Dubai Mohamed Bin Rashid, el palacete de La Mareta, obsequio de Hussein de Jordania, los casi dos millones de dólares, que Hamad Bin Isa Al Khalifa, rey de Bahrein le dio en 2010 y que portó personalmente a Suiza, los 100 millones de dólares, dádiva del rey de Arabia Saudí Abdala Bin Abdelaziz dos años antes, la cacería de Botsuana en abril de 2012, de infausta memoria, organizada por su camarada Mohamed Eyad Kayali, responsable en España del príncipe heredero Mohamed Bin Salman, quien departió amigablemente con el Borbón en el rally de Bahrein un mes después de que se desintegrara inexplicablemente en el consulado saudí de Turquía el periodista Jamal Kashoggi, primo del traficante de armas Adnan Kashoggi gran amigo del campechano monarca, cuñado del mencionado Kayali y cuya tercera mujer Shahpari Azam Zanganeh parece que gestionó la comisión de 134 millones de euros por el contrato del TAV Meca-Medina con empresas españolas en 2011... no pueden llevarnos siquiera a sospechar que, el abdicado regente, se haya vendido a los herejes musulmanes wahabitas y haya cambiado la fe del bautismo por los suntuosos fastos de las cortes orientales.


¿Acaso no nos dio muestras cada año de su ponderado y familiar discurso navideño dando ejemplo de integridad y coherencia? ¿No mostró abnegación y prontitud en atender los asuntos de Estado y acompañar al empresariado español, echando una mano en cuantas transacciones pecuniarias y mercantiles ha tenido ocasión? ¿No fue siempre elegante, mesurado y sensato allá donde cayó? Haciendo gala de su prudente tacto y humilde discreción evitó preocupar al hijo y heredero con los farragosos entresijos del vil metal, llevando sobre sus exclusivas espaldas la ingrata y pesada losa de las finanzas del reino. Tan seguro estoy, como que hay dios, de que el hijo desconocía los negocios del padre.


¿Y qué razón puede haber para que el artífice de la modélica transición española tenga tanto apego por sultanatos y califatos? A pesar de tentarle con oropeles mundanos, huríes libidinosas y placeres efímeros, libre ya del yugo y responsabilidades de la corona, lo que le mueve al frágil anciano es su vocación evangelizadora que le lleva a impartir la fe de Jesucristo allá donde es más necesaria: en las infieles y lujuriosas cortes mahometanas de la península arábiga, predicando en el desierto con devoción y fervor el dogma católico. 


Santo varón y abnegado catequista. No nos lo merecemos.


Suyo, afectadísimo: Juanito Monsergas