No sé, debe de ser algo muy difícil
de interpretar: todo el mundo anda a revueltas con las
responsabilidades de la situación en Oriente Próximo. Por lo visto
requiere de una interpretación exhaustiva valorar los ataques
islamistas de Hamás, que se han llevado por delante a mil
cuatrocientos ciudadanos israelíes, cerca de cuatro mil heridos y
más de doscientos rehenes secuestrados y la respuesta del ejército
israelí bombardeando indiscriminadamente amplias zonas de Gaza que
ya ha causado más de 10.000 muertos, las tres cuartas partes
población vulnerable, sobre todo niños. Disquisiciones de quién
inició el ataque, si la respuesta responde a una lógica defensa o
si los agravios repetidos a lo largo de un conflicto, que dura desde
que Reino Unido abandonó Palestina tras la segunda Guerra Mundial,
pueden justificar una barbaridad que supere la última salvajada del
enemigo.
Y mientras los civiles son masacrados
por el mero hecho de serlo y las ciudades se convierten en
cementerios de escombros. Los ciudadanos no pueden hacer otra cosa
que escapar sin saber adónde y prefieren que les encuentre la muerte
con tal de acabar con tanto sufrimiento. Los principales líderes
mundiales se reúnen una y otra vez con gesto transcendente, como si
buscaran solución al conflicto, sin ponerse de acuerdo en las comas,
en el orden de los factores, en los gestos, en qué palabra usar y
cuál vetar... mientras tanto la lógica militar prosigue su
irracional dialéctica.
Triunfo de los comandos islamistas que
han conseguido desestabilizar la zona, demostrar que el enemigo (o
para ser más exactos su población) es vulnerable, dinamitar los
acuerdos de ciertos países árabes que reconocieron el estado de
Israel, llamar la atención sobre la insostenible situación de Gaza
y Cisjordania y una inyección de ánimo para aquellos que lo
apuestan todo a matar o morir.
Triunfo también para un gobierno que
ejerce su venganza como castigo bíblico, desmedido, ciego,
impasible, incapaz de valorar un genocidio que, sufrido en sus
propias carnes hace apenas ochenta años, lo repite ahora desde el
otro lado de la alambrada, incapaz de ver que la acumulación de
ofensas, el acopio de afrentas, sólo puede generar inseguridad y
nuevos ataques futuros, inestabilidad y sufrimiento. Se muestra
bizarro, haciendo gala de su furia tan cruel como ineficaz, tan
colérica como inútil, pero útil para acallar las voces críticas
de su entorno que cuestionan su estúpida y peligrosa estrategia.
En estos tiempos de globalización, de
conocimientos exhaustivos, de tecnología hiperdesarrollada y de
inteligencia artificial, la innata estupidez natural se impone por
encima del alarde intelectual de una humanidad incapaz de salvarse a
sí misma.
Suyo, afectadísimo: Juanito Monsergas