Ahora que la Inteligencia Artificial promete sustituir mis ya mermadas facultades mentales, en un mundo hiperdesarrollado, de una crisis demográfica sin precedentes, donde la comunicación global e inmediata amenazan el entendimiento y el análisis sosegado de la realidad, y con una contaminación que pone en peligro la supervivencia de la especie, numerosos escritores alertan sobre el incremento de la estupidez humana.
No son pocos los ejemplos que demuestran la deriva autodestructiva de la humanidad, en la que la proliferación de imágenes y pantallas reducen nuestra capacidad de discernimiento y las redes sociales convierten la información en un batiburrillo de memeces y despropósitos. Proliferan los negacionistas del cambio climático a pesar de las evidencias, de los fenómenos extremos y del aumento espectacular de la basura así en la tierra como en el cielo.
Los charlatanes vendepeines se han adueñado del discurso social y político, donde priman la rentabilidad y los intereses de las grandes corporaciones que se reparten el planeta, sumiendo a la mayoría de la población en una pobreza extrema: según Oxfam el 1% más rico del planeta se ha hecho con el 63% de la riqueza generada desde 2020 y el 50% de la humanidad sobrevive con poco más de 4 euros al día. Que no se preocupen los ricos que tierra no les va a faltar.
En una deriva sinfundamentalista, los terraplanistas desprecian las certezas científicas, «por algo se llama planeta, si fuera redonda se llamaría redondeta». Los líderes mundiales se comportan como niños malcriados que juegan con el botón nuclear, capaz de destruir el planeta diecisiete veces, si es que ello es posible. Probablemente la guerra sea el mejor exponente de la estupidez del poder y del poder de la estupidez. El beneficio de unos pocos representa una horrible tragedia para demasiados.
Se han publicado las memorias de un rey de frágiles recuerdos, impuesto por un sanguinario dictador, que olvida sus discursos grandilocuentes en los que ponderaba la magnificencia de su cargo como símbolo de unidad y permanencia de la patria y legítimo heredero de la dinastía histórica, que labró una copiosa y oculta fortuna con opacas transacciones y privilegiadas retribuciones y que ha acabado instalándose en un paraíso monetario para poder escamotear sus obligaciones fiscales, sin el menor asomo de vergüenza u honradez. ¿Se le pasa por la cabeza el dislate de, tras una trayectoria tan cuestionable, argüir que le han escamoteado la pensión?. Como bien dice Ricardo Moreno Castillo en su Breve tratado de la estupidez humana, «A los tontos ni se les pasa por la cabeza la posibilidad de que hacen tonterías y no consideran necesario reflexionar sobre la culpa que pueda corresponderles de sus propios fracasos». La desmemoria es imprescindible para la tontería.
Todo el mundo recordará al Presidente de la mayor potencia mundial por un affaire sexual con una becaria. Sin embargo casi nadie es consciente de su papel en la eliminación de las regulaciones bancarias, unificando la banca tradicional de depósitos con la banca especulativa (derogación de la Ley Glass-Steagall), propiciando así el desenfreno de una casta avariciosa y cortoplacista que aprovechó la ingeniería financiera y las lagunas legales (cuando no directamente la delincuencia), para enriquecerse y arruinar a la mayoría de la población. Los bancos ya no se fiaban de los productos tóxicos comercializados de sus homólogos, eliminando la base de su propio negocio: la confianza. Lo que parecía una buena idea para reducir la deuda pública, (liberalizar el sector, reducir el gasto público, reducir impuestos, excesivo endeudamiento privado y un crecimiento desmedido de las cotizaciones bursátiles) se tornó en una crisis económica que, casi dos décadas después, aún seguimos padeciendo. ¿Nadie vio venir el desastre que se avecinaba?. Probablemente sí, pero como afirma Giancarlo Livraghi en su libro El poder de la estupidez, «Los que ostentan la autoridad terminan creyendo a menudo que son mejores, más listos y más sabios que las personas normales porque ellos tienen el poder. Además están rodeados de aduladores, seguidores y aprovechados que alimentan sus falsas ilusiones». Sostiene el Principio de Hanlon que «no se ha de atribuir a la maldad lo que pueda ser explicado por la estupidez» y la Ley de Murphy apostilla: «Si algo puede salir mal, saldrá mal en el peor momento posible».
Me viene a la memoria aquel Director General de la Caja de Ahorros de una Comunidad Autónoma Uniprovincial de quinientos mil habitantes, de cuyo nombre no quiero acordarme, que henchido de egolatría, ambición y suficiencia y rodeado y aconsejado por una caterva de notables, catedráticos e incondicionales, se lanzó a la conquista del mercado nacional e internacional, en una alocada expansión que le llevó a dilapidar las reservas, comprando infinidad de locales cuando estaba a punto de estallar la burbuja inmobiliaria, locales que tuvo que vender al poco tiempo con pérdidas para conseguir liquidez.
Los delirios de grandeza le llevaron a pretender abrir una oficina en Washington, al lado de la Casa Blanca en un local de 820 metros, aunque después de cuatro años de pagar los gastos inherentes e intentar sacar la licencia para operar, tuvo que cerrar sus puertas sin conseguirlo. Otra de las ocurrencias del atrevido ejecutivo fue el intento de construcción en la cima del monte Ezkaba, cercano a Pamplona, de un complejo de miles de metros de oficinas rematado con un funicular que lo uniría con la ciudad. Afortunadamente los alcaldes de la zona se opusieron al faraónico proyecto que no se llevó a cabo.
Agasajó a sus afínes y a su equipo directivo (y acompañantes) con viajes a todo trapo a las principales capitales europeas, donde no faltaron excursiones en helicópteros, cenas de gala, visitas a palacios, museos, la Bolsa de París y Londres y alguna miniconferencia donde sestear las digestiones de las exquisitas comidas que se trajinaron. Inversiones fallidas, generosos créditos con abundantes pérdidas y una ruinosa salida a Bolsa, llevó a la entidad valorada un año antes en mil trescientos millones de euros a liquidarla por apenas doscientos.
¿Y qué dice ahora este personaje, fundador y presidente de la Fundación Hermes, y actual presidente de Fundación Telefónica?.
Pues habla del agente tabaco, de cuando el tabaco dejó de ser atractivo. «La IA, las redes y la plutocracia digital dejan de ser atractivas. Este “efecto tabaco” está produciendo un despertar. La ciudadanía está despertando». Muy ilusionante su análisis. Yo también he dejado de fumar, ayer tres veces.
Dice que... «el modelo político europeo es un modelo moral, ético y cultural antes que político y que no es posible hacerlo sin una tecnología propia». ¿Modelo moral, ético y cultural?. Será por la ultraderecha que crece de forma escandalosa o lo pusilánime que se muestra ante el genocidio de Gaza...
También dice que... «Europa tiene un problema: es un éxito de tal calibre que no se ha reinventado». No sé si se refiere a la sumisión a EEUU o a lo poco que pinta la Unión Europea en el panorama mundial.
Apuesta por una IA... «de modelo europeo, cuyo código fuente y cadena algorítmica sea responsable, revocable, trazable y transparente». «No la veo como una amenaza. Tiene que ser civilizada». Muchos expertos alertan de los peligros de la IA pero él, con su fino olfato, solo ve bondades.
Declara que...«Cuatro de cada diez unicornios en Estados Unidos han tenido origen europeo»... y que … «El talento se va porque todavía no tenemos un mercado de capitales estructurado». No sé si se acordará de cuando él estuvo “en el mercado de capitales ” y precisamente dejó un “mercado sin capitales”. Se lo gastó todo, no dejó ni un céntimo para, al final, llevar a la quiebra a la entidad que dirigía.
Manifiesta que... «Mi concepto de IA europea es una IA que nos sirva datos que mejoren nuestras decisiones». Seguro que la IA ética (¿O habría que decir Cívica?) puede competir con lo que están haciendo los americanos o los chinos. Como decía Montaigne, «Nadie está libre de decir estupideces, lo malo es decirlas con énfasis».
Insiste el ínclito ejecutivo que tendría que haber un sistema … «de certificación algorítmica, que ponga un sello de usabilidad diciendo que una IA te va a servir y no te va a comer, no se va a entrometer, va a ser agéntica con límites. Para eso necesitamos una fórmula: R2T2». Mucha palabra para no decir nada. La IA la controlan las empresas con intereses comerciales incuestionables. ¿Son los gobiernos los que controlan a las multinacionales o son las multinacionales las que están imponiendo sus programas a los gobiernos?.
Y mantiene que... «Yo no creo en el debate entre innovación y regulación. A mí, si tengo talento y tengo dinero, la regulación no me estorba». Eso lo dice un individuo que arruinó el buque insignia de la economía navarra y sigue ponderando como si no hubiera pasado nada. Como bien dijo Girolano Cardano, «la estupidez consiste en tener una concepto exagerado de sí mismo» o como decía Erasmo de Rotterdam, «bien se alaba quien no tiene quién lo haga.
Asegura el Principio de Peter que «Los miembros de una organización meritocrática prosperarán hasta alcanzar el nivel superior de su competencia y luego los ascenderán y estabilizarán en un puesto para el cual son incompetentes», pero parece ser que en algunos casos van más allá de esta expresión y promueven a un nivel superior a gente que ya era incompetente en la función que ocupaba entonces. Será cierto el Principio de Dilbert, cuando afirma que «Las personas menos competentes y menos inteligentes ascienden a los puestos donde menos daño pueden causar: la dirección».
Principios tienen algunos pero final, afortunadamente, tenemos todos.
Suyo, afectadísimo: Juanito Monsergas
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