Dice el ilustre letrado
José Antonio Asiáin, refiriéndose a la evanescencia de la caja de
ahorros navarra, que su desaparición y posterior absorción por La
Caixa en realidad fue “una transformación” y “debe
ser visto como algo normal”. Hombre, normal, normal... perder
mil millones de euros en menos de dos años, así a simple vista, lo
que se dice normal no parece. Más parece un reto.
También ha hablado de la
“grisácea” gestión de Lorenzo Riezu, avalada por un informe
del Banco de España (el mismo que no vio la pérdida patrimonial de
CAN en años posteriores, ni se dio cuenta de que el precio de la
vivienda se duplicaba cada cinco años y de que el plazo de las
hipotecas crecía hasta más allá de los cuarenta años de vida
laboral de cualquier currela...) y comentada y difundida por la plana
mayor de UPN, a quienes ni gustaba ni seguía sus dictados. A la
prudencia, algunos advenedizos con ínfulas de Gary Cooper, la llaman
“aburrimiento”. Él dice que “uno puede tener el colesterol
bajo y no haberse tomado nunca un pintxo de txistorra. El objetivo es
vivir”. Si hay riesgo de ictus mejor es olvidarse de la
txistorra, por mucho que une le tenga devoción, si no se le quiere
joder la vida a la familia, quedándose como un vegetal.
Lo que parece que el
ínclito picapleitos no ha podido negar, es que la entidad ya entró
en pérdidas en el año 2008, a pesar del maquillaje del balance
anual que hizo el equipo que dirigía la entidad en ese tiempo. Tres
años antes Enrique Goñi llevó a los ayuntamientos de la
Mancomunidad de la Comarca de Pamplona un proyecto para construir los
servicios centrales de la CAN en el alto de San Cristobal, vender un
montón de metros de oficinas adláteres a “nosesabebienquién”y
plantar un funicular desde la punta del monte hasta el centro de la
ciudad. Bello proyecto, entre otras “imaginerías”, del atrevido
timonel del buque insignia de la economía navarra que,
afortunadamente, no vio la luz.
Afirma el pretigioso
abogado, después de reconocer que el anterior director de CAN,
Lorenzo Riezu, le pasara un informe en 2010 de la deriva ruinosa de
la CAN, que “con información de hoy, me atrevo a acertar la
quiniela la semana pasada”. No hace falta ser Paul Krugman
para predecir que, una caja de ahorros de una autonomía
uniprovincial de medio millón de habitantes, no puede intentar
hacerse con el mercado financiero español, ni mucho menos pretender
conquistar EEUU con su atrevida, irreal y peligrosa campaña del “Tú
eliges, tú decides”. Y menos comprando un montón de oficinas
(otras tantas como las que ya tenía) a precios exorbitantes justo antes de estallar
la burbuja inmobiliaria, para acabar malvendiendo las nuevas y las
viejas poco después. Esa burbuja inmobiliaria que muchos no
quisieron ver gracias a las primas, incentivos y comisiones que se
llevaban.
Tampoco parece recordar
el docto letrado el asunto de la Autovía del Camino, adjudicada a
empresas lideradas por la caja, que vendieron con beneficios y nos
dejaron un oneroso peaje en la sombra que todavía seguimos pagando.
Con la Autovía del Pirineo idem de lienzo y el Convento de las
Salesas (proyecto de centro cultural envidia del mundo mundial) fue
emplumado a la Mancomunidad que lleva más de diez años sin saber
qué hacer ahí y a quién vender la mitad o todo.
Estoy seguro que nadie
pagará por los errores cometidos en la gestión de CAN entre 2001 y
2012 pero lo menos que podían hacer, aquellos que supieron buscarse
un hueco en Criteria o en otro despacho de Caixabank y no acabaron en
un ERE o trasladados a muchos kilómetros para poder tener un
trabajo, es no echar las culpas a quienes fueron más sensatos que
ellos, a “ajustes de patrimonio”, o a una deriva “normal” de
los mercados. Lo normal es que cuando el dinero desaparece es porque
alguien se lo ha llevado.
Suyo, afectadísimo:
Juanito Monsergas.
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