No me extraña que tenga tantos seguidores jóvenes el franquismo. Los que vivimos ese periodo de nuestra historia tenemos un recuerdo tan enternecedor que no podemos sino evocarlo con nostalgia. Como la mili.
Aquella vida diáfana, sencilla, sin tanto matiz ni tanta gaita... entonces la vida era en blanco y negro. Bueno y en grises, que enseguida se organizaba una carrera de obstáculos para mantenerte en forma. Eso era vivir, no la mariconada esta del runing que parecen un anuncio del Decathlon. Entonces no necesitabas ni mallas ni hostias, salías a la calle, hacías levantamiento de coche para calentar, esquivabas los pelotazos con mayor o menor fortuna y luego venían los cuatrocientos metros vallas que solían terminar con un masaje disciplinario de lo más reconfortante. No había observatorios astronómicos pero podías ver las estrellas en una sesión de tortura en cualquier comisaría sin esforzarte mucho. Más bien nada.
¿Derechos humanos? ¡Y tan derecho que había que andar! A la que enredabas un poco o te salías de la norma, te aplicaban la Ley de Vagos y Maleantes, te metían al trullo y tenías alojamiento gratis para una temporada. Si te ibas a otra provincia o a otra ciudad ibas con recomendación: había que llevar una carta del Jefe Local del Movimiento diciendo que eras una persona decente y temerosa de dios y del Caudillo. ¡Qué democracia ni qué niño muerto! Entonces estábamos todos en el Régimen y no había tanto gordo como ahora. Sindicato no había más que uno, el vertical, y para lo que valía como si no hubiera ninguno. Y se hablaba en cristiano.
Las mujeres tenían que estar en casa haciendo sus labores, o en la Sección Femenina, preparando la coreografía para el 18 de julio o cosiendo la camisa nueva que tú bordaste en rojo ayer. El divorcio no existía y se casaba uno y una para toda la vida, no como ahora que todo el mundo se separa y puede volver a intentar hacer una pareja con alguien que se lleve bien. Nada de condones ni planificación familiar, a tener todos los hijos que dios, y las noches sin televisión, quisieran. Eso sí, si querían el pasaporte con autorización del marido y a aguantar los sopapos que vinieran, que alguna razón tendrían para recibirlos.
Es verdad que las carreteras estaban un poco chungas, porque no se pagaban impuestos nada más que para la policía, la guardia civil y el ejército, pero tenía el aliciente de la aventura de conducir por aquellos puertos de montaña en un 600, que le llamaban el coche de las viudas. Alguna vez yendo a Zaragoza en el Flecha (en realidad a Casetas, a putas, que en Pamplona había poca oferta), si nevaba, nos quedábamos tirados en el Carrascal, pero si ibas en coche no te hacían soplar y te podías meter un carajillo, una copa de coñac o un solysombra (o todo a la vez) antes de conducir y nadie te decía nada. ¿ITV? Ni sabíamos lo que era eso.
Entonces no había ni gripe aviar, ni peste porcina, ni salmonella ni glorias. Si veías que algo tenía moho, le quitabas un poco con la uña, lo freías en aceite de colza y ¡p'a dentro! que la comida no sobraba precisamente. En Semana Santa se prohibía la música y no se podía ni silbar, sólo ver santos por las iglesias. Calefacción no teníamos pero el servicio de información de los confesonarios velaba por nosotros: siempre estaba alerta para añadir más leña a la hoguera, donde nunca faltaban libros, librerías o escritores.
En la escuela no había tanta tontería como ahora, aunque convenía andar listo para que el Melanio no te estampase la cara contra la pizarra, el Braulio no te metiera mano o el Zabaleta no te diera chapadas en el culo cuando subías por la escalera de caracol a la clase. No existía eso del bulling, le podías dar una colleja al gafoso, abusar del esmirriado o ponerle la zancadilla al poliomelítico y no te pasaba nada. Era lo normal.
Cuando tenías un accidente, te escoñabas o te hacías una herida, no ibas al hospital, ibas a la Casa de Socorro, donde no daban puntada sin hilo pero sí sin anestesia. El médico había que pagárselo, el que pudiese claro, así que casi no nos poníamos malos, no como ahora que siempre están las urgencias llenas. Y el dentista solo hacía extracciones, no te ponía implantes, ni brackets ni empastes, por algo en las fotos pocos salían sonrientes. Entonces jugábamos a médicos, no como ahora que en mi generación sólo hablamos de médicos.
No sabéis lo que os habéis perdido, chavales. ¡Cuánto me fastidia que no hayáis podido gozar de época tan cojonuda!. Lástima.
Suyo, afectadísimo: Juanito Monsergas
No hay comentarios:
Publicar un comentario