sábado, 3 de abril de 2010

VIERNES DE PASIÓN


El pasado Viernes 2 de abril, a eso de las siete y media de la tarde, salí de casa con la sana intención de ir al cine. En cuanto traspasé el portal, me vi rodeado de una muchedumbre ociosa que me impedía el más mínimo desplazamiento. El motivo de la presencia de aquella impenetrable y apretujada marea humana parecía ser una manifestación religiosa de estética kukuxklaniana y cerúlea pasión.

Con paciencia y educación pretendí atravesar la muralla homínida que se interponía entre mi morada y cualquier destino. Tras un esforzado periplo de asfixiantes apreturas y opresivos estrujamientos, no exento de imprecaciones y quejas de los allí congregados, conseguí llegar a la mitad de la calzada, donde transcurría el desfile.

Ante la disyuntiva de acompañar a la carnavalesca comitiva para buscar un coladero que a todas luces se presumía inexistente, decidí acometer la heroica proeza de atravesar el segundo flanco atiborrado de gente, encontrándome con furiosas figuras que, recriminando mi actitud, impedían el más mínimo tránsito para salir de aquella sofocante inmovilidad.

“Por aquí no puede pasar” me espetó un piadoso espectador con cara de pocos amigos. “Ahí más adelante hay una bicicleta. Vete por ahí” (???) me ladró una diminuta y rechoncha observadora con la lógica aplastante de una hiena esquizofrénica y la estática inmovilidad de un Panzer de la segunda guerra mundial. En vano fueron mis protestas aduciendo que vivía allí y tenía derecho a salir de mi casa cuando lo creyera oportuno. “Pues salga antes de las cinco, que yo llevo aquí desde esa hora” me reprochó otro pío devoto, afianzándose más en su rígida postura.

Vista la caritativa y candorosa comprensión de los allí congregados, intenté sortear el infranqueable dique a lo largo del recorrido hasta que, soportando una vez más improperios e insultos, conseguí escabullirme de aquella sofocante turba.

Ni que decir tiene que, tras ver la película y volver a mi domicilio, todavía seguía la circense marcha guarecida por un nutrido grupo de asistentes (no tan numeroso como dos horas antes pero aún contundente) que tuve que sortear hasta poder llegar a mi hogar.

Por lo visto la función duró hasta la una de la madrugada con sus idas, venidas, cánticos y solemnes marchas orquestales, a las que siguieron las ruidosas máquinas limpiadoras que, vana porfía, intentaban limpiar de cera el pavimento manchado por los penitentes, ajenos a la modernidad y que año tras año dejan las calles hechas un cristo (con perdón).

No estaría de más que este Estado laico y equitativo dispusiera de un servicio de orden, lo mismo que exige a otras manifestaciones sociales que ocupan la vía pública, para que los vecinos y transeúntes (que pagamos nuestros impuestos religiosamente y nunca mejor dicho) no tuviéramos que pasar este vía crucis todas las semanas santas.

Suyo afectadísimo: Juanito Monsergas

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