martes, 17 de julio de 2012

CAN S.O.S.

 Es curiosa la evolución del carácter institucional de la CAN desde su fundación (“Institución de carácter benéfico creada por acuerdo de la Excma. Diputación de Navarra, bajo cuyo patrocinio y garantía funciona”), hasta el privativo“Eso ya lo tengo” de Enrique Goñi en el video de Youtube en el que felicitaba, junto con su equipo directivo, de forma desenfadada y divertida, las navidades del año 2.009. El periplo del ejecutivo, Director General de la CAN durante la última década, brilla con luz propia y le coloca en una etapa destacada de su dilatada existencia: la CANcelación de la entidad.

Con el euro recién estrenado, el nuevo gerente aterrizó en el buque insignia de la economía navarra (el 50% del negocio de la comunidad, unas reservas que se intuían como inacabables y una cuota de solvencia de más del 20%) afirmando que cuando acabara su mandato “a esta caja no la va a conocer ni la madre que la parió”. Y así fue. Comenzó una tanda de prejubilaciones de lo más generosas a la par que remodelaba todas y cada una de las oficinas de la red. De forma simultánea procedió a la contratación de cientos de nuevos empleados y emprendió una expansión jamás conocida en la historia financiera mundial: él abría una oficina cada tres días y poco tiempo después ya se había hecho con casi doscientas sucursales fuera del territorio foral, muchas de sus sedes de lujosa exclusividad y todas ellas pagadas poco antes del estallido de la burbuja inmobiliaria a unos precios exorbitantes. El que una caja de ahorros de una comunidad uniprovincial de apenas medio millón de habitantes se lanzase a la conquista del mercado español de forma tan atrevida e irresponsable sólo consiguió vaciar sus arcas y malvender las reservas acumuladas durante largos años de trabajo y mesura.

En aquella época había dinero para todo: dietas, canonjías, regalos, viajes a Alemania, Londres, macroproyectos como el de San Cristobal que no llegó a ver la luz con otros como el de colocar un pequeño restaurante en la planta baja de su sede central en Carlos III 8, que en los seis meses de vida consiguió vender cinco ensaladas. Con el dinero de los demás es fácil sentirse generoso.

Con la explosión de la burbuja financiera vinieron los problemas de capitalización, buscando primero un socio capitalista que no consiguió y, tras el suspenso del test de estrés, acudir al FROB para solicitar cerca de 1.000 millones. El Consejo de Administración, no sólo ratificó la estrategia desarrollada sino que avaló repetidamente a su equipo directivo. En una huida hacia delante, buscó alianzas con aquellos que no pudieran hacerle sombra, acabando por fusionarse con dos cajas de poca monta (Caja Canarias y Caja Burgos) y con otra de mayor tamaño pero de más que dudosa solvencia (Cajasol). A partir de ahora el avión privado tendría que compartirlo con el copresidente de Banca Cívica.

La guinda fue la flamante sede de Whasington, inaugurada por el polifacético Iñaki Urdangarín y su esposa la enmudecida infanta Cristina, el valedor del intrépido ejecutivo y a la sazón presidente del Gobierno de Navarra Miguel Sanz, variopintas autoridades y gente de medio pelo. Dos años después de aquella bonita fiesta la oficina todavía no tiene licencia para operar.

En la actualidad Banca Cívica ha sido comprada por Caixabank por el módico precio de la deuda que tiene con el FROB: un montón de trabajadores van a ver rescindidos sus contratos y el resto peligrar su sustento y el de sus hijos. Mientras tanto, el iluminado timonel ha colocado sus reales en el Consejo de Administración de la entidad absorvente junto con el artífice de la Torre Pelli (que tan de cabeza trae a la Unesco como barbaridad urbanística).

Esperemos que la primera entidad de ahorro del estado español pueda aguantar los embates de tan preclaras mentes en su seno. Como dice Carlo M. Cipolla en “las leyes fundamentales de la estupidez humana”, el potencial de destrucción de un necio es siempre minusvalorado. Y el de dos ya ni te cuento...

Suyo, afectadísimo: Juanito Monsergas

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