jueves, 15 de junio de 2017

CORRUPTUS INTERRUPTUS


Quiero romper una lanza en favor de todas aquellas personas que están acusadas, investigadas, encausadas o mencionadas en casos de corrupción a lo largo y ancho de nuestra piel de toro. Siempre se ha robado y desde que existe la propiedad existe el robo. No son pocos los ladrones que han sido considerados héroes y por lo general han despertado más simpatías que desprecio entre la gente. Los hay, como Robin Hood, príncipe de los ladrones, que robaba a los ricos para dárselo a los pobres, pero por lo general se robaba a los ricos para dejar de ser pobre. Así ha sido desde la noche de los tiempos, hasta que los ricos se pudieron pagar su protección y a partir de entonces ha sido más fácil robar a los pobres. Eso sí: había que robar a muchos para que compensase el esfuerzo. También han cambiado las formas a lo largo de los años, y aquellos violentos atracadores y tironeros se han convertido en cibercacos que te desfalcan la pasta a base de teclado y conexión wifi en vez de hacerlo a punta de “barata” o de pistola. Por lo menos por estos lares.

Pero lo que parece estar de moda es el trepa político que, lejos de esperar la ocasión que según el dicho hace al ladrón, la buscan desde la más tierna infancia, como el pequeño Nicolás. Hay que procurarse un puesto relevante que te permita el cohecho, la prevaricación, la malversación, el fraude o el tráfico de influencias para trincar y amasar, casi siempre en paraísos fiscales, unas cantidades de dinero que a la mayoría de los mortales nos resultan exorbitantes. Y para ello es imprescindible estar bien “colocao”, tener “amistades” o estar bien “relacionao” si se quiere no pasar demasiado tiempo entre rejas o esquivar la acción de la justicia. 

Se podría decir que hoy en día no eres nadie si no has pasado de la alfombra roja al pedregoso camino al talego. Consejeros, tesoreros, concejales, diputados, honorables y modélicas estirpes hacen el paseíllo con dignidad y altivez y son tantos los casos que ya no nos sorprendemos por el afloramiento, día sí día también, de nuevos episodios y protagonistas del latrocinio institucional. A veces sufren los insultos y vituperios de algunos indignados que acuden a la entrada o salida del maco o del juzgado de turno, pero los más se pelearán por buscar un hueco a su lado para hacerse un selfie o compartir cámara. 

Y, aunque ya se sabe que en estas lides la pena suele ser inversamente proporcional al montante esquilmado y al margen de si despiertan simpatía o envidia, llama la atención que los chorizos de hoy en día no sean sucios menesterosos ni quinquis arrabaleros sino probos padres y madres de familia ejemplar que compaginan el afane de ingentes cantidades de panocha con hábitos piadosos de liturgia y devota ceremonia. Llegados a este punto cabría preguntarse: ¿para qué acumular tamaño montón de millones que no van poder dilapidar así vivan doscientos años? Estoy convencido de que la razón de sus denuedos no es una avaricia desaforada sino que les mueven intereses más altruistas. Seguro que quieren aligerar al prójimo del lastre material que, como rezan las enseñanzas de Jesucristo, nos impediría alcanzar el reino de los cielos. Pareciera que quieren librar a sus congéneres de la pesada carga del pecaminoso vil metal. ¿Existe actitud más desinteresada y abnegada? Tanta grandeza de espíritu debería de llevarlos a los altares antes que a las mazmorras ¿O no?


Suyo afectadísimo: Juanito Monsergas


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