jueves, 22 de junio de 2017

SANFERMINES


Los sanfermines, en mi humilde opinión, es la época del año en la que los castas hacen sus gracias (o eso creen ellos), los vendedores ambulantes intentan ganarse la vida, la santa casa de Misericordia rentabiliza la plaza de toros olvidada el resto el año, algunos bares de lo viejo hacen su agosto en julio y otros aprovechan para sanear sus enclenques balances anuales, las urgencias trabajan a destajo intentando atender las incidencias de estas fiestas sin igual y sus encierros, los policías meten un montón de horas (en Pamplona por San Fermín, que trabaje la Guardia Civil, siempre se ha dicho), la administración y casi todo se paraliza y el Casco Viejo se transforma en un parque temático etílico-festivo cuyos feriantes, autóctonos y foráneos, invaden sus calles en un amplio abanico multicolor de reivindicaciones, ofertas y rentabilidades a pie de barra, mesa o tenderete. El resto de barrios asisten, cual invitados de piedra, como si la celebración no fuera con ellos.

Esta explosión de júbilo concentra un aluvión de visitantes que, una vez comenzada la fiesta, trajinan miles y miles de hectolitros sin descanso en un alarde báquico de difícil supervivencia. Ocurre que, incomprensiblemente, tras el txupinazo, los retretes de casi todos los garitos se demuestran impracticables y el caudal del río Arga se ve incrementado por un afluente de origen humanoide que amenaza con inundar el aledaño barrio fluvial de la Magdalena y corromper las piscinas colindantes, aunque en éstas casi nadie lo notaría. Mención aparte merece la ingente cantidad de lejía, imprescindible para blanquear los miles de uniformes sanfermineros, que discurre por el desagüe.

Los hoteles, hostales, pensiones y todo tipo de alojamiento completan su ocupación del 6 al 14 de julio con precios exorbitantes y muchos propietarios de casas y pisos del Casco Antiguo abren sus puertas, en un generosos gesto de acoger a cuántos quieran acercarse hasta el crisol de la juerga, motivados por la innegable hospitalidad navarra pero probablemente también por los suculentos alquileres que se manejan. Los balcones del recorrido del encierro proveen asimismo unos valiosos beneficios que pocos rehúyen. 

Otros, quizás no tan sensibles como para disfrutar de estas entrañables fiestas, huyen a latitudes menos intensas, incapaces de soportar a los cientos de miles de zombis intoxicados que pululan por las calles de lo viejo, el producto de sus entrañas, las distintas modalidades de tortura acústica ocasionada por el gentío y sus verbeneras amenizaciones sonoras y las diferentes maneras que tienen los visitantes y autóctonos de expresar su alegría. Pero esta ausencia no es total pues nuestra administración, siempre tan atenta, hace partícipes contributivamente a todos los pamploneses en el magno esfuerzo de limpiar, dinamizar y gestionar cuantos eventos se realizan en la ciudad con motivo de las, cada año, reinventadas fiestas del santo ennegrecido. 

Así que ya sabéis, querido vecindario del Casco Viejo: si os quedáis estos sanfermines en casa haced el favor de no quejaros ni incordiéis a los forasteros, sed complacientes con la marabunta, disfrazaos de turistas botella de sangría incluida, bailad y bebed como si os fuera la vida en ello y si tenéis que tiraros de la estatua de los Fueros ni lo dudéis. Todo sea para mayor gloria y divulgación de las fiestas de esta gloriosa ciudad.

Suyo, afectadísimo: Juanito Monsergas



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