La profilaxis impuesta por las
autoridades sanitarias parece ser la única medida efectiva en la
lucha contra el coronavirus hasta que se descubra una vacuna. Las
preguntas se agolpan y los científicos se afanan intentando
desentrañar los misterios de este microorganismo que ha puesto en
jaque a la humanidad. De procedencia animal, como el VIH, el ébola,
la gripe aviar o el SARS, parece que algo tiene que ver la
destrucción de los habitats naturales, la deforestación y el
hacinamiento para que estos patógenos penetren en la población
humana, instalándose como huéspedes en nuestros organismos. Poco a
poco nos vamos enterando de su forma de propagarse, ciclo vital,
mortandad, grupos y actitudes de riesgo... así como de un montón de
bulos que circulan por nuestras redes de comunicación y nos
complican la ya desbordada crisis sanitaria. Comprobar las
informaciones, verificar las fuentes y acudir a los expertos, parece
ser el mejor antídoto contra la desinformación, la estafa y las
noticias falsas.
Todavía sin saber a ciencia cierta qué
pasará o cómo va a evolucionar la epidemia, si será un paréntesis
o se convertirá en una condición, vamos vislumbrando los efectos
que probablemente restrinjan nuestro futuro: profesiones que de la
noche a la mañana se vuelven de alto riesgo como las sanitarias o el
cuidado de atención a los mayores, parecen impelidas a reinventarse
en una realidad que obliga a modificar las relaciones, las
comunidades, las prioridades y la existencia misma. Nunca podremos
agradecer lo suficiente la labor en estos días de sanitarios y
asistentes en geriatría... o sí: impidiendo en el futuro recortes
presupuestarios, aumentando partidas económicas y disminuyendo
ratios de carga de trabajo. Ya antes de la crisis muchos de los
geriátricos se habían convertido en hacinados pre-tanatorios.
También, más evidente que nunca, aparece la necesidad de una
regulación racional de la eutanasia y los cuidados paliativos.
El día que pase todo esto, tendremos
que recordar que estábamos intentando sobrellevar una crisis
económica, demográfica y medioambiental que llena de basura el
mundo y agota los recursos naturales. ¿Qué hacer con las grandes
ciudades (la mayoría en el tercer mundo) que crecen sin control?
¿Cómo bloquear las fronteras en un mundo de más de siete mil
millones de personas? ¿Cómo paliar la escasez de agua? ¿Cómo
cambiar las costumbres cotidianas que nos acompañan desde la noche
de los tiempos?. El dinero es, más que nunca, una fuente de
contaminación que corre de mano en mano y la armonía con la
naturaleza ya no parece una utopía romántica decimonónica sino
una necesidad perentoria del siglo XXI.
Si queremos sobreponernos a esta
multifacética crisis necesitamos una re-evolución que nos
reconcilie con el planeta, que ya es uno para todos. Tenemos la
tecnología, el conocimiento y los medios para hacerlo, seamos todos
para uno.
Suyo, afectadísimo: Juanito Monsergas
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