viernes, 4 de marzo de 2022

Esterilización


Numerosas voces se alzan en contra de las medidas de control socio-sanitario que han impuesto distintos gobiernos para la contención y erradicación del virus del SARS-Cov2, argumentando el recorte de libertades que significa la obligatoriedad de vacunarse o de tener que presentar documentación al acudir a eventos, concentraciones o acceso a determinados sitios, con respecto a su estado de salud (el pasaporte Covid). Según ellos y ellas se vulnera su libertad de elegir si quieren o no admitir la vacuna y vulnera su intimidad. Las personas tienen derecho a decidir sobre su propio cuerpo y no pueden estar estigmatizados socialmente por no adscribir la recomendación gubernamental. Tanto en la culta e higiénica Europa como en los muy desarrollados Estados Unidos de América surgen altercados y manifestaciones en contra de las vacunas y las instrucciones profilácticas.


Resulta paradójico que, en este campo tan especializado y complejo como es la sanidad, no tengamos en cuenta las indicaciones que las autoridades sanitarias implementan para combatir una pandemia a la que se le empieza a poner límites y cuya letalidad se ha controlado parcialmente. La cifra, a nivel mundial, de 300 millones de infectados y 5,5 millones de muertos en tres años no es baladí aunque esté lejos de los 38 millones de muertos del VIH o los 30 o 40 que se llevó por delante la mal llamada Gripe Española, que contagió a un tercio de la población mundial. En otros momentos de la historia la Peste Negra (a mediados del siglo XIV) esquilmó la población europea que había pasado en los últimos años de 45 a 75 millones gracias a la relativa paz y buenas cosechas, y la redujo a 30 en seis años.


Desde la noche de los tiempos las plagas y enfermedades se han extendido por el planeta y a través de los años hemos sabido ponerle freno descubriendo su génesis y tratamiento, aunque, la mayor parte de las veces, la superstición y las malas decisiones han retardado y empeorado la situación. La Plaga de Antonino (viruela) en el siglo II mató a un 10% de la población y la Peste de Justiniano (peste bubónica) con origen en Etiopía y que más tarde se extendió por Egipto, Levante y Constantinopla, suprimió a 5 millones de personas en quince años. Ambas epidemias tuvieron una gran repercusión en la caída del imperio romano lo mismo que la Peste Negra propició el final del feudalismo. El Cólera ha estado presente desde el siglo IV a.e.c. hasta nuestros días, habiendo años durante el siglo XIX que morían por su causa entre 21.000 y 143.000 humanos y no fue hasta 1860 que se detectó la causa de la enfermedad.


Lo que se asemeja de estas enfermedades que asolan a nuestra especie es que afectan a todo el espectro social (con más incidencia entre las capas más desfavorecidas lógicamente, pero también a las clases privilegiadas), que se desconocían causa, tratamiento y prevención, que provocan un gran impacto emocional y una disminución drástica de la mano de obra y que las malas condiciones higiénicas o alimenticias suelen estar en el origen de estas plagas. Parece también bastante evidente que el incremento demográfico tiene mucho que ver en ello (hemos multiplicado por siete la población mundial en los últimos doscientos años) y en muchos casos ha supuesto un cambio en la organización social y los sistemas de producción y consumo. La ventaja que podemos tener ahora con respecto a otras calamidades anteriores es que contamos con ministerios de sanidad en casi todos los países con grandes conocimientos médicos, sistemas de comunicación que pueden coordinar cualquier iniciativa y una tecnología capaz de conquistar el espacio y descubrir los secretos de la vida.


Y si en esta desgracia que nos ha tocado en suerte padecer no se ven Conjuraderos, Triduos de Desagravio o penitentes que achacan estos males a nuestros pecados y mala vida, no faltan los que hacen caso omiso de estas afecciones y, a pesar de no tener conocimiento médico ninguno o desoyendo el dictamen colegiado, reprueban las recomendaciones de los expertos. Vale de poco recordarles la historia o las evidencias científicas, les basta con sus corazonadas y creencias para rechazar una vacuna que les preserva de contraer la enfermedad o de padecerla gravemente. Parece que no se quiera ver que estos virus tienen una lógica y una forma de funcionar ajena a nuestras convicciones sociales, voluntades, opiniones y doctrinas: su forma de propagación y contagio es la que es y no la cambiaremos si no atendemos a su funcionamiento y a los conocimientos que tenemos de ellos. Negarse a la vacunación es negar la realidad y ponerse a sí mismo y a los demás en un riesgo gratuito y necio, además de menospreciar el esfuerzo de tanta gente, en especial del estamento sanitario. Parece que la historia nos ha enseñado la manera de combatir estas enfermedades pero todavía hay gente que ignora la realidad, se escuda en creencias supersticiosas y pretende esgrimir su capricho obviando el bien común.


Tal postura solo se puede mantener si se niega lo evidente, se ahonda en el desconocimiento y la insensatez o se está poseído por un espíritu tóxico que anula el intelecto. No digo yo que no tengan derecho a la vida pero igual había que pensar en esterilizarl@s.


Suyo, afectadísimo: Juanito Monsergas


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