domingo, 13 de marzo de 2022

Son cosas que pasan

 

La cruenta invasión de Ucrania nos ha pillado a la población europea por sorpresa y nadie pensaba que el horror de este conflicto armado pudiera ocurrir en el centro de nuestro desarrollado continente en pleno siglo XXI. Las imágenes de la sinrazón belicista, profusamente difundidas por los medios de comunicación en su aspecto emotivo y humano y tan parcas en su contexto geopolítico, nos hielan la sangre y vaticinan negros nubarrones que nos retrotraen al espanto de una confrontación mundial.


Bien es cierto que, últimamente, no ganamos para sustos y que esta debacle bélica se ha venido a sumar a un conjunto de crisis (económica, sanitaria, demográfica, ecológica, energética...) que no parecen tener fin y que nos deja a la ciudadanía inermes e indefensos.


¿Cómo es posible que, en plena era del conocimiento, cuando la ciencia prácticamente ha conseguido descifrar el secreto de la “piedra filosofal” del saber, no hayamos podido ver venir estas vicisitudes?


Los repentinos acontecimientos parecen ahondar en la fragilidad del ser humano y en los caprichos del destino: el hombre propone y algún dios dispone.


La ruina financiera de la mayoría de la población no se debe a la avaricia de los que optaron por la desregulación bancaria y el “pan para hoy y el que venga detrás que arree”, sino por los misteriosos arcanos de la incomprensible economía.


El desastre ecológico que amenaza la supervivencia no ha sido causado por el agotamiento y la sobreexplotación de los recursos naturales ni la codicia de las multinacionales, sino fruto del azar y la casualidad.


La pandemia sanitaria de la Covid, no se ha visto agravada por la superpoblación y el tráfico desmedido sino por el capricho del destino que ha querido castigar la soberbia del homo sapiens.


La guerra de Ucrania no es fruto de la decadencia de las superpotencias en su lógica armamentística que se disputan su hegemonía abusiva y totalitaria, sino por el insensato agravio inflingido por el enemigo de la patria.


Y ya puestos, por qué no pensar que el desmedido encarecimiento de la energía no es consecuencia de una regulación perversa, la rapacidad de las multinacionales en busca de un desmedido beneficio económico y la aquiescencia de los gobernantes sumisos a su codicia cortoplacista sino al azar del veleidoso mercado.


Podríamos considerar incluso que, el ascenso del nacismo en España no tiene nada que ver con los paños calientes y la sumisión de los gobiernos sobrevenidos tras la Transición, que nunca han querido reconocer la herencia de aquel nacional catolicismo, tan afín al genocida y fascista Tercer Reich, que sojuzgó las ansias democráticas del pueblo español, sino que ha emergido por ciencia infusa, producto de la casualidad y la chiripa.


Los acontecimientos ocurren por casualidad, son sucesos que pasan y no se pueden achacar a causas que los motivan. Eventualidades que nada tienen que ver con responsabilidades de nuestros actos. Son cosas que pasan incomprensiblemente y nos pillan por sorpresa. ¿O es que alguien piensa lo contrario?


Suyo, afectadísimo: Juanito Monsergas



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