sábado, 13 de diciembre de 2008

AGUR MALKOA, BETIKO


Hay bares que son meros establecimientos de dispensación de bebidas y pinchos. Se entra en ellos con el único fin de aliviar una necesidad perentoria. También los hay que atraen a los clientes por la excelencia de sus productos, siempre abarrotados pero con poca interrelación entre dependientes y parroquianos.

Y los hay que son mucho más que eso: son lugares de reunión de una clientela que los considera una prolongación de su cuarto de estar. Uno no va a ellos por la excelencia en el servicio, ni porque sus banderillas hayan ganado certamen gastronómico alguno, ni por lo confortable de sus instalaciones. Va porque se encuentra en un ambiente en el que la charla amena brota sin esfuerzo, incluso ineludible.

Se platica de mil y un temas por el mero placer de comunicarse, de sentirse vivo con una gente que, a pesar de su distinto pelaje y extracción, se siente partícipe de una forma de entender la realidad; diferentes, heterogéneos, discrepantes incluso, pero armoniosos en la cotidiana comunicación vital.

Traspasada su puerta, el sentimiento de integración nos hacía sentir la pertenencia a un grupo tan consonante como diverso, pero siempre cercano y familiar. Su dilatada historia que ha visto mudar tantos cambios, ha sabido mantenerse como el primer día en una imposible conjunción inmutable y actualizada a la vez. El tiempo ha pasado por él como lo ha hecho en nosotros: sin estridencias pero inexorable.

Seguramente, aquellos y aquellas que nos dábamos cita en él, nos disgreguemos por otros locales en busca de esa relación fraterna que nos haga sentirnos parte de una existencia que inevitablemente se desvanece.

Mis sentimientos se amalgaman entre la nostalgia y el agradecimiento. Larga vida al Geriátrico. Que tu ausencia nos sea leve.

En Pamplona/Iruña a doce de diciembre de 2008
Juanito Monsergas

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