domingo, 14 de diciembre de 2014

LARGA VIDA


Es lo que deseamos a los congéneres que gozan de nuestro amor y simpatía. “Por muchos años”, “larga vida”,  o “que cumplas muchos más” es la coletilla que acompaña a cualquier felicitación y, como si nuestras plegarias hubieran sido escuchadas, la esperanza de vida en nuestra sociedad crece y crece cada día que pasa.

Si retrocedemos hasta la época en que comenzamos a extendernos como especie, lo normal era no llegar a los 50 años.  En el último medio siglo la esperanza de vida ha crecido más de diez años y, hoy en día, resulta habitual conocer a personas centenarias. Nuestra sociedad envejece y la pirámide poblacional desplaza su panza hacia arriba. Pero, ¿está nuestra especie preparada para ello o la expectativa de vida natural debería de ser muy inferior?

Bien es cierto que en cualquier momento puede caernos una teja en la cabeza demostrándonos que una estadística no es garantía de nada, pero ahí están los datos y también es verdad que la esperanza de vida no es igual en todas partes del planeta: mientras que en los países desarrollados se superan fácilmente los 78 años, en África apenas se alcanza, en algunos de sus territorios, los 60. Parece claro que nuestra sociedad del bienestar tiene mucho que ver en ello. Sanidad, confortabilidad, alimentación, higiene... nos han hecho más longevos y nos conducen a una existencia que se prolonga hasta imaginar que tocamos la eternidad con las yemas de nuestros dedos.

Vivimos más años y vivimos mejor pero también llegamos al final de nuestras vidas bastante más deteriorados, con  enfermedades que no conocíamos y en gran medida dependientes. Ancianos impedidos precisan los servicios de una parte sustancial de la población para poder seguir viviendo. Esto supone, para familiares y cuidadores, un importante esfuerzo y una dedicación a veces complicada y dura, que bien merece nuestro reconocimiento, cuando no un oneroso gasto difícil de asumir, que convierte el alargamiento vital en un goloso negocio para ciertas empresas.

Lo mismo que deseamos una buena calidad de vida y regulamos nuestra existencia con normas y servicios que lo facilitan, deberíamos preocuparnos también por buscar una buena forma de morir, sin sufrimiento,  pudiendo elegir el momento de decirle adiós al mundo, y sin convertirnos en un trozo de carne inane, incapaces (en muchos casos) de relacionarnos con el mundo. A fin de cuentas, la muerte no es sino la última etapa de la vida y habrá que tener cuidado de no confundir el alargar la vida con prolongar la agonía.

De no ser así, desear al prójimo “larga vida” puede dejar de ser un bienintencionado anhelo para convertirse en una insidiosa maldición.

Suyo, afectadísimo: Juanito Monsergas

1 comentario:

  1. Por razones profesionales estoy muy cercano a la muerte y a lo que , como bien dices, no es una prolongación de la vida sino de la agonía. Totalmente de acuerdo con tu artículo

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