Los humanos somos seres
contradictorios. Siempre hemos dicho que la salud es lo primero pero
muchos de nosotros no hemos dejado de fumar hasta que el médico nos
ha dado un ultimatum.
En este país, aconfesional según dice
su Constitución, la iglesia católica tiene una posición
preeminente y su jerarquía se empeña en pontificar cómo debe ser
la sexualidad de creyentes y escépticos, con quién se puede casar
cada uno de nosotros y cuándo tienen que parir las mujeres, a pesar
de que esa misma autoridad eclesiástica ha renunciado al sexo, tiene
prohibido contraer matrimonio y le está vedado tener hijos, según
dicta su propia doctrina. Además el Estado subvenciona las clases de
religión en las que se enseña el dogma que contradice al resto de
asignaturas que se imparten en colegios e institutos. De todas
formas, parece ser que ni Cristo ni Alá ni Jehová, ni tampoco el
resto de divinidades que jalonan el arco religioso a lo largo y ancho
del mundo, a pesar de su grandeza y omnipotencia, pueden hacer nada
por combatir a este minúsculo ser acelular que necesita de un ser
vivo donde replicarse para subsistir llamado Covid-19.
También dice la Constitución que
todos somos iguales en derechos y deberes, pero no todos podemos ser
Rey de España ni podemos tratar al monarca como a cualquier otro
ciudadano, ya que no podemos juzgarlo aunque delinca, haya metido
mano en el cajón, se haya servido de su puesto para cobrar mordidas
y comisiones ilegales o haya evadido capitales y fortunas a
escondidas de la Hacienda Pública. Por lo visto la ceguera de la
Justicia hace que, lejos de tratar a todos bajo el mismo baremo, unos
seamos más iguales que otros a la hora de pasar por los tribunales.
En estos días de cuaresma y
cuarentena las contradicciones se nos amontonan. Paseamos a nuestros
perros pero encerramos a nuestros hijos y eso que no tenemos que
recogerles las cacas a la gran mayoría de ellos (de los hijos).
Reforzamos nuestras fronteras aunque el virus es internacional y se
transmite sin problemas. Los que pagaron mucho dinero porque les
trajesen a Europa en una patera, ahora lo pagan por huir de ella.
Calificamos de héroes y soldados a los sanitarios que salvan vidas y
a los ejércitos de verdad los hemos puesto a limpiar y desinfectar,
cosa que está muy bien, aunque estaría mejor si dejasen de gastarse
el dinero en barcos, tanques y aviones carísimos que no sirven para
nada y se dedicaran a comprar jabón y fregonas. También estamos
viendo que, a pesar de tener cuatro administraciones: municipal,
autonómica, estatal y comunitaria, no parecen muy eficaces ni hay
mucha coordinación entre ellas y la europea no debe de valer para
mucho, a pesar de lo mucho que cuesta, porque cada país hace lo que
le parece, no hay una respuesta coordinada y abunda en paraísos
fiscales. Se dona el dinero a los bancos y se especula con la ayuda
humanitaria.
Pero lo más paradójico de todo es
que, el líder del país más desarrollado del mundo, de los viajes
interestelares, el que ejerce su hegemonía y poderío militar por
encima de todos y que encabeza la economía más boyante del planeta,
haya sugerido en una rueda de prensa que, ya que los desinfectantes
matan el virus, se introduzcan dentro de los cuerpos de los
contagiados para curarlos. ¿Muerto el perro se acabó la rabia?
Parece cosa de broma si no fuera porque el más tonto de la tribu
tiene en sus manos el botón nuclear.
Suyo, afectadísimo: Juanito Monsergas
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