Como
muchas personas estos días, estaba de limpieza. No sé de dónde
había aparecido aquella vieja lámpara de aceite pero, al pasarle la
gamuza, se produjo una densa humareda de la que surgió un curioso
personaje que me dijo: “soy el genio de la lámpara”, así que
sin pensármelo dos veces le enumeré mis tres deseos.
Desearía
que todos los ejércitos del mundo se reconvirtieran en milicias de salud y ayuda
humanitaria, poniéndose al servicio de los sanitarios y que las
empresas armamentísticas produjeran artículos que salvaran vidas,
no que las mataran.
Querría
que todas las religiones del mundo separasen sus intereses
espirituales de los mundanos y, mientras dieran consuelo a los
afligidos y consejo a los aturdidos, gestionasen sus bienes
terrenales conforme a las leyes contributivas del resto de los
mortales y pagasen sus impuestos como los demás, eligiendo a sus
líderes y normas de funcionamiento por consenso entre todos sus
correligionarios, sin marginar a las mujeres de ningún puesto ni
función.
Me
gustaría que, ya que a la gente de a pie se nos obliga a respetar la
propiedad privada, a contribuir al gasto común que redistribuye la
riqueza y a respetar las leyes, ante las que todos somos iguales al
decir del Jefe del Estado, de los tratados internacionales y de las
declaraciones de los derechos de las personas, se procediese a
erradicar y anular todos y cada uno de los paraísos fiscales que hay
en el mundo.
El
personaje surgido como consecuencia del aseo del oleaginoso candil se
me quedó mirando fijamente a los ojos y al cabo de unos segundos me
preguntó: “¿Cuántos años tienes?”, “Sesenta y tres”, le
contesté. Entonces, con gesto displicente replicó: “¿Y
todavía crees en los milagros? Yo estoy aquí para hacer un estudio
sociológico del comportamiento humano durante la cuarentena...”
Entonces me desperté.
Suyo, afectadísimo: Juanito Monsergas
Y yo que quería pedirte la lámpara!!
ResponderEliminarTendré que soñar también