(Fotografía tomada del blog de Fco. Javier Zubiaur Carreño con su autorización)
Entrevista
realizada a Francisco Eugenio Menaya, con motivo de los
Carnavales de Pamplona de 1983, en su casa de la calle Sangüesa,
donde nos concedió varias horas de su tiempo, relatándonos sus
vivencias y percepciones infantiles sobre los carnavales anteriores a
la prohibición de Primo de Rivera en el año 1924, lo cual recogimos
en una grabación donde trasmite, con gran viveza y lujo de detalles,
un intenso cuadro costumbrista de la época, de las actitudes humanas
y sociales, con un colorido anecdotario tragicómico desde los ojos
de un niño que se convirtió en un apasionado pintor. En 1958 sufrió
una ceguera irreversible, a pesar de la cual prosiguió pintando
durante muchos años con una gran entereza y mucho esfuerzo.
Su
conversación de tintes teatrales expresa, con fuertes pinceladas y a
veces humor negro, la versatilidad del ambiente y la riqueza gestual
de los variopintos personajes, que sus descripciones nos aproximan
como si asistiésemos a una representación callejera de Pamplona en
aquellos años.
Para
una semblanza más profunda de este polifacético hombre, remitimos
al siguiente enlace.
https://www.zubiaurcarreno.com/pintor-navarro-paco-menaya/
A
continuación se transcribe la grabación efectuada en febrero de
1983 sin modificar el tono coloquial y literal de su relato,
estructurado en los diversos aspectos del Carnaval pamplonés.
CARNAVALES DE ANTAÑO
Retrato de estudio: Niños disfrazados 1890 ca. Autor Emilio Pliego. Colección Municipal Fototeca de Pamplona.
Claro, yo os hablo de los carnavales de
mi época, de cuando era niño, así tienen que ser para que sean
viejos y gustosos, pues entonces tengo que hablar... domina lo que yo
os diga la curiosidad de un niño, ¿verdad?. A base de eso está
toda mi conversación. Poca actuación pero gran curiosidad
¿comprendéis? Luego, a través de esa curiosidad, vais a escuchar
estas cosas. La curiosidad de un niño de diez años de aquella
época.
Bueno, niño no se empleaba nunca
porque era palabra de la gente gilipollas. Nosotros decíamos chicos,
chavales o muetes. Si en la escuela alguna vez te decían... “porque
el niño...”, “¡Joder! Le han llamau niño... ¡pues si
es chaval!”.
Empezamos bajo la cosa histórica ,
como social, de las clases famosas: la alta, la media y la baja. Y la
baja se adueñaba de la calle por Carnaval. También por San Fermín
¿eh?. Es popular, que en el término peor le llaman populacho, pero
es popular, y en Carnaval aún era más. Porque... por aquello de que
te disfrazabas y te tapabas la cara... ¡jolín! Te metías en plena
impunidad... ¡y un hombre con impunidad es muy mala persona! ¿eh?
¡es peor que un perro! A mí me das impunidad cuando era joven y soy
un canalla. Si tengo verdaderamente la impunidad sí... y además un
ladrón, seguramente. Salta el instinto.
Pues, esa impunidad hacía que el que
no era borracho se emborrachaba y hacía bestialidades. Y aquello del
strip-tease pues... no eran gais ni maricones lo que había, no,
no... porque se conservaba la cosa sexual íntima, quizás estaría
profunda y nosotros no la veíamos ¿no? Pero consistía en que, en
términos generales, era que los hombres nos disfrazábamos de
mujeres y las mujeres de hombres. Veis aquí esa cosa, ese intermedio
¿verdad?, esa cosa pedante que le llaman simbiosis o “chorras”.
Pues eso, eso ocurría. Habría que estudiar a Marañón a ver qué
decía...
Pero ocurría que … los maricones de
ahora se ponen bragas de mujer y sujetadores porque son maricones
¿no? Pero entonces no. Nos remangábamos los pantalones de modo que
nuestra masculinidad por dentro andaba ¿eh? Es distinto ¿no?
En esa forma, en general, las máscaras
en la calle pues, había esa tendencia a que los hombres nos
disfrazábamos de mujeres y las mujeres de hombres. El hombre de
mujer tiene gracia pero la mujer de hombre no. Porque entonces la
mujer no se cuidaba y tenía unos culos así, tremendos. Y se ponían
pantalones prietos, las putas de la calle Santo Andía y aquello era
de pena, porque iban al baile, al baile de La Gotera.
Fotografía de Vicente Isturiz de 1912. A la izquierda se ve el barracón de la Gotera en la calle General Chinchilla. Colección Municipal Fototeca de Pamplona.
El baile de La Gotera era un barracón
donde están ahora los pabellones militares antiguos, bueno pues ahí
estaba la famosa La Gotera, que era un cine donde le daban con un
manubrio y había un explicador que decía... “y ahora sale el
padre Benito y le persigue a la chica, miren, miren como le... de la
puerta sale el otro tío...” Un explicador. Porque el invento
de los rótulos vino después. Primero el explicador. Y eso era un
cine, pero por Carnaval lo habilitaban como baile y lo llamaban La
Gotera ¡ya te puedes imaginar por qué! Seguramente porque estaba
lleno de goteras ¿eh?,oye, el origen del mote es fácil ¿no?
Y ahí iban todas las putas y los
albañiles de Pamplona y los carpinteros y el peonaje. A rozarse con
las “zurrupias” de la plazuela de la O... sí, sí, allí estaban
el Quince y el Diecisiete y todos esos. El Quince era de a duro y el
Diecisiete a dos cincuenta. ¡A durico el viaje! Y el otro ¡a medio
durico el viaje!
Pues esas iban con unos culos
terribles, porque tenían la mala geta y el mal gusto de vestirse con
pantalones muy prietos y allí iban las putas con unos culos enormes
e iban vestidas de... fíjate... ¡de marineros! Se usaba mucho el
disfraz de marinero, no sé por qué, tenían esa afición a la
marinería ¿verdad? Yo no sé por qué al mar... las putas hacia el
mar... no sé, pero ahí se veía una tendencia, una vocación
marinera de las putas de Pamplona. Porque llegaba el Carnaval ¡y se
vestían de marineros!
Oye pero fijaos qué marineros, con un
pantalón hasta aquí y prieto prieto, con las piernas al aire no,
porque el Gobernador las habría metido a la cárcel... Oye, todo
esto hablo en serio, yo seré un cachondo pero digo la verdad. Mira,
entonces se podían usar lo que se llamaban las mallas, unas medias
de color carne más o menos, color rosa, color carne tampoco era, con
medias tenían que ir, siempre que fueras cubierto podías ir. Las
bailarinas en el teatro salían con mallas en las piernas ¿qué os
parece? ¡ah claro! la desnudez así de... ¡carne a la vista! eso no
se podía. Pues así era el Carnaval. Al baile de la Gotera todas las
putas,,, ¡ras, ras, ras!... y su gorrico de marinero.
Y los chavales, entonces entre los que
me cuento, íbamos a ver... ya entonces el nombre de putas era como
un juramento, para un chico de aquella época de diez años era una
palabrota... sigue siendo pero ahora se usa mucho, hasta en la tele.
Pues entonces eran para nosotros “las malas”. “Las
malas” de la plazuela de la O, “las malas” de la
calle Santo Andía... pero los chavales con esa tendencia, esa
curiosidad... la sexualidad no había entrado en nosotros, ni mucho
menos, pero esa curiosidad ¿verdad?... como decían los curas...
“¡curiosidad malsana! Hijos míos que me escucháis”. Esa
curiosidad teníamos los chavales e íbamos a ver entrar a “las
malas” al cine de La Gotera, todos los chavales... “¡que
vienen las malas!” todos íbamos... ro, ro, ro... y a ver
aquellos culos y aquellas medias. Los chavales decíamos... “¡mira,
mira! ¡las malas!”... para nosotros “las malas” era
una cosa terrible, como si por un momento, por unos días, salían
del infierno y venían al mundo ¿verdad? Y luego se metían otra vez
entre el bochorno y entre las llamas. Algo así eran “las malas”
algo terrible, de unos pecados horrendos.
Y cuando íbamos a ver a “las
malas” en el baile de La Gotera, los chavales todos íbamos
disfrazados ¿eh? No íbamos así, como quien dice, de paisano.
Íbamos disfrazados de viejas. Era el disfraz. Nos decíamos... “¿Tú
de qué te vas a disfrazar?” “Pues como siempre, de
vieja”. Y de vieja era coger las faldas de la abuela, que
rozaban el suelo, aldeaban, de modo que levantaban todo el polvo.
Después unos zapatos grandes, una chambra que se llamaba, que era
estrecha de cintura y abullonada, un pañuelo negro en la cabeza y
una careta de vieja. Y eras una bruja auténtica. Cogías una escoba
nueva, la comprabas por un real y, antes de nada, la metías en las
minetas para llenarla de mierda a conciencia y cuando estaba bien
llena de mierda... ¡ala! ¡a incordiar a las mozas con la escoba!.
“¡Eh! ¡No me conoces!” ¡Pum! A levantarles las faldas.
“¡Ay, quieto cochino! ¡Mira como me has puesto!”. “¡A
esas! ¡A esas!”.

Comedia infantil en las Teresianas 1926. Autor desconocido. Colección Municipal Fototeca de Pamplona.
Bueno, otro disfraz recurrente, aparte
del disfraz de vieja, era con vestidos que estuvieran
desproporcionados, porque el chaval por instinto y toda la gente sabe
que el Carnaval es una cosa distorsionada, que tiene que ser por un
contraste tremendo, es lo que se dice una cosa esperpéntica y ahí
está la gracia del Carnaval. De modo que buscabas un contraste. Nos
disfrazábamos de viejas o le pedías la chaqueta al padre o sus
pantalones grandes y siempre había en casa un sombrero del abuelo,
un sombrero de copa alta o bombín. Pues con sombrero y con la
chaqueta y si no de viejas.
Y mucha gente iba así. Si uno era
delgadico le pedía las ropas a un gordo y se las ponía ¡ya era
ridículo! ¡ya era una cosa chocante! ¡ya era un esperpento en la
calle! ¡Ya era Carnaval! Porque el gordo se las pedía a un flaquico
e iba con las mangas que no le llegaban... también era esperpéntico
y bonito... ¿no? Buscaban esos contrastes.
Todo eso está muy bien reflejado en la
pintura. Yo que soy pintor, todo eso lo he pintado. Todo eso está
muy bien reflejado desde hace mucho tiempo y sobre todo en la pintura
del XVII de los Países Bajos, de David Tenier y los hermanos
Brueghel, han hecho cuadros de carnavales... ¡entre aldeanos!. Sí,
sí, en la pintura parece que un tío le está tocando el culo a una
moza y están de carnavales. Y las danzas de Tenier es eso:
campesinos disfrazados. Fíjate desde entonces hasta aquí ha seguido
lo mismo y luego, actualmente, antes de morir Carnaval en el año 27,
ya se inspiraban los pintores de aquí, como el famoso Solana...
¡Solana tiene unos cuadros de Carnaval que se caen del mundo! No
hace falta mas que ver un cuadro de Solana para saber cómo
disfrazarse por Carnaval, porque son informativos totalmente. Y
claro, Solana... ¿qué es lo que más le chocaba a Solana? ¡las
viejas! Se hinchó de pintar viejas. Las ponía con una bota o con
una... hay una muy maja que está con una alcuza, o sea con una
aceitera... la vieja está con una bota y con una aceitera. Y es un
tío, eso desde luego. Y ahí se refleja que las viejas tenían su
gracia, así que los chavales nos disfrazábamos mayormente de
viejas.
El aspecto de la calle era como muy
bullicioso, era... porque había... no era una orden pero sí una
costumbre: por Carnaval desde que salías de casa, saltar. Ir por la
calle a limpio salto. Eran unas fiestas, como decían los curas,
exultantes. Claro, de alegría saltadora. Pues ahí salíamos los
tíos vestidos de vieja, con las escobas sucias, a remangar las
faldas a las crías y a todas las mujeres. Porque se formaba un paseo
a eso de las cinco, de cinco a siete de la tarde, en el Paseo de
Sarasate, para nosotros el Paseo Valencia, en la acera de San
Nicolás, de un extremo al otro. Desde casa Baleztena, desde la
Diputación, hasta la esquina de Navas de Tolosa, hasta casa Múgica.
En Carnaval no se quemaba ningún
personaje ni había rey del Carnaval ni nada. El inicio del Carnaval
se hacía sin cosa formal, cada uno a su aire, espontáneo, muy
informal todo. ¡Tira! A salir disfrazado. Informal todo. No tenía
ese bouquet, ese sabor de los carnavales vascos de Tolosa, con el
Jueves Gordo, el Viernes Flaco, el Sábado Regular y el Domingo de
Carnaval... que eso es un rito que se cumplía ¿no?, una cosa
formalista, concreta, como con unas reglas del juego... pues eso no
había. Ni había el Entierro de la Sardina, era una cosa totalmente
informal, ya os digo. La gente salía disfrazada, iba al baile de La
Gotera, o a otros bailes que se organizaban, y ya está. Sin ningún
tipo de organización.
EL BAILE DEL CASINO PRINCIPAL
Paseo del Mediodía en la Plaza del Castillo 1900 ca. Autor desconocido. Colección Municipal Fototeca de Pamplona.
Como digo, había otros bailes que se
organizaban en la ciudad. Fijaos, Carnaval y baile es una misma cosa,
en todo el mundo ¿verdad? Si no hay danza no hay Carnaval. Pues...
los estamentos también estaban presentes en esas fechas. La clase
superior, los terratenientes, los abogados con pleito, los médicos
famosos, toda la gente que cobraba el cupón, los ricos de la ciudad,
tenían su baile, el baile elegante, el baile del Casino Principal,
allá iban. Eso estaba exactamente encima del Iruña, del bingo, el
Casino Principal, a finales del siglo pasado (XIX). Ahí se formaban
bailes de disfraces y también los chavales íbamos a ver a las
señoritas entrar al baile. Allá íbamos los chavales ¿verdad?
Y allí iban las señoritas vestidas
de... de Dick Turpín el tío ¿no? Y ella de Madame Pompadour,
elegantes. Generalmente se usaba mucho el siglo XVIII ¿eh? Porque ya
sabéis que es lo más bonito en vestimenta ¿no?. De Luis XV y Luis
XVI iban allá. Y los chavales a ver aquellos espadachines y aquellos
tricornios... ¡Iban con auténticos vestidos de sus casas!. De la
grandeza. Se conservaba la grandeza de muchas casas, a lo mejor,
solamente de los trajes antiguos porque igual no tenían ya un real,
porque lo habían gastado todo en las guerras carlistas y ya aquello
había sido la puntilla, pero conservaban en unos maniquís muy bien
conservados, en vitrinas, las casacas dieciochescas. Yo he visto
casacas dieciochescas en casa de un amigo que no tenían ni para
comer, pero las casacas allí estaban. Y no las vendían, no, que era
lo único que les quedaba. Y sé apellidos... no los vamos a soltar.
Pues allí estaban las casacas... y cuando aquí representaba alguna
comedia el Orfeón, echaban mano de esas casas de nobleza para
dejarles las casacas ¿entiendes?. Si la obra era de época, como por
ejemplo “El Maestro Campanone”, que es una obra de la música
italiana, del Barroco, del siglo XVIII... se vestían con las casacas
de esas casas. Y allá hacía el Orfeón y por lo menos la obra
estaba, como dicen los actores, muy bien vestida.
Pues los chavales... ¡a ver cómo
entraban!. Y uno iba de pirata, de pirata elegante, el otro iba de
eso, de Dick Turpín, el otro de ayudante de Dick Turpín, el otro
iba de caballero del siglo XII, con armadura... cosas bonitas, muy
elegantes. Y ahí se celebraba el baile de los ricos: en el Casino
Principal.
Y entre las máscaras abundaban también
el Dominó, que se llamaba. Se usaba mucho. Era el disfraz del
recurso. Que no era disfrazarse de nada, sino sencillamente
enmascararse. No iba disfrazado de nada concreto, ni de marinero, ni
de militar, ni el siglo XVIII, ni de nada. Era ir con una túnica de
color oscuro, con una capelina y una capucha y detrás de la capucha
muchas cintas de muchos colores. Eso era el Dominó. Y eso, pues,
requería para ir completo un antifaz, no una careta sino un antifaz.
Y los Dominós se hacían en casa, se vendían o se alquilaban.
Había tiendas de alquiler de trajes y
el Dominó era una cosa de mucho recurso, porque incluso los
elegantes, iban por dentro vestidos de etiqueta, porque el esmoquin
no se había inventado, se iba con frac y encima del frac se ponían
un Dominó, que le llegaba más abajo de las rodillas y así iban
disfrazados los muy elegantes, para no complicarse ni ir disfrazados
de una cosa concreta. Así se disfrazaban e iban al baile.
Y entre el baile de los ricos había,
como en el baile de los pobres, había las famosas cuchufletas, las
bromas que se usaban entre ellos, entre los hombres y las mujeres.
Consistían en que... una mujer le preparaba la celada al marido. Se
disfrazaba muy bien y, fingiendo la voz detrás de la careta, decía
la frase más corriente: “Mascarita ¿me conoces?. Mascarita ¿no
me conoces? ¿A que no me conoces mascarita?”. Y en el baile
elegante lo mismo: “Mascarita ¿a que no me conoces?”
“¡Jolín que tía!”... entonces no dirían “¡tía
buena!”, no, dirían... “¡Ay que muchacha más
espléndida!”. Quería decir que se la quería tirar pero lo
decía muy elegante. ¿Entiendes la cosa? “¡Ay que espléndida
belleza! ¿verdad?”. “¡Espléndida está, don Mendo!”
le diría el otro. “¡Ay que maravillosa! Quisiera yo bailar
rigodón con esta señorita”. “Ah pues, yo te la presento.
Mira, pues no sé quién eres, mascarita desconocida, pero baila con
este caballero.”. “¡Ay encantada!”. Y bailaban...
ran, ran, ran,,,
Y cuando el otro la empezaba a
magrear... ¡ras! Se quitaba el disfraz y... ¡era su mujer! “Joder
qué broma!. Esa broma no me la das a mí. ¡Ahora me emborracho y me
voy con cualquiera!” “¡Pues yo también me iré con
cualquiera!”. “¡Pues vete!”. Y esas bromas se
daban....
EL PASEO Y LOS DISFRACES
Paseo de Valencia 1900 ca.. Autor desconocido. Colección Municipal Fototeca de Pamplona
Generalmente el paseo de las
“criadotas”, de las mujeres en plan humilde, de las empleadas de
fábricas, las criadas, las chachas ¿eh? las hijas de casas muy
humildes iban a pasear al Paseo de Valencia. Y los muchachos
disfrazados... ellas generalmente no se disfrazaban, la mujer no se
disfrazaba apenas en la calle ¿eh?, no. Las costumbres de la época.
Se disfrazaban sólo las putas ¿eh? ¡cuidado!. Y las de dinero,
pero esas en plan elegante. Las putas de marinerito y las ricas de
Madame Pompadour. Eso sí que había, pero la clase media, la que no
se disfrazaba, pues iba al paseo. Entonces nosotros, los chavales y
los mozos que íbamos disfrazados, pues consistía en echarles
confetis, que eran los papelitos del tamaño de una lenteja, de
colores, que comprábamos en casa Trías. El dueño era un hombre
magnífico, que tenía una camisería durante todo el año, pero esos
tres días de Carnaval, se dedicaba a vender cosas específicas de
esa fiesta. Era un hombre de un tipo mefistofélico, oye, era
pelirrojo y tenía una barbita y unos bigotes... parecía un
diablillo, pero era más bueno, más correcto y más caballero...
¡tremendamente bueno! Pues ese vendía por Carnaval serpentinas,
confetis, caretas y relojes.
El reloj era un chisme metálico,
circular, un poco abombado, como un reloj de caballero de aquellos
antiguos de bolsillo, un poco panzudo... y tenía un tornillito donde
se le echaba colonia con agua, entonces se apretaba el tornillo y al
apretarlo (que hacía un fleje) salía el chorrito de colonia. Y en
los casinos, los caballeros y las señoritas se echaban de eso. Pero
amigo: al pasar eso de la aristocracia al bajo pueblo, se transformó.
¿Y qué le metían? ¡Meada puta! ¿Entendido? Llenaban los relojes
de meada, los cerdos de ellos, y a las pobres chicas que paseaban...
¡yiiii! “¡Ay asqueroso!”... la degeneración. Así nos
divertíamos, echando confetis que recogíamos del suelo, sucios y
echándoselos a las mozas y a todo el mundo. Y la alcaldía saco un
bando que decía:”se prohíbe terminantemente arrojar durante
los paseos a las muchachas y a los muchachos los confetis recogidos
del suelo”. Nosotros, los chavales, los cogíamos del suelo
sucios y se los echábamos a las muchachas... era una marranada ¿no?.
De todas formas los guardias nos perseguían mucho ¿eh? “¡Chaval!
¡No cojas confetis!”. Era una asquerosidad, claro.
Unas máscaras había por Carnaval...
Había el tío gracioso que al enmascararse por Carnaval hacía
alusión a un suceso de la ciudad. Los sucesos de la ciudad, íntimos,
domésticos, trascendían. Y eso que se hacía en la calle Mayor al
otro día se sabía en la calle de Las Navas de Tolosa ¿entiendes?.
Porque era un pueblo de veinticinco mil habitantes. Un pueblo muy
majo, amurallado... ¡era un fortín!. Tú verás qué gente paisana
había en Pamplona, de veinticinco mil habitantes. Había tres
regimientos de infantería: América, Cantabria y Constitución, el
XIII de Caballería y otro de Artillería y Plaza y Posición. Dentro
de la Ciudadela... ¡había unos cañones enormes emplazados
siempre!. Pamplona era toda amurallada. Pero fíjate: mil, dos mil,
tres mil, cuatro mil, cinco mil... ¡cinco mil soldados!. ¡en una
ciudad de veinticinco mil almas!. ¡joder, todo soldados!. Salías a
pasear, por ejemplo, cuando les dan a ellos... la marcha ¿no?... que
tocan... marcha de frente... ¡tarán tatán tatán!... entonces
salían todos los soldados... no había más que soldados en la
ciudad. Más que paisanos. Tascas llenas, los paseos, todos los
bancos llenos de soldados. Una quinta parte , ese era el panorama de
la ciudad, la cosa para la historia cívica de la ciudad...
Y claro, había siempre el gracioso que
en el Carnaval reproducía hechos domésticos que habían sido como,
en cierto modo, escandalosos. Por ejemplo una vez había un ama de
cría, una chica guapa, rubia, en la calle Zapatería... pero
vinieron los negros del Camerún, que era una colonia alemana, que al
perder la guerra Alemania, la Primera Guerra Mundial estoy hablando,
la del dieciocho, pues se internaron en España y los jefazos del
Camerún tenían esclavos negros. Y se vinieron con ellos. Y aquí
había mucho negro en Pamplona ¿eh?.
Y uno de los negros se benefició de la
chica esa rubia de la calle Zapatería, que era una “tata” y
salió un chaval de color café y leche. Y, amigo, ¡el escándalo en
Pamplona!. Y aquel carnaval ya salió una pareja de máscaras, ella
vestida de rubia (aunque eran dos tíos, claro), con un chaval, muy
elegante vestida, con un muñeco café con leche, con uno disfrazado
de negro que le daba el brazo... se vestían con hollín, de negro,
toda la cara y todo, y la gente... ¡ja, ja, ja!. Se reían porque
veían la alusión muy clara, ¿no?.
Ahora, otras máscaras, querían ser
más chocarreras y más chocantes y lo conseguían, lo eran, porque
había una pareja... aquello era para verlo... iban dos tíos, uno
vestido de bebé, de recién nacido, de mesicos, con unas faldas
hasta las rodillas y luego una gorrica de esas de bebés, una
chaqueta de bebé, con un pelotón grande... y el otro hacía de su
mamá: “¡Niño! No te metas, no te metas”. “¡Sí,
me quiero meter! ¡Quiero jugar con el balón!”. Y cantaba:
“Mamá me dijo ayer, si sigues siendo bueno tu papá, te va a
comprar un clown, que es una preciosidad y yo le dije así: si va a
comprarme un clown, que me compre un balón, sera mucho mejooooorrr.
Así podré jugar con Fernandito Pérez y Luisín, que son guapos los
dos y me hacen muchas veces de reír. Y sin vacilación me dijo mi
mamá, no jugarás con los chicos, hasta que no tengas la edad...”.
Y eso iban cantando. Con el balón. Y ahora viene lo bueno. Y
consistía en que, iban jugando con el balón y cuando había un gran
número de mujeres, hacía como que se le escapaba el balón y el
cabrón de él se agachaba, se levantaba las faldas... ¡y iba con
los cojones al aire!. ¡Fíjate que marrano!. Y todas... “¡Ay
qué asqueroso!”. Y el otro... ¡ otra vez con el balón!. A
otro grupo de tías... “Ayayá, ¡pumba!”. Y otra vez con
el balón ¡ras!. Y las otras... “¡Ay, so guarro!”.
El hombre inventaba en su casa, el
joven entonces (eran carnavales de gente joven, los maduros de
cincuenta años esos no iban mas que a los bailes elegantes), las
máscaras, buscaban el ser completamente chocantes y absurdas. El
hombre en su casa, el muchacho de veinte años, le decía a su madre:
“Oye, ¿con qué me disfrazaré?”. “Pues coge mis
ropas, coge una falda, ponte el abrigo de tu abuelo y coge el
sombrero de segador...”. Y salía con un sombrero de segador,
una chambra de mujer, unos...así, las cosas más absurdas. Y cada
uno pensaba en chocar al de al lado.
Y claro, una vez ocurrió que había un
tío muy majo, en la calle de los Descalzos, que le llamaban el Royo
y quería ser, entre los carnavales, el que mejor se disfrazaba o el
que más chocaba. Tendría un poco de sentido de la personalidad suya
y claro, ganas de presencia tenía aquel tío, porque quería ser el
mejor. Y le llamó a un amigo mío, pintor, amigo de mi padre, y le
dijo: “Oye Paco, me tienes que pintar... que choque en la calle
¡cagüen!. Que sea el que más haga reír”. Y el otro granuja,
el pintor... “¿Quieres que te disfrace de diablo?”. “¡Sí,
mecagüenlá!. De diablo. ¡Qué bien voy a estar!”. “Pues
ya sabes: todo de colorau. Manos y cara de colorau”. Hace falta
ser cabrón. Cogió pintura a la cola, roja... “Cierra los
ojos”. Toda la cara y las manos y todo de rojo cadmio, que es
el rojo diablo. Allá fue el tío. Salió a la plaza del Castillo
y... ¡la mejor máscara!. Empezó con un sarde de esos que
utilizaban en la era para levantar la paja y pintado de rojo.
¡Verdaderamente era un diablo!. ¡Si daba miedo...!. Empezó a
encorrer a las mozas y a levantarles las faldas... bueno, eso era lo
bonito. Había que encorrer a las mozas y levantarles las faldas,
porque eso era muy de Carnaval.
Entonces empezó a encorrer a las mozas
y a levantarles las faldas y se quedó sólo en la Plaza del
Castillo. El más famoso. Pero, amigo mío, se empezó a secar la
pintura a la cola que tenía en la cara y empezó a notar que la cara
se le arrugaba y el pintor que le había embadurnado, con un coro de
amigos bastante cabroncetes, le dijeron...
“Oye Royo, ¡mecagüen sos! ¡Si
parece que se te está estrechando la cara!”.
“Pues mira, ese escrúpulo tenía
yo”.
“¡Jodé que pequeñaja la
tienes!”.
“¡Ay madre! ¡Que la tienes así
de chiquitaja! Pero si tú no eres así. ¡Cristo!”.
“¡Ay! Ya me parecía a mí que
cada vez la tenía más estrecha...”.
“¡Claro! Como que ya casi no
tienes cara...”.
“¡Ay madre mía! ¡Ay señor
guardia! ¡Que se me está estrechando la cara! ¡Ay, ay ay...!”.
El guardia ya sabía la historia y le
llevaba a una fuente...
“Venga, ven aquí y lávate.
¡Desgraciado! ¿Estás mejor?”.
“Ahora sí, pero ¡qué susto me
he llevau!”.
Había otros que se disfrazaban... ¡de
qué te diría yo!... ¡de oso marino!, que consistía en un oso con
brazos y piernas de sacos de arpillera y una cabeza de cartón de
oso. ¡Verdaderamente parecían osos los tíos!. Con unas arpilleras
y una cabeza de cartón, iban así. Y decían: “Oso marino que
bebes vino”... y todos los chavales detrás... pero aquí está
lo bueno. Consistía en que... los cabrones... el oso marino siempre
era un cabrón. Porque... ¿qué te parece lo que hacía?. El oso
marino llevaba una bota de cinco litros y todos los chavales... “¡Oso
marino que bebes vino!”. Se subía a un banco del Paseo de
Valencia y empezaba a echar vino a las bocas de los críos... “¡A
mí, a mí!... aaahh”. Pero el cabrón se fijaba en el
chavalico más débil y le echaba al que más. Y los demás decían...
“¡A mí, a mí!” pero el oso marino le echaba siempre al
mismo, hasta que el pobre chaval decía: “¡Ay! ¡Me mareo!”...
y a su madre, que estaba paseando por la acera de San Nicolás le
iban con el cuento enseguida.
“¡A su hijo le ha emborrachado el
oso marino!”.
“¡Sinvergüenza, granuja!. Oso
marino, ¿Qué le has hecho a mi hijo?”.
“¡A mí qué! El aparaba la
boca...”.
“¡Canalla! Ya te conozco yo a ti,
eres de la calle de los Descalzos, el hijo de la Sinforosa”.
“¡Mentira! Yo no soy el hijo de la Sinforosa”.
“Sí, granuja, le voy a decir a tu
madre. ¡Emborrachar a mi pobre hijo!”.
“Él abría la boca”.
“¡Y tú le dabas!”
Y luego había otro, ese no iba con
bota, iba con una cesta de higos. Y a los chavales les decía: “¡Al
higuí, al higuí! Pero qué tenemos aquí. ¡Venga chavales!.
¡Higos!. ¡Venid aquí!”. Y el “al higuí”
consistía en poner la boca y él te soltaba el higo. Otra cabronada.
El del “al higuí” se fijaba en el chico más flaquico y
todos los higos a él. “¡venga, venga!”. Y le daba todo
el rato al mismo. Hasta que el chaval se ponía malo y le iba a su
madre: “¡Ay, ay, ay, que me duele mucho la tripa!”.
“¡Granuja el del al higuí, que
le has puesto dolor de tripa!. Se ha hinchado de higos. ¡Mira cómo
me lo ha puesto enfermo!”
“¡Pues él aparaba la boca!”
“¡Y tú le dabas!”
Total que venía el guardia...
“Pues le ha puesto enfermo, le
tengo que llevar aúpas. El del “al higuí” ha sido”.
“¡Yo no tengo la culpa! Él ponía
la boca”.
“¡Sí tienes la culpa, sí,
porque le dabas siempre al mismo!”
“Tú -le decía el guardia-
que te voy a meter a la Prevención ¿eh?. Basta del “al higuí”.
Y el tío se iba a otro banco... a
volver a hacer lo mismo. ¡Fíjate qué manera de divertir!.
También hay que reseñar las casas de alquiler de disfraces... tienen también su cosa anecdótica buena... tiene su intención esto.
Había casas de alquiler en la calle de los Descalzos, en la calle Pellejerías (que es la actual calle Jarauta), en la calle Tejería, en todas las calles donde vivía la pobre gente, la gente humilde ¿no?. Casas de alquiler de disfraces... ¡madre qué alquiler!. Era una ropavejería que se llamaba, que se vendían ropas viejas, usadas y allá la dueña del alquiler de disfraces, sí, te daba una casaca del siglo XVIII que salías vestido muy bien de Dick Turpín ¿no?, con tu tricornio y tu peluca y tus pantalones... Mira: aquellos pantalones estaban manchados de semen del tío con blenorragia y sífilis ¡que daba gusto verlos!. Y el tío sin escrúpulos... “venga esos pantalones. ¡Joder qué tío! Si parece que ha estado chingando toda su vida... pero me los pongo”. ¡Rias! Se los ponía y... ¡ala! ¡otro sifilítico más!. ¿Higiene? ¡Nada! ¡No comprendes que eso era una asquerosidad!. Pues de eso se vestían los tíos. Y las tías lo mismo. Con faldas usadas por una tía zorra que había andado en el Redín a vueltas... pues la otra venía: “¡Dame esas faldas!”, que la tía “Tenazas” la había tenido el año pasado, pero le daba igual y se ponía sus faldas... ¡Ala! ¡Otro contagio!. Era así eso, una marranada ¿no?. El Carnaval era eso.
Y luego había una cosa muy bonita, eso sí. Se vendían vestidos elegantes, muy bonitos, pues del siglo XVII, del siglo XVIII, de papel. Muy bonito, completo ¿eh?. Salía una chica vestida a la calle muy elegante de “Menina”, copiada de Velázquez, igual, con las faldas amplias y eran de papel. Papel de seda ¿eh?. Y el chico lo mismo, una casaca de papel, sombrero lo mismo, de cartón y de papel... y andaban por el Paseo de Valencia. Decíamos... “¡Mira! ¡Mira! ¡De papel!”. La idea nuestra era ir con la cerillica o de mojárselo con vino... “¿Vamos a quemarle?”. “Joder no, que arderá ella también”.
COPLAS, PERSONAJES Y TIPOS
(Fotografía del cuadro LA MURGA GADITANA 1935 de José Gutiérrez Solana) extraída del libro Los Genios de la Pintura española editado por SARPE S.A. 1983
Bueno, vamos a ver coplas del famoso Santana. Primero el tipo:
Santana. Santana era un tipo de los pocos que hay. ¡Joder... ya no
hay de ésos! ¡Qué va!... La culpa la tiene la puta televisión
¡leches! Entonces el espectáculo estaba en la calle y en la vida.
¡La vida era un espectáculo! ¡Claro que sí! Era un espectáculo
de vida y de muerte, pero ahí estaba el asunto. ¿No decía
Rabindranath Tagore?, (leed a ése siempre que podáis), decía...
«La
muerte está en la vida como el nacer, como en el andar está lo
mismo el pie cuando se alza que cuando se posa en tierra».
¡Qué bonito! ¿Verdad?
La vida está en todo, en
la muerte y en la vida. Pues, esa vida, que presentaba tipos como
Santana, había que... sin querer... tú te divertías, sin análisis
ni pollas ¿no?. Entonces no se había inventado el psicoanálisis,
ni existía Freud ni hostias. Cada uno tenía su filosofía y decía:
«Yo
creo que es esto»
y ¡aquello iba a misa, tú!
Santana era un tipo de estatura mediana, no diré andrajoso, no, pero
demasiado humilde. Entre andrajo y lo normal. Una chaqueta siempre
oscura, no llevaba corbata pero con camisa blanca y a lo mejor con
nieve, pero él con alpargatas, el pobre. Era un desgraciado. Pues,
hombre, económicamente muy débil, ¡debilísimo!. Y ese pobre
hombre... ¡joder si Jehová existe lo tiene a su derecha y le dice:
«Qué
hay, Santanica. Échame un txikito de vino»!...
¡joder, un hombre así... y luego dicen de los santos! ¿Y Santana
qué? Empezando por su apellido, joder. ¡San Santana era! Pues ese
hombrico... ¿No habéis comprado alguna vez el Calendario
Zaragozano? ¿No os habéis fijado en la figura que viene allá y
que dice: «Verdadero
retrato del autor del calendario, don Mariano del Castillo y
Oxiero?».
Y es un tío mas feo que Picio, con la boca como en pleno estado de
epilepsia, así, la nariz así y los ojos vueltos, con el pelo crespo
y así... ‒dice
gesticulando una mueca horrible‒...
¡yo no puedo poner la boca tan torcida, leche! Pues esa cara tenía
el pobre Santana, de don Mariano del Castillo y Oxiero. Una cara de
facinerosos, ¡joder! que te lo encontrabas en la Media Luna de noche
y tenías que decirle: «¡Joder
señor Santana! Róbeme usted lo que quiera ¡cojones!».
No tenías más remedio que decirle eso si te encontrabas con él...
¡y era un santo varón!, tan ingenuo que mira a qué ingenuidad
llegaba:
Por sacarse la vida el pobre hombre durante el invierno, durante el
verano no sé qué haría, pues iría a las eras a robar trigo o así,
el pobre, pues por el invierno vendía lotería por los cafés, ya
sabes, como hay todavía vendedores ambulantes ¿no? «¡Décimos
para hoy! ¡Décimos para el día quince! ¡Para el Gordo!...»
Pues así salía Santana. Tenía un hablar así, como de la
epilepsia... ‒mientras
lo describe tuerce la boca imitando una voz extraña‒
«¡Santana!
¡Lotería! ¡Décimos de lotería! ¡Cinco pesetas! ¡Sale
mañana!...»
Pero ahora agárrate: ¡era tuerto! ¡con una tuertez de espanto!
¡que tenía el ojo blanco! ¿Tú crees que un comprador de lotería
compra a un tuerto? ¿No comprendes? ¡Joder! ¡Pero eso es un mal
fario! ¡Un gafe terrible! A un cheposo sí, al revés, le comprarían
al cheposo y luego le frotarían el décimo por la chepa, ¿pero a un
tuerto...? Pues era tan tonto el pobre hombre que se metió a
vendedor de lotería. El colmo. Así era de buenazo.
Bueno, pues ese Santana era medio poeta y formaba la Murga de Santana
en Carnaval, y toda la gente esperando la Murga. Era una cosa
expectante ¿eh?... «¡Va
a salir Santana!»...
y toda la chiquillería y toda la gente detrás. Y la Murga consistía
en lo siguiente: iban unos cuarenta o cincuenta... bandidos los llamo
yo en tono humorístico... albañiles, carpinteros, herreros,
barrenderos... toda la gente humilde y pobre ¿verdad?, que era la
mejor gente, porque siempre lo han sido. Pues toda esa gente se
disfrazaba pero, por un complejo que siempre hemos tenido, el pobre
se disfraza de rico ¿no?, y se disfrazaban de aristócratas. Ahora
veréis el uniforme: con alpargatas sebosas, que siempre estaban
sebosas, las alpargatas blancas se les habían convertido en grises o
negras ¿eh?, con calcetines colorados, pantalones de trabajo, azules
de bombacho o blancos de albañil o de color crema de los ebanistas,
que tenía cada uno su color ¿eh?, manchados todos y apetachados...
esta era la manera de andar... ‒al
contarlo imita una marcha militar‒
¡trump! ¡trump! ¡trump!... pero, amigo mío, ¡con frac todo dios!
¡y chistera!... su gran sombrero copa alta, torcido así, pero la
gracia del sombrero era que tenía que estar forzosamente abollado
¿eh? ¡ras! ¿eh?. No, no, no, no. Lo abollaban. Todos
despechugados, enseñando los pelos del pecho, el chaqué elegante
¿eh?, chaqué o frac, con sus sombreros de copa abollados, las
alpargatas sebosas y los pantalones zurcidos hasta media pierna para
enseñar los calcetines colorados, y por instrumento: cañas. También
ahora se usan, cañas con un vibrador, que es un papel de fumar ¿eh?
‒onomatopeya
imitando el sonido‒
¡Turururururu... turuturuturuturú...! y eso vibra... las murgas de
Cádiz usan eso ¿no? Pues iban así la cuadrilla: iban una trompeta,
con un bombardino, un contrabajo, o sea una tuba, un bombo y unos
platillos. Iban por la ciudad todos desfilando ‒lo
imita gesticulando el sonido‒
¡Turuturuturuturuturuturuturú...! con todas sus familias...
¡Turuturuturuturuturuturuturú...! y Santana delante dirigiendo
¿verdad?, con una pancarta: “Murga de Santana”. Iban por los
hoteles pidiendo perras, por los casinos, por las casas que
había gente asomada, como una rondalla ¿eh?, pero en ese plan,
rayando con lo soez ¿eh?, pero bonito, bonito, elegante... sobre
todo para un pintor como yo... ¡Joder! Aún me acuerdo de aquello.
Si tuviera vista pintaría la Murga de Santana.
Pues iban por todos los sitios y toda la gente detrás, porque era
coplero y claro, tenía su copla y su música. «¡Santana!
¡Santana! ¡Bravo!»
Se paraba toda la Murga debajo del... por ejemplo, del Casino, todo
el balcón lleno de gente, y empezaban las coplas, «¡Venga,
coplas!»,
y un solista cantaba y los demás le contestaban con la Murga. Por
ejemplo, el solista cantaba:
«En
el Paseo Valencia hay cosas que hacen reííír:
media
docena de reyes que trajeeron de Madrííí,
dos
estanques estancados y un monumento foral,
esperando que lo limpie el diluuuvio universal»
¡Tururutututururú...
tururururururú...!
Otra:
«Hoy
se han casado en Pamplooona cinco parejas de novios,
todas
ellas son veciiinos de la caaalle San Gregorio,
como
es fácil se comprende y es cosa muy natural,
que
esta noche haya en la calle, movimieeento general»
¡Tururutututururú...
tururururururú!
Y otra:
«Además
de Mari Blanca, que es monumento y es fuente,
hay
que gritarlo muy alto, p'a que s'entere la gente,
dos
cosas tiene Pamplona, que la hicieron inmortal,
el cuerpo de barrenderos, la Guardia
Municipal»
¡Tururutututururú...
tururururururú!
Así eran las coplas,
ésas eran unas de tantas, y cada año se hacían nuevas con los
problemas del Ayuntamiento que salían... ¿verdad? Se hacían
coplas.
Otra copla de aquellos
tiempos era... Había en Pamplona un pobre asilado muy tontico, se
llamaba Perico, en la Misericordia estaba, y era popular de lo
tontico que era, un buenazo, un infeliz, un indefenso que no hacía
más que pedir “perricas”
para liquidarlas en vino enseguida. Y borrachico, borrachico, el
pobre Perico se volvía a La Meca todas las noches cocido y...
resulta que una de las coplas decía:
«Al
alcalde de Pamplona, le preguntaron un dííía,
quién
escribió Don Quijooote por saber si lo sabía,
y el
alcalde que es muy culto, consultó la biblioteca
y dijo que dicho autor fue Periiico
el de La Meeeca»
¡Tururutututururú...
tururururururú!
«¡Venga
muchachos! ¡Ahora el desfile!».
Y se iban desfilando tocando las turutas.
Santana era un hombre muy
majo, era un infeliz pero era coplero y por Carnaval organizaba su
Murga. ¡Qué majo era!. Entonces había cosas en Pamplona que eran
como íntimas. Había una que se llamaba Cayetana Galbete. Cayetana
Galbete, pariente del Galbete de ahora ¿eh? ¡cuidado!
Era una de las familias aristocráticas y se sabía en toda Pamplona
que la Cayetana era completamente calva y que usaba peluca. Era un
chisme como muy doméstico
¿no?, como de un pueblo, ¿no? chismorreo de vecindad ¿no
comprendes?... «¿Ya
sabes que la Cayetana usa peluca?».
«Ay
chica ¡qué me dices!».
«Pues
sí. La Cayetana usa peluca».
Y una vez por San Fermín,
uno de los cohetes, (muchas veces los cohetes que se lanzaban iban a
explotar a los balcones), cayó en un balcón en el que estaba la
Cayetana y reventó cerca suya. ¡Ya estaba la copla! y la copla de
Santana decía:
«Ayer
se llevó un gran susto, la Cayetana Galbete,
que
en la Plaza del Castillo, le tiraaaron un cohete
y la
pobre Cayetana, que es más calva que un melón,
del sustito que le dieron la peluuuca le voló»
¡Tururutututururú...
tururururururú!
Era así, una cosa
doméstica... y luego había muchas de ellas metiéndose con el
alcalde, con los concejales, con los políticos... Recuerdo otra
copla de Santana que decía así:
«Dicen
que Petit el perrero, desea ser concejaaal
y si
le nombran alcalde reformaaará la ciudaaad.
Quiere
que la Rochapea, sea un puerto principal,
trayendo el mar por la Ulzama por un iiinmenso canal»
El Petit en cuestión era
un perrero del ayuntamiento. Llevaba una cuerda con un tubo para
sujetar al perro... iba con ese artilugio para enlazar a los perros
que andaban sueltos y era un hombre enorme, orondo, gordo, todo tripa
y culo, una tripa voluminosa y tenía un gran bigote canoso. Tenía
el apellido francés y las pintas de un francés, más bien tiraba a
rubio pero claro, era un hombre muy normal... como comprenderás...
no, no,... traer el mar aquí... ¡joder! ¿Te imaginas el mar
subiendo por el Puerto de Velate? ¡Ro, ro, ro!... ¡Ja ja ja ja!
Ya te fijas qué pobre
hombre ¡qué infantil! ¿verdad? Que falta de preparación... de
nada. Pero la mala faena de proponerle concejal... ¡Y la gente
votándole! Fíjate qué pitorreo... ¡qué democracia!. ¡Cómo
tomábamos la libertad y la democracia!. ¡A votarle a Petit! Fíjate
qué falta de fundamento... ¡Pero perdías un voto republicano o
socialista!. No sé, pero sacó bastantes votos.
Aniceto Petit. Imagen extraída del blog Memorias del Viejo Pamplona. Tipos populares del Viejo Pamplona 1900-1996. Cuadro de Julio Briñol 1919
Había otro... ése era
el de la bomba atómica, ése iba a pacificar el mundo. El inventor
de la bomba atómica era de Pamplona, era un guardia municipal, ¡sí
señor! ¿Cómo se llamaba aquél...? Fradue, tenía un apellido
raro... Pues ése era el inventor del “Glóbulo Plano”. Había
gente muy cachonda, porque siempre había aquí buenos músicos, y
claro, poetas con mucha idea, con gracia... ¡amigo!.
Estaba loco por eso, por
sacar una especie de fortaleza volante que terminara con las guerras,
porque los demás ya no podían oponerse... una especie de
superpotencia... algo así como Rusia: contra mí ya no podéis hacer
nada porque soy el más grande y os jodéis. Algo así.
Y algún cachondo de
aquí, un dibujante que era un tal Urmeneta, (pariente del que fue
alcalde, un tío suyo), le hizo un plano de un globo enorme... ¡pero
al dictado de ése, del guardia, un pobre guardia, un chalado, claro!
Iba con unos cuantos globicos más pequeños... era una plataforma
cuadrada ¿eh?, enorme, como una ciudadela. Ahí había una cantidad
de cañones todos apuntando hacia abajo y luego había... de cada
esquina salía un globo pequeño y en el centro un gran globo. Le
llamaba el “Glóbulo Plano”, se levantaba toda la plataforma...
¡y a limpio tiro p'abajo!
Y Urmeneta, el cabrón de él, le dibujó un plano cojonudo. ¡Al
loco le volvías más loco! ¿no comprendes? ¡Se veía en letras de
molde! ¡Ahí nada menos que el dibujo de un delineante!. «¡Esto,
esto, esto! ¡esto acabará con todas las guerras!»
decía el infeliz. «Pues
una vez hecho esto, ya no hay más que construirlo»,
le decían.
El “Glóbulo Plano”...
y le cantaban. Le dijeron: «Pues
te hemos inventado un himno»
y los orfeonistas de entonces, que estaba el Orfeón al principio de
la calle Tecenderías, frente por frente a la Cámara de Comptos,
pues ahí se reunían todos los orfeonistas después de ensayar,
cuando se marchaba el director, y los guasones con el pobre “Glóbulo
Plano”. Y hacían un corro y decían: «Vamos
a cantar el himno del Glóbulo Plano».
Y empezaban todos...
«Glóooobulo,
Glóooobulo, Glóooobulo Plaaano, el tormento del mundo serás.
El
día que tu te eleves, las nacioooones sucumbirán.
Glóooobulo, Glóooobulo, Glóooobulo Plaaano...»
Y todos cantando y el
guardia dirigiendo el Orfeón Pamplonés.
¡No había televisión y
había que divertirse con algo! Era triste... se cogía a un pobre
desgraciado como ése, con el Glóbulo o como Petit y su traída del
mar... ¡claro!
El Orfeón Pamplonés
solía salir también por Carnaval, con una rondalla, en plan
elegante, salían por todas las calles, disfrazados en plan bien,
bonito... Por ejemplo, un año salían de trovadores, otro año
salían de estudiantes, otro año salían de Frégolis...
Leolpoldo Frégoli. Imagen extraída del blogdeacebedo.blogspot.com con autorización de su autor.
Frégoli era un
personaje, un transformista de entonces, que hacía una comedia él
solo disfrazándose de muchos personajes, porque salía vestido de
señora y, al pasar por una columna así de gorda, ¡Ras!... al otro
lado de la columna era un caballero. Era un arte de entonces, se
llamaba el transformismo. Con una rapidez de segundos se quitaba una
ropa y... ¡Ras! aparecía vestido de otro personaje, hablando de
otra forma, porque eran ventrílocuos todos... Y ese era Frégoli, un
transformista de fama mundial. ¡Frégoli, majo! ¿eh? Acordaos del
nombre: Frégoli. Era un italiano, napolitano...
Pues ese tío, el Frégoli, se hizo tan famoso que ya la gente le
imitaba en su vestido, como ahora se imita a los Beatles con su
flequillos y todo, en la manera de vestir... y por carnavales, un
año, la rondalla del Orfeón Pamplonés salieron vestidos de
Frégoli, que era muy bonito uniforme. El “Frégoli” era como
salía él a escena a cantar. Era: unos zapatos con hebilla de plata,
medias rosas o bien rojas, un pantalón corto hasta por aquí, con
unos botoncitos, el pantalón rojo también... y un chaqué. No, un
chaqué no, un frac, con las dos colas... verde... y la chistera
verde. Y ese tío cantaba cosas... ¿cómo cantaba? Tenía una marcha
de salida ¿eh? Cuando salía de entre bastidores... ¿cómo era?...
era muy bonita la marcha de Frégoli. Con esa marcha desfilaba aquel
año el Orfeón... ¡Ah, sí! ¡Tarán tarán tarán tarán tarán
tarán tarán! ‒tarareea
una melodía‒...
«El
baile me entusiasma, sobre todo en Carnaval, eso de las
caaaretas....»
¡Ja ja ja ja! ¡Qué tío!

Leolpoldo Frégoli. Imagen extraída del blogdeacebedo.blogspot.com con autorización de su autor.
Frégoli actuó muchos
años. Yo recuerdo que era ya adulto y él seguía actuando. Ya era
mayor, muy viejico, estaba muy cascado, pero le hacía falta el
dinero y... ¡claro!. Era una actuación muy bonita: Se ponía como
una especie de atril, alto, hasta esta altura, pero cerrado, de
madera hasta abajo, de manera que era como un camuflaje, para
esconderse, era como un escondite y salía él haciendo de director.
Entonces la orquesta estaba ya preparada y dispuesta y... se agachaba
y ¡Ras! ¡La verdadera cara de Beethoven! Y empezaba:
¡Laaaarilalilarilalilarilalila!... ‒entona
el Himno de la Alegría‒
¡Beethoven!... Se agachaba de nuevo y... ¡Ras!... ¡Mozart!...
¡Tantantararantantantan!... ‒tararea
a Mozart‒
y él la cara de Mozart. Se agachaba y... ¡Ras! ¡Vivaldi!..
¡Tiririntintintiririiiin! ‒tararea
La Primavera de Vivaldi‒.
«¡Bravo!».
¿Te fijas qué cosas más bonitas?. Se agachaba y salía disfrazado
de un músico y la orquesta le acompañaba. Frégoli, ¡Qué majo!
Eran otros tiempos, donde
muchas veces se hacían bromas muy soeces y guarras. Y muy bestias.
En Carnaval a veces se hacía una chocolatada en la Plaza del
Castillo y en vez de utilizar una perola lo servían en un orinal,
comprado nuevo pero para hacer la gracia se hacía ahí, y todos los
de la cuadrilla se ponían a untar el pan en el orinal, pero lo
hacían así para hacer la gracia. Pero claro, siempre había alguno
que... había un tal Millor, célebre por las marranadas que hacía y
por las barbaridades y guarradas que se le ocurrían. Una vez se
quedó encargado de comprar el orinal y llevar la chocolatada él y,
cuando ya se lo habían comido todos, les dijo: «¿Sabéis
qué? ¡Que este era el orinal de mi casa! ¡Ja ja ja!».
Era un cerdo. En aquella época se hacían barbaridades.
Otra vez hicieron una paella, se fueron al campo y... arroz, aceite y
sal y todo eso ya llevaron... hicieron el arroz pero dijeron: «El
arroz sólo no vamos a comer, habrá que echarle algún tropiezo».
¿Quieres creer que le echaron cantidad de lagartijas y grillos y
hasta un sapo que cogieron por allí? Las repugnancias de Millor eran
célebres, ¡Jolín!
Había un mendigo que se dirigió a un potentado que paseaba por la
calle y le dijo: «¡Ay,
por favor! ¡Deme una limosna que llevo tres días sin comer!».
Y le contesta el otro: «Sí,
tú anda jugando con el estómago y verás».
Las bromas entonces eran muy crueles, pero la vida era muy diferente.
Había un personaje, un
seminarista, que no quería ir donde le querían mandar y se puso ajo
en los sobacos para tener fiebre y, estando en la cama, le fue a ver
el rector y al verlo con tanta fiebre le dijo: «No,
éste que no vaya a Cartagena»
y el tío contestó: «Manduco
me flumen de vobis!».
«¿Qué
ha dicho? ¡Qué cosas más raras dice! Será la fiebre. Es un latín
incomprensible...».
Lo que el tío en
realidad decía en un latín de pacotilla era: Manduco, o sea:
como; me flumen: me
río; de vobis:
de vosotros. Manduco me
flumen de vobis!: ¡Cómo me río de vosotros!
Entonces estaban las
pordioseras en las puertas de las iglesias, los ciegos vendiendo
cupones todavía no se habían inventado, y mira qué cabronadas les
hacían. Había en la puerta de San Lorenzo una ciega a un lado y
otra a otro y los chavales bajábamos las escaleras y, con una
“ochena” pegábamos en el suelo cerca de la ciega y volvíamos a
coger la moneda al rebote diciendo: «Para
las dos»
y entrábamos y nos quedábamos a mirar desde la puerta.
No veas el lío que se
formaba. Una le decía a la otra...
‒
¡Oye tú, dame la cuatrena que nos ha echado la ochena para las dos!
‒ ¿Qué
cuatrena? ‒le
decía la otra‒
¡Si te la has quedado
tú y ahora no la quieres repartir!
‒
¿Yo? ¿Qué me voy a quedar? ¡Yo no me he quedado nada!
‒
¡Ya la puedes repartir, ladrona, sinvergüenza!
‒
¿Pero qué dices? ¡La ladrona eres tú que te has quedado con todo!
¡Mentirosa ¡Granuja!
... Y se montaba la de
dios. Fíjate qué mala gente éramos.
CARROZAS Y DEGENERACIÓN.
Carroza de Carnaval tirada por caballerías 1910 ca. Autor José Ayala. Colección Municipal Fototeca de Pamplona.En Carnaval también
salían carrozas, carrozas muy bien ataviadas, con los caballos
enjaezados, bonitos, representando lo que fuera: la primavera, el
otoño... lo que fuera. Chicas elegantes de la buena sociedad y sí,
se hacían batallas de flores... eso, ya, yo, sinceramente, yo conocí
las últimas carrozas... y os voy a decir una nota: me pondré
pedantillo, pero ¡que hostias! hay que ponerse.
Los libros de psicología
que yo estudié modestamente, elementalmente, ya te dicen... ¡que
hay recuerdos de los tres años ¿eh? ¡cuidado! en el niño, y muy
fijos ¡de dos años!. Y en el adulto, en el viejo como yo... ¡pero
hay un periodo en blanco!. De los cuatro, cinco, seis, siete… ¡y
es la gran verdad!. Yo me acuerdo de cosas ¡perfectas! de los tres
años ¿entiendes?. De modo que esto de las carrozas a mí me abarcó,
nada más, los tres o cuatro años. Después, como el Carnaval fue
una cosa degenerativa (acordaos de eso siempre ¿eh?), a partir de
principios de siglo, 1900, 1901, 1902... hasta que se suspenden
exactamente, con rigor exacto en 1923... ¡todo fue degenerando!
¿entendéis?. Y se apoderaron de la calle más y más “la plebe,
la chusma”, lo digo entre comillas ¿eh? ¡cuidado!, que no tengo
ninguna intención peyorativa, porque soy camarada y fundador de la
UGT en Guipuzcoa. De modo que eso iba así.
Y... claro... lo de las carrozas... por eso os digo. Yo tengo la
ligera idea de ver las carrozas, pero ya corresponden a los tiempo de
mis padres, ya al siglo pasado. A 1890, los últimos años del siglo
pasado, sí, muchas carrozas por Pamplona. Yo he oído la queja de
mis padres... «¡Ay
qué pena! ¡Aquellos carnavales nuestros!»,
‒decían
ellos ¿eh?, se referían a 1890...‒
«¡Con
tantas carrozas como salían!».
¿Veis? Lo oía yo cuando era niño, ya no
salían carrozas.
Entonces mi padre me
contaba la anécdota suya, de sus carnavales... (mi padre nació en
el 1874 o 1875, de los carnavales suyos de 1890, cuando salían
muchas carrozas), que salió una carroza que era un coche, un coche
de cuatro ruedas, (que se llamaban los coches de punto, que se
alquilaban), descubierto ¿eh?, no cerrado, el cerrado era una
berlina; no, coche descubierto, como para cuatro o seis personas,
tres delante y tres detrás y el cochero. Eso iba tirado por dos
caballos o tres.
Pues como digo, en la parte de atrás de un coche de esos de punto,
en la parte de atrás, pues había una cara extraña, toda la gente
miraba... «¡Coño!
Pues dicen que es Fulanico!»,
un tipo muy célebre en Pamplona. «Dicen
que es Ceferino. ¡Joder, pues qué cosa más rara»,
y iba fumando un puro. Era una cabezota, una cabeza extraña,
monumental, con unos ojillos allá, unas cejas y un gran puro y se
paseó por toda Pamplona. ¡Qué cosa más rara! Nadie adivinaba lo
que era. Y ¿sabes lo que era? ¡El culo de Ceferino!, que se había
desnudado, se había puesto en la parte de atrás, boca abajo y se
había metido un puro y le habían pintado unos ojicos y unas cejas y
se paseó por toda Pamplona el culo de Ceferino ante la extrañeza de
todos. ¡Fíjate! Eso lo vivió mi padre.
Ha pasado en términos
generales, (os hablo ya no en plan cachondo sino de información), de
un Carnaval próspero, provinciano siempre... no vas a comparar con
el Carnaval de Barcelona, que era espléndido... ¡el Carnaval de
Barcelona de 1900 era una maravilla! ¡Se podía comparar al de
Venecia! Porque yo tengo informes gráficos... ¡Una preciosidad!, no
había más que carrozas, batallas de flores y concursos de balcones
engalanados... ¡había que joderse, qué carrozas!
Pues como os digo, fue
una cosa degenerativa ¿eh? Se fueron suprimiendo las carrozas y al
final, “las viejas”, que eramos nosotros, nos adueñamos de la
calle. Y los “osos marinos” y el “aliguí” y todo eso ya
haciendo el mamarracho y emborrachándonos... sí, a lo último sí...
de tal forma que vamos a cortar ya la cosa y ya casi le damos un
plumazo:
Era el año 1923. Entonces copa el poder, por un golpe de Estado,
Miguel Primo de Rivera y prohíbe el Carnaval. Ya os podéis figurar
que la situación del clero en todo esto que hablo ¿eh?... ¡joder!
el clero trinaba desde los púlpitos. Predicaban y decían: «¡Eso
es la condenación!»,
y los tres días que duraba el Carnaval se formaron lo que se llamaba
el “Triduo con el Sacramento” en las iglesias, Triduo de
desagravio, se rezaban rosarios, se exponía el Santísimo y era el
Triduo... pues para que perdonara Dios a los pecadores. Pues entonces
el Carnaval degenerativo llega a 1923 y, de un plumazo, Primo de
Rivera (el año 1923 entra en el poder, luego al año siguiente, el
24, febrero de 1924 lo suspende), sale la real Orden: «Se
suprimen, se prohíben máscaras en la calle, se suprime todo acto
que indique Carnaval».
Ya no hubo nada. Ni bailes de Carnaval ni una máscara. Nada.
Fíjate que cuando viene esa Real Orden, cómo estaría el Carnaval,
(y ahora, yo no voy ni a favor ni en contra de lo que fuera... no,
no, no, yo voy a la realidad), la gente, toda, casi toda digo yo, en
un noventa por ciento, se alegró de esa Real Orden. Y la gente
respiró. Dijo: «Qué
bien ha hecho Primo de Rivera de suprimir esa cosa soez y asquerosa»,
porque ya había degenerado mucho ¿eh?, en borrachera por la calle,
terrible la impunidad y hacían barrabasadas. Y entonces, partiendo
del eje principal para esa prohibición fue la impunidad, el peligro
terrible de la impunidad, porque era una dictadura al fin y al cabo y
tenía muchos enemigos y se suprimió por el miedo a que un
enmascarado se cargara al Gobernador Civil de la provincia, ya me
entiendes... ¡Ah, claro! Había muchas ganas ¡joder! tú verás:
estaban los anarcosindicalistas, cuidado ¿eh? y, amigo mío, entre
cuarenta tíos que van... «Riau,
riau, riau, los del Erandio, los del Erandio...¡Parrapapapapá!»
y todos enmascarados... ¡anda! ¡busca...!
Y en parte fue la prohibición esa: el miedo a los atentados, quitar
la impunidad al agresor ¿entiendes? El gobernador también se
disfrazaba, pero iba al baile elegante del Casino y le conocían
enseguida. Pero... si no había mala intención... hombre... Entonces
¡qué joder! Si no había ningún crimen, ninguna persecución, nada
de nada hubo con la dictadura de primo de Rivera. Entra en el poder,
por la fuerza... Consistió en ir al Ayuntamiento y coger en sesión
a todos los concejales, el ejército ¿eh?, porque mandó... echó
mando de guerra, ¡claro! Así fue, todas esas cosas se hacen así:
manu militari como dicen los abogados. Cogió a todos
los tíos y les dijo: «Al
trullo, venga».
«Y
¿trato?».
«Ah
no, trato no, que estén como en casa».
¡Se hincharon de comer como nunca! Había entre los concejales,
hambrientos, ¿verdad? ¡Joder! ¡Que llevaban de la fonda del hotel
La Perla la comida todos los días. Claro, los correligionarios...
comían langosta y pollos, se hincharon. Cajas de puros a tutiplé. Y
al salir de la cárcel salieron más gordos y le decían al director:
«¿Qué
otra barrabasada hay que hacer p'a volver? ¡Pues joé cómo nos
tratan!».
Un director que decía: «Oye,
mira, que sois... ¿los políticos? Reuníos ahí que os van a traer
la comida de fuera».
Algo enorme. Esa era la “dictablanda”, ¿entiendes?, era una
dictadura que te metía en una celda con colchón, con comodidades...
tres días estuvieron. Oye, se parece a la represión “carca”
del 18 de julio ¿eh tú?... Aquello sí que fue aterrador. Y éstos,
fíjate, allá en la cárcel y que estén tres días. Un amigo mío
tres días estuvo. Amigo de mi padre...
Al suprimir el Carnaval, en honor de la verdad ¿eh?, piénsese como
se piense ¿eh?, la gente se alegró. porque ya era demasiada hez. La
hez, cuando degenera en vino y en puta basura y mierda de las
alcantarillas.., ya eso no gusta a nadie ¿no?. Y ahí había
degenerado, no había mas que máscaras borrachas, ya ninguna
carroza, ningún disfraz elegante, sólo máscaras que se disfrazaban
de “osos marinos”, se dedicaban a beber y a echar luego a chorro
el vino a las chicas...¡ras!... marranadas. La gente respiró, la
gente dijo: «¡Qué
bien suprimido está!».
¡Nadie protestó!. Que se podía haber protestado... aunque era una
dictadura se podía protestar. Nadie dijo nada. «¡Joder
qué bien! ¡Nos hemos librado de esto!».
¿Ves cómo es la realidad?. Ahora vosotros, sobre esto, interpretáis
lo antiguo, allá penas. Yo soy la historia, yo no digo más que la
historia, ¿entendéis?. No comento.
SANFERMINES
Miembros de la Comparsa 1924-1928. Autor desconocido. Colección Municipal Fototeca de Pamplona.
El Pobre de mí y
el Riau riau son inventos recientes. Las peñas eran grupos de
albañiles... por gremios que iban sin camisola ni pancartas: la
Olada, con los bancos de la antigua plaza de toros que cimbreaban y
hacían “la ola”, luego había otras... la Ochena, la Cuatrena...
El origen de las
sociedades viene de los bailes domingueros, ahí sí había
sociedades inscritas en el Registro Civil. En las calles, en las
bajeras, ponían bailes. Había dos bailes en San Gregorio, otro en
Tejería, otro en Zapatería... bailes, bailongos, con un manubrio...
clin clin can quilín... con organillo. Y también otros más
modernos, que era un cornetín, o sea una trompeta, un bombardino, un
contrabajo y un bombo: parachín pachún parabá parabá pachín
pachín... y allí bailaban todas, sudando los tíos y las tías
oliendo... porque una tía sucia huele a ajo, no sé por qué, pero
eso lo he experimentado. Cuando bailaba con las mozas de la Plaza del
Castillo... ¡joder, qué olor a ajo! ¡No sé por qué!. Esas
sociedades sí que funcionaban y de ahí vinieron las cuadrillas de
San Fermín.
Se solía decir: «¿Vamos
a salir por San Fermín?».
Eso se decía: “«¿Vamos
a salir por San Fermín?»
y la sociedad de los bailongos domingueros hicieron una sociedad
sanferminera con su pancarta. Uno de los padres de las pancartas y de
las cuadrillas fue un tal Barón. Aquí muy famoso el apellido ese,
un tal Barón.
Y ya he dicho mis
vivencias de crío de lo que experimenté yo en los años anteriores
a la prohibición del Carnaval. Creo que he expuesto una buena
estampa de lo que suponían los carnavales cuando yo era un muete
en esta ciudad. Ahora, vosotros que andáis intentando recuperar el
Carnaval, a ver qué hacéis con esto. Sería muy bonito recuperar la
Murga de Santana. Si se revive aquella costumbre me gustaría
supervisarla y corregir las cosas que viera que no estaban bien.
Bueno, lo de ver es un decir, porque ya te he dicho y has comprobado
que estoy ciego. Y sí, sigo pintando aunque con muchas
dificultades... tengo que coger los colores a tentón y memorizando
la colocación de los botes, haciendo las mezclas más o menos... y
luego recorto unas plantillas y las voy colocando a base de tacto e
imaginación...
. . . . . . . . . . . .
Recordé con emoción
aquella tarde en que Eugenio, sin conocernos de nada, nos abrió su
casa y aquel mundo de su infancia tan lleno de color, de vivencias
tan entrañables, de recuerdos tan vívidos...
Ese año organizamos unos
carnavales con desfile de disfraces y máscaras por el Ensanche y el
Casco Viejo, reuniendo a un montón de charangas de la ciudad,
pateando despachos en busca de financiación para los gastos y para
pagarles a las orquestas, colocando carteles... Fueron bastante
sonados pero no conseguimos llevar adelante la Murga de Santana ni
pudimos hacer nada con las memorias de Eugenio Menaya, un pintor que
no se resignó a dejar los pinceles al quedarse ciego, una persona
extraordinaria, con un corazón y una alegría como la copa de un
pino, que nos dejó una huella imborrable.
Sirva esta transcripción
como homenaje a su sabiduría y al esfuerzo que hizo por
transmitirnos sus recuerdos de los carnavales pamploneses previos a
la prohibición, un cuadro de la ciudad que, sin pinceles ni pinturas
ni lienzos, él supo mostrarnos de manera tan real como si de una
pintura animada se tratase.
Audio 1
Audio 2
Audio 3
Audio 4
Audio 5
Audio 6
Bere oroimenean. Goian
bego.
Noticia recogida en Navarra Hoy de 12/02/1983 dando cuenta del inicio de los carnavales promovidos por el colectivo Ekaitza.
Noticia recogida en Navarra Hoy de 13/02/1983 dando cuenta de los actos de Carnaval promovidos por el colectivo Ekaitza.