domingo, 28 de septiembre de 2008

VANGUARDIA


Se pedían, se piden, se pedirán todas las voces en el discurso social, pero aspiración tan razonable y necesaria ha quedado silenciada por el tronar de la vanguardia que ha accionado la maquinaria del terror: el estruendo del explosivo ha enmudecido la voz. Los agredidos entierran a sus muertos, recomponen sus maltrechas pertenencias y se afanan en sobreponerse al embate que medicamento alguno podrá curar: el miedo.

El oficio de matarife no admite duda y obliga a tomar partido, aunque sea el pánico lo mejor repartido. Las justificaciones se vuelven ridículas, pues no se puede reclamar lo que no se está dispuesto a dar. El resplandor de la deflagración deslumbra aún más a los iluminados, impidiendoles percibir la esencia humana de cualquier pretensión: vivir y convivir.

Cojeando de avaricia, aquejados de prepotencia o heridos de egoísmo pero usando el discurso como única arma en liza, buscando aunque sea un mal arreglo, que los buenos nunca llegan y cuando lo hacen, tan enfangados están de ignominia, que sólo la perversión florece.

Con el desprecio que enmudece a víctimas y daños colaterales, la vanguardia acelera el paso, sin advertir que la carrera cambió de rumbo hace tiempo y la competición se celebra en dirección contraria.

Tampoco creo que sea tan mal negocio preguntarnos si queremos su jubilación.

En Pamplona/Iruña a 28 de septiembre de 2008
Juanito Monsergas

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