domingo, 14 de octubre de 2007

EL VELO


La Genrelalitat ha obligado a un centro escolar a readmitir a una niña expulsada por vestir el hiyab. Para mí está claro que la gestión de las aulas didácticas ha de ser meticulosa en la no adscripción a credo alguno, pero creo que tal exigencia no debe ser extensiva al alumnado.

No se esmera la administración en suprimir de colegios y escuelas otros signos religiosos, preservando el carácter no confesional de nuestra enseñanza, por muy cercanos culturalmente que nos resulten. Si toleramos las sotanas eclesiales, los tocados monjiles y los crucifijos al cuello, no veo por qué tenemos que escandalizarnos por que alguien lleve un pañuelo en la cabeza.

Entiendo que las personas que emigran de otros países pueden mantener sus costumbres siempre que no interfieran con las normas de la sociedad de acogida y que ésta no debe mostrarse intransigente ni cicatera con sus nuevos ciudadanos. Para todo hay una medida (no es lo mismo la ablación que el pañuelo, no es lo mismo la boda concertada a los 14 años que portar un turbante shij). Quizá nuestro empeño por erradicar el símbolo, conlleve un rearme en esa parte de su identidad que se siente amenazada.

Seguramente, si no damos mayor importancia a que las jóvenes que quieran acudan a clase con “mantilla”, éstas, con el tiempo, acabarán asumiendo los valores racionalistas de nuestra sociedad sin ningún problema.

Recuerdo los años de mi infancia en los que, tanto los denodados esfuerzos de padres y educadores, como el clima social que me tocó vivir, han hecho de mí un convencido ateo. Anti-teo, incluso.

En Pamplona/Iruña a 13 de octubre de 2007
Juanito Monsergas

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