jueves, 14 de junio de 2007

*UN DÍA CUALQUIERA


Buenos días
Esta mañana me he levantado de mala leche, así que he preparado una generosa cafetera para mezclarlo y empezar el día con energía. Ha sido una noche movidita, porque la del cuarto, que pasa olímpicamente del resto de los mortales, ha venido a las cinco y media de la mañana y ha aprovechado para hacerse la media maratón sobre mi techo con zapatos de tacón. Al canto del despertador, la acémila se ha debido de desmayar en su camita y tan agustito, oyes.

He visto las (horribles) noticias de la mañana dejándome acariciar por el humo de un escueto cigarrillo y he bajado las escaleras a tiempo de ver como se inundaba el portal, gracias a la pericia y el buen humor mañanero del basurero encargado de la manguera. Cuando iba a salir a la calle he sido embestido por una macro_camioneta que se ha parado al lado de la farmacia para llevar un paquete no más grande que una caja de kleenex.

Tras atravesar siete zanjas, quince vallas, doce montones de arena, tres megahormigoneras y sortear majestuosos montones de piedra y material diverso, he llegado a las inmediaciones de la diputación, donde, gracias al destello de las magníficas luces “enterradas” casi me atropella una de las cincuenta y siete maquinitas con las que el esforzado consistorio nos ha regalado y que continua y machaconamente, limpian, fijan y dan esplendor a uno de los pavimentos más higienizados del mundo. ¡Hay que ver la de horas que meten los dichosos vehículos limpiadores! ¡Todo el día limpiando la calle!¡Qué encomiable! Viviremos en una obra, pero eso sí: limpia.

En el currelo no ha pasado gran cosa extraordinaria, a excepción de una señora que se ha caído por las escaleras y ahí hemos estado cuidándola. Había uno que no hacía más que repetir: “échenle aire, échenle aire”, pero no parece que le haya sentado muy bien cuando le hemos dado con la bomba, y luego ya la ambulancia se la ha llevado.

A media mañana ha habido un corte de electricidad porque han debido de cortar algún cable con la pala que hay en la obra de la calle y he perdido todo el trabajo que tenía casi acabado en el ordenador. Es un informe bastante extenso sobre la casuística de los dispensadores crematísticos en la interrelación cliente servidor, así como el método analítico diario y su interpretación causa efecto en su desarrollo: porqué se joden los cajeros, vamos.
Cuando he querido encender de nuevo la computadora se ha negado a abrir dicho archivo y he tenido que rehacer, mal que bien, lo que ya tenía ultimado.

Ya de vuelta a casa he sido acosado sucesivamente por tres tullidos de idéntica cojera y creo que de la misma muleta: para mi que se la pasaban (corriendo) de unos a otros para salirme al paso.

Y más limpieza. Al sempiterno camión de la basura le ha salido un competidor, más pequeño, pero no menos ruidoso. Es el recogedor de vidrio, que a diario pasa por la Estafeta y que mete tal escándalo a la hora de verter los contenedores en el camión, que no sabes si estás en medio del campo de tiro de las Bardenas o es que ha estallado la guerra de los mundos y vamos a ser pasto de alienígenas que nos abducen por las orejas.

Y duelo de titanes. En dirección contraria se acerca la camioneta que limpia las pintadas y que, tras arrimarse peligrosamente a la acera, consigue dejar pasar a la del vidrio y al camión del contenedor que le sigue la huella, que a su vez borra la limpiadora de cepillo que se ha unido a la comitiva.

Lo de esta ciudad con la limpieza ya empieza a ser un poco obsesivo. El otro día (fiestas de san fermín txikito) estaba con unos amigos tomando una cerveza en la puerta del Temple y dos orondos y animosos camiones de la basura pasaron cuatro veces por delante nuestra de subida (y bajada) por la Curia. No se debían de enterar que en Navarrería estaba el tablao de la música y no podían pasar. Todos disfrutamos mucho y los chiquillos no veas como se lo pasaron, corriendo delante de los mastodontes como si fueran el torico de fuego!

Esa noche pude dormir mejor, porque sólo me despertó un alegre y enérgico timbrazo de un noctámbulo picaportero, que me hizo recordar que estaba vivo (y no dormido, como yo bien quería), aunque luego tuvo la deferencia de dejarme un simpático charco de algo que le salió de muy adentro. Su empatía, seguramente.

Un par de horas más tarde, el crío de los del quinto se puso malico y, cuando ya se convencieron de que no se le pasaba por el mero decurso del tiempo, se decidieron a llamar a un taxi. No es que yo esté como la del segundo, con el vaso pegado a la pared, pero es que creo que al padre no le hacía falta móvil a tenor del volumen de su discurso. Tras una agria discusión con el radioteléfono del público servicio, creo que consiguió llevarlo y o bien el niño se calló por agotamiento o yo me dormí de puro cansancio.

La verdad es que sigo pensando que la gente es buena y que vivimos en el mejor de los mundos posibles y que desde luego, prefiero vivir donde vivo que hacerlo en un chalet de una lujosa urbanización, rodeado de petimetres estirados, con parientas sosas y aburridas, limpiando el puto coche, releyendo la cotización de los warrants, esperando que llegue el lunes para perder de vista a la familia y volver a la oficina, que ahí es donde me lo paso bien y me realizo.

Ya se sabe que nada es verdad ni mentira y que todo depende... del día que tiene cada uno
¿O no?
Por cierto, creo que nadie mejor que Cristina con su inseparable vaso de plástico, para tirar el cohete los próximos sanfermines al grito de: “¡Los finales del mundo! ¡Que vienen los finales del mundo!”
¿O no?

En Iruña/Pamplona 14 de noviembre de 2006
Juanito Monsergas

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